domingo, 2 de febrero de 2020

190. Fray Escoba. Una biografía de San Martín de Porres

Estaréis pensando que es un tema extraño el de la entrada de hoy. Pero todo tiene un por qué. Desde 2018, todos los años estoy siguiendo la tradición franciscana de los santos protectores. El día de fin de año se reúnen en la sala capitular del convento y se reparten fichas con personajes de su santoral privado, personajes sacados tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, que van asociados a una frase célebre y a una virtud. Por ejemplo, el año pasado me tocó Santa Isabel, cuya frase era "Mi alma canta a la grandeza del Señor" (el comienzo del Magnificat) y me ayudó a avanzar en la virtud de La Gratitud. Su historia es más que conocida, aunque no muy extensa: fue la madre de Juan el Bautista. Y este año me ha tocado San Martín de Porres, el célebre fray Escoba, un santo del siglo XVII. Su frase es "No hay trabajo pequeño para Dios", y me ayudará este año a avanzar en la virtud del Trabajo hecho con Amor. El caso es que su biografía me era desconocida por completo, ya que me interesan más otros santos, cuanto más antiguos mejor. Así que me dije, ya que me va a acompañar este año, ¿por qué no saber quién fue San Martín?

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Martín de Porres (o Porras) Velázquez nació en Lima, durante el virreinato de Perú, a finales de noviembre o principios de diciembre de 1579. Su padre era Juan de Porres, un noble burgalés y caballero de la Orden de Alcántara (una de las más importantes de España), y su madre era Ana Velázquez, una negra liberta natural de Panamá pero que residía en Lima. Juan de Porres no podía casarse con Ana Velázquez debido a la condición de ella, que era muy pobre, pero eso no impidió un concubinato o amancebamiento entre ambos (una relación marital de dos personas que no están unidas por lazos matrimoniales). Fruto de esta unión nació Martín y, dos años después, su hermana Juana. Martín fue bautizado el 9 de diciembre en la Iglesia de San Sebastián de Lima. Ana Velázquez dio a sus dos hijos una dedicada educación cristiana. Su padre estaba destinado en Guayaquil (Ecuador), y desde allí les mandaba dinero. Más tarde, viendo la situación en la que iban creciendo, sin padres ni maestros, decidió reconocerlos como hijos suyos ante la ley. Pero en su infancia y temprana adolescencia, Martín vivió la pobreza y limitaciones propias de la comunidad de raza negra en la que vivía. Y eso le iba a marcar para siempre.

Martín se formó como auxiliar práctico, barbero y herborista. Con 15 años, y por invitación de Fray Juan de Lorenzana (un famoso dominico y teólogo), entró en la Orden de Santo Domingo en calidad de "donado", es decir, como terciario por ser hijo ilegítimo. Esto se traducía en que recibía alojamiento y a cambio se ocupaba de muchos trabajos como criado. Así, realizando las tareas más humildes, vivió nueve años. En 1603 fue admitido como hermano en la Orden, a pesar de la oposición de su padre, y en 1606 se convirtió en fraile de pleno derecho, realizando los votos de pobreza, castidad y obediencia. El futuro santo era frugal, abstinente y vegetariano. Dormía solo dos o tres horas, mayoritariamente por las tardes. Usó siempre un sencillo hábito de cordellate blanco con una larga capa de color negro. Una vez que el Prior le obligó a recibir un hábito nuevo y otro fraile lo felicitó, Martín le respondió: "pues con este me han de enterrar", y efectivamente así ocurrió.

Se cuenta que de entre todas las virtudes que poseía Martín de Porres sobresalía la humildad, siempre puso a los demás por delante de sus propias necesidades. Se cuenta que en una ocasión el convento pasaba por serios apuros económicos y el Prior se vio en la necesidad de vender ciertos objetos valiosos para salir del bache. Viendo esto, Martín de Porres se ofreció a ser vendido como esclavo para poder remediar la crisis. El Prior, conmovido, rechazó su ayuda. Martín también marchaba por las calles de Lima enseñando la fe cristiana a los negros, indios y gente rústica que quería acercarse a escucharlo. La situación de pobreza y abandono moral que estos padecían preocupaba mucho a Martín, así que con la ayuda de varios ricos de la ciudad fundó el Asilo y Escuela de Santa Cruz para reunir a todos los huérfanos, limosneros y gente pobre a la que ayudar a salir de su penosa situación. La personalidad carismática de Martín hacía que fuese buscado por personas de todos los estamentos sociales: altos dignatarios del Gobierno y la Iglesia, gentes sencillas, ricos, pobres, todos encontraban en Martín alivio para sus necesidades físicas, materiales o espirituales. Su entera disposición hizo que fuera visto como un hombre santo. Aunque él trataba de pasar desapercibido, su fama de santo se extendía cada día más. Muchos enfermos, lo primero que decían cuando se sentían graves era: "Que venga el santo hermano Martín". Y él no podía negar nunca la ayuda a alguien que lo necesitaba.

Con casi sesenta años, Martín cayó enfermo y anunció que le había llegado la hora de encontrarse con el Señor. Esta noticia causó una profunda conmoción en Lima, y era tal su fama que incluso el virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla fue a su lecho a besarle la mano y a pedirle que velara por él desde el Cielo. Martín solicitó a sus compungidos hermanos que entonasen el Credo en voz alta y, mientras lo hacían, falleció. Eran las 9 de la noche del 3 de noviembre de 1693 en la Ciudad de los Reyes, capital del Virreinato de Perú. Toda la ciudad le dio el último adiós de forma multitudinaria, donde se mezclaron gentes de todas las clases sociales. Altas autoridades civiles y religiosas lo llevaron en hombros hasta la cripta mientras las campanas doblaban en su nombre, y la devoción popular se mostró tan excesiva que las autoridades tuvieron que realizar un entierro rápido. Actualmente sus restos descansan en la Basílica y Convento de Santo Domingo de Lima, junto con los restos de San Juan Macías y Santa Rosa de Lima en un altar conocido como "de los santos peruanos".

Son muchos y muy variados los milagros que se cuentan de él: bilocación (sin salir de Lima, se le vio en México, África, China y Japón), control sobre la naturaleza (las plantas que sembraba germinaban antes de tiempo y toda clase de animales le obedecía, siendo capaz de hacer comer del mismo plato en perfecta armonía a un perro, un gato y un ratón), la sanación (con dos vendas y vino curó a un niño que se había partido las dos piernas), levitación, trances extáticos y videncia.

Aunque en 1660 el arzobispo de Lima empezó el proceso para su beatificación, y a pesar de su biografía ejemplar y de la gran devoción que despertaba en mulatos, indios y negros, la sociedad colonial no lo llevó a los altares. Hubo que esperar a 1837, cuando fue beatificado por el papa Gregorio XVI, franqueando las barreras de una anticuada y prejuiciosa mentalidad. Finalmente el papa Juan XXIII, que sentía gran devoción por Martín de Porres, lo canonizó en la Ciudad del Vaticano el 6 de mayo de 1962 ante una multitud de más de cuarenta mil personas, nombrándolo "Santo Patrono de la Justicia Social". Exaltó las virtudes del desde ese momento santo peruano con las siguientes palabras:

"Martín excusaba las faltas de otro. Perdonó las más amargas injurias,
convencido de que él merecía peores castigos por sus pecados. Procuró
de todo corazón animar a los acomplejados por las propias culpas, 
confortó a los enfermos, proveía de ropas, alimentos y medicinas a los pobres,
ayudó a campesinos, a negros y mulatos tenidos entonces como esclavos.
La gente le llama 'Martín, el bueno'

Y hasta aquí la historia de San Martín de Porres, el santo que me va a acompañar este año. Si queréis sumaros a esta práctica, escribidme a cesar.espinel@escueladeatencion.com y os enviaré vuestro santo.

Ultreia!

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