La tonsura de San Francisco nos habla de su mudanza de una vida de privilegios a otra de servicio religioso. "Sermón a los pájaros", de Giotto. Basílica de San Francisco de Asís (c. 1300, Italia)
San Francisco, que en la pintura de Giotto está predicando a los pájaros, nació en Asís en un mundo de comodidades y privilegios. Después de una alocada juventud, renunció a su riqueza para dedicarse a una vida de pobreza y compasivo servicio a los pobres y enfermos. Cuando san Francisco y sus seguidores entraron en el clero de la Iglesia medieval, fueron tonsurados (del latín tondere, "trasquilar"), y sólo se les dejó una corona de pelo en la cabeza. En el fresco, el nimbo dorado que rodea la cabeza del santo se hace eco de la tonsura, que a su vez imita tanto la corona de espinas de Cristo como la de su divina realeza.
El cabello, ya lo vimos, puede ser una aspecto tan significativo de la identidad que su rapado voluntario suele experimentarse como un acontecimiento de elevada importancia. Desde la Antigüedad, el pelo se ha asociado a la belleza y, en los hombres, a su vigor sexual y generativo, dada la asociación del pelo con la cabeza y sus fluidos vivificantes. Quedarse calvo era visto como una especie de sequía, como los árboles secos que no dan hojas. Al mismo tiempo, en determinadas culturas y en la moda actual, a veces se considera que la calvicie revela y realza la belleza de la cabeza. La calva puede denotar una persona estudiosa, o un intelecto superior. No obstante, la historia de la caída de Sansón después de que Dalila le cortase el pelo da testimonio de la antiquísima noción de la eficacia mágica del cabello. Los hombres recurren a pelucas, implantes y medicamentos para invertir la calvicie no deseada. Y tanto a los hombres como a las mujeres puede resultarles profundamente traumático el sufrir la pérdida del pelo debido al envejecimiento, la enfermedad o la quimioterapia, pues puede perturbar e incluso alterar de forma permanente la imagen de uno mismo.
"Unadorned", fotografía de Katrin Brännstöm, 2001, Suecia
La noción del cambio interior es crucial para el significado simbólico de la cabeza desnuda. Afeitársela con fines rituales transmite la idea de consagración, iniciación y transformación espiritual. Al entrar en una orden religiosa (o en el ejército), uno renuncia a una parte de su individualidad por el bien del grupo, un sacrificio que se exterioriza mediante el rapado craneal. Como la cabeza de la muerte o la casi calva de un recién nacido, la del neófito que se la afeita para su iniciación representa una muerte y un renacimiento psíquicos.
Una cabeza rapada también puede significar un castigo, una degradación o algún tipo de deshumanización, como cuando tradicionalmente se rapaba a los criminales, o a las mujeres que confraternizaban con el enemigo en la guerra. En el caso contrario, los monjes y monjas de las órdenes religiosas hindúes, budistas y cristianas, al afeitarse la cabeza, hacen visibles su votos, cortan la conexión con el imperativo de la atracción sexual y se exponen a la influencia directa de lo sagrado.
La fuerza simbólica de la calvicie tal vez radique precisamente en que expone la superficie de la cabeza: la sesera, el recipiente del entendimiento y el cambio potencial, el contenedor de los pensamientos e imaginaciones íntimos de uno. Aunque la calvicie se relaciona simbólicamente con la receptividad a lo espiritual y con la nueva vida, también evoca desnudez psíquica y física, así como una gran vulnerabilidad. La inevitabilidad del cambio puede requerir de uno que se resigne a estar calvo, pero una persona puede hacer una declaración rapándose el cráneo, en ese caso las imágenes del principio y el fin, lo masculino y lo femenino, la naturaleza y el espíritu pierden sus marcadas diferencias.