miércoles, 31 de julio de 2019

181. La niña que ama a Aquiles

Una amiga me mandó este pasado lunes un artículo de Pérez Reverte porque leyéndolo se había acordado de mí. Me decía que ojalá sus padres le hubiesen leído cuentos de pequeña, y que enseñarle mitología habría sido "lo más". Y, como muy bien dice ella misma, nunca es tarde para aprender. Y es un artículo que quiero compartir también con vosotros, sin importar si tenéis hijos o no. Aquí os lo dejo 🔻

La historia de hoy es una historia de resistencia y de gloria. Una historia de gente que no se rinde. De padres y niños dispuestos a vender cara su piel. Y no se trata de buscar en el pasado: ocurrió hace sólo unos días en un colegio argentino; pero si imaginan ustedes otro lugar, personajes y asunto, podría ocurrir en cualquier sitio. Especialmente - y por eso me detengo en ello - también en España. En estos tiempos grises en que cualquier independencia intelectual es aplastada desde la escuela, cuando lo que se busca es igualar a todos los críos en la mediocridad penalizando la brillantez y la inteligencia, la de la niña que ama a Aquiles me parece una historia ejemplar. Me enteré de ella hace poco, por casualidad, y busqué ponerme en contacto con el padre. Lo conseguí ayer mismo. Y como me lo contó, lo cuento.

Tiene casi cinco años y la llamaremos Helena. Con hache. Sus padres son muy aficionados a la historia antigua de Grecia, y la niña ha crecido familiarizada con los mitos clásicos. Por supuesto, se trata de una criatura normal: juega con otros niños, ve dibujos animados en la tele y cosas así. Lo que pasa es que, además, sus padres le leen cuentos mitológicos y homéricos antes de dormir, ve fotos de paisajes helénicos, conoce palabras del griego antiguo y los nombres de los dioses del Olimpo, y está familiarizada con los héroes de la guerra de Troya, Teseo y el Minotauro, los trabajos de Hércules, Ulises, los Argonautas y todo el formidable repertorio, fascinante para un niño, que ofrece la cultura clásica. Por otra parte, Helena tiene unos padres responsables que cuando le cuentan esas historias procuran suavizarlas, volviéndolas adecuadas para una niña de su edad. Y en esos días de fiesta en que los críos se disfrazan, he visto fotos suyas orgullosamente vestida de hoplita griego, con casco, escudo y lanza fabricados con cartón y papel dorado.

El primer problema surgió en el colegio, cuando los niños empezaron las clases de inglés con números y nombres de animales. A Helena no se le daba bien contar en inglés, pero conocía los números del uno al siete en griego clásico. Y como todos los críos ansiosos de expresar en clase lo que saben, cuando se le preguntaba respondía con palabras griegas que la maestra no entendía. El asunto empeoró en clase de expresión, cuando al preguntar a los niños qué dibujo animado les gustaba más o qué personaje de Marvel era su favorito, Helena dijo que su héroe preferido era Aquiles. «¿Un personaje de dibujos que no conozco?», preguntó la maestra. «No, señora –respondió Helena–. Aquiles, el que luchó en Troya». Quiso saber la docente cómo una niña de cuatro años conocía a Aquiles, y ella respondió que se lo había contado su papá. La maestra fue a decírselo a la directora del centro, concluyendo ambas que seguramente la niña había visto la película Troya, ésa de Brad Pitt, con escenas sangrientas y de sexo que los menores no debían ver. De modo que citaron a sus padres con urgencia.

La reunión con la directora, que en otros tiempos habría sido aclaratoria, fue la previsible en esta época de gilipollez y de cogérsela con papel de fumar. El padre lo explicó todo con naturalidad y ahí debió quedar el asunto, pero la directora tenía ideas propias sobre la formación humanística a los cuatro años. Demasiado pronto para eso, sostenía. Además, «su hija no debe consumir mitología griega porque cuenta historias violentas que jamás existieron y pueden confundir a la niña». Dijo eso y algunas cosas más, como «los mitos no dejan enseñanzas prácticas», «el griego clásico es una lengua muerta y no le servirá a su hija en el futuro» y acabó señalando el peligro de convertir a Helena en una marginal entre sus compañeras «normales», más familiarizadas con La Patrulla Canina y Mi Pequeño Pony. 


El padre de Helena escuchó todo aquello en silencio. Y cuando hubo acabado la directora, dijo en lenguaje rigurosamente laconio: «Se necesitan dos años para aprender a hablar, pero sesenta para aprender a callar». Después se puso en pie y añadió: «Si vuelve a citarme por estas cosas, saco a mi hija del colegio y le pongo una demanda de proporciones homéricas». Y regresó a su casa, donde aquella misma noche le contó a Helena la historia de los trescientos espartanos que murieron en las Termópilas, peleando frente a un ejército inmenso, por defender la civilización occidental. Y a la mañana siguiente, como de costumbre, la llevó al colegio, saludó a la maestra y se fue al trabajo como cualquier otro día.

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miércoles, 24 de julio de 2019

180. Las enseñanzas ocultas en "El Rey León"

En efecto, voy a aprovechar que se ha estrenado la película de acción real de El Rey León para hacer con esa cinta lo que hice en su día con Vaiana y que tanto os gustó (es la entrada más leída del blog de largo, y si aún no la habéis visto podéis hacerlo aquí). La película original de Disney, la animada, se estrenó en 1994, y se ha convertido en la cinta de Disney favorita de muchos (entre los que me incluyo). En Escuela de Atención estuve desarrollando el año pasado, dentro del ciclo El Pensamiento Simbólico, una sesión dedicada a la simbología de las películas de Disney. Gustó tanto que repetiré este año con otras, y supongo que entrará ésta (así que no voy a hacer muchos spoilers). Lo especial que tiene para mí El Rey León es que después de verla tantas veces me he dado cuenta del profundo simbolismo religioso que encierra, y que resulta tan hermoso. Así que voy a intentar contarlo lo mejor que sepa.


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La película empieza con uno de los mejores inicios de la historia del cine: el sol que se levanta sobre el horizonte de la sabana. Un yehiy' or (hebreo), fiat lux (latín), "sea la luz" en toda regla. El mundo comienza cuando la luz le ilumina. El recurso de la luz va a ser muy importante a lo largo de la película, ya que va a simbolizar la presencia de Dios. Y sí, he dicho Dios, luego volveremos a eso. El sol va saliendo y los animales miran al cielo, como esperando algo. Todos los animales reaccionan a la salida del sol y se dirigen hacia algún lugar... mientras suena una de las canciones más icónicas de toda la compañía Disney: El Ciclo sin Fin. Antes de continuar, hay que dejar claro que toda la cinta está impregnada de simbología religiosa africana, esto es, chamanismo y panteísmo, aunque con tintes de tradición abrahámica, como luego veremos. Esta idea del panteísmo africano abraza toda la canción introductoria, especialmente el estrebillo, que dice "es el ciclo sin fin, que lo envuelve todo" o "aunque estemos solos, podremos buscar y así encontrar nuestro gran legado", haciendo referencia a que todo está conectado y que no hace falta tener descendencia para dejar nuestra huella en las demás. Son las obras que hacemos las que definen quiénes somos, y el recuerdo de los demás lo que nos mantiene vivos. 

El "nacimiento" del sol refleja el nacimiento del león, que aguarda en la Roca del Rey la ceremonia de su presentación en sociedad. Y hace su entrada en escena un personaje ante el que los animales hacen una reverencia y dejan paso, acompañado de un rayo de luz: Rafiki, quien es chamán, mentor y consejero de la familia real. Su trabajo en esta ocasión es ungir al nuevo rey en una ceremonia completamente abrahámica. "Un día, el sol se pondrá en mi reinado", dice Mufasa, y un nuevo sol implica un nuevo rey. En el momento de la unción Simba pasa a ser rey automáticamente, lo que hace que Mufasa tenga que morir (sí, la unción de Simba al principio de la película era un spoiler). En realidad ocurre lo mismo que con Juan el Bautista y Jesús: uno debe caer para que el otro crezca. 

Mufasa será el primer maestro de Simba, quien le enseñe el Ciclo de la Vida y lo que implica ser un rey (aunque Simba no le prestará mucha atención). Tras la muerte de Mufasa y su exilio (arquetípico Viaje del Héroe), Simba se encontrará con sus segundos maestros: Timón y Pumba. "Tal vez necesites nuevas lecciones, repite conmigo: Hakuna Matata", le dice Timón. Es otro tipo de enseñanza, muy distinta a las transmitidas en las Tierras del Reino, pero que van a configurar a Simba en un carácter poderosamente dual. Es entonces cuando tiene lugar su encuentro con la Diosa, encarnada en su compañera Nala. Nace el amor ("es la noche del amor y el cielo trae paz"), pero entonces tienen una discusión acerca de la responsabilidad, que es lo que le falta a Simba. Y es en ese momento, cuando Simba está enfadado, decepcionado y sin rumbo, cuando aparece su tercer y definitivo maestro: Rafiki. 



La icónica escena del encuentro entre Rafiki y Simba no tiene un segundo de desperdicio, ya que es el momento álgido de la película: cuando Simba está en las horas más bajas es "cuando el alumno está listo, el maestro aparece". Rafiki le hace la pregunta clave de la iniciación: "¿quién eres tú?". Simba es incapaz de responder, a lo que Rafiki le da la respuesta: "Tú eres el hijo de Mufasa". "¿Conociste a mi padre?" "Corrección. Conozco a tu padre." Y Simba, que aún no ha entendido del todo el Ciclo de la Vida, le contesta que Mufasa ha muerto. Rafiki se ríe y le dice que se vuelve a equivocar, que Mufasa está vivo y que se lo va a mostrar. Atraviesa entonces un bosque de lianas y ramaje oscuro muy parecido al de Blancanieves cuando abandona su palacio... hasta que llega finalmente a un lago. Entonces, en el reflejo de Simba, Rafiki ayuda a éste a encontrar en él a su padre. Y, preparándole para un "vuelo" chamánico, consigue que Simba pueda comunicarse con el espíritu de su padre, que encarna aquí el rol de Dios. "Simba, me has olvidado. Has olvidado quién eres, por lo tanto me has olvidado". La identidad del padre se transmite a la identidad del hijo, tal como ocurre en la tradición abrahámica: "Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob."

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Tras esa epifanía, y dándose cuenta de que "el pasado puede doler" pero se puede o huir de él (que es lo que Simba estaba haciendo) o aprender. Y es así como el héroe se encuentra a sí mismo y ocupa su lugar en el Ciclo de la Vida, regresando a las Tierras del Reino y venciendo a la sombra, su tío, Scar. Que, por cierto, desde que gobierna (la parte más violenta del inconsciente, el instinto y las bajezas), las Tierras del Reino están asoladas por el hambre, la sed y la sequía. Cuando Simba y Scar se enfrentan (en medio del fuego, elemento purificador) y éste último es derrotado por aquél, empieza a llover. La lluvia limpia todo lo que ha ocurrido (de hecho la corriente de agua arrastra un cráneo, señal de que lo caduco se abandona y empieza lo nuevo). Y es así cuando Simba está subiendo a la Roca del Rey: el rugido final representa el sello de un nuevo reinado, repetido por las leonas a los pies de la Roca. Y de hecho, la película termina con la frase de la canción: "Y así encontrar nuestro gran legado en el ciclo, el ciclo sin fin."  

El Rey León tiene muchos más detalles, pero como he dicho al principio, quiero hacer una clase sobre esto en Escuela de Atención. Para ir abriendo boca y enfrentarnos a la nueva versión en acción real, sirve. Confío en que os haya gustado, y a ver qué tal la peli. ¡Hasta la próxima!
  
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miércoles, 17 de julio de 2019

179. En el cristianismo primitivo, casi nada es lo que parece

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De las catorce cartas que componen el "corpus paulino", hay siete que son apócrifas, o con casi total seguridad, pseudoanónimas. No fueron escritas por Pablo de Tarso, sino por sus seguidores, con mentalidades diferentes a las del maestro. Las siete auténticas - 1 Tesalonicenses, Gálatas, 1 2 Corintios, Filipenses, Filemón y Romanos - presentan una imagen de Jesús que solo atiende a dos hechos de su vida, su muerte y resurrección, siendo el segundo algo no comprobable históricamente sino adscribible al ámbito de la fe. La imagen de Jesús de Pablo poco tiene que ver con la realidad de lo que fue históricamente el Nazareno, ya que une a este personaje la idea, pura teología judía, de que fue el mesías prometido, pero un mesías con características especiales, adoptado como hijo de Dios, cuya apoteosis al ámbito de lo divino se produjo totalmente solo tras su muerte y resurrección. Según la doctrina del Pablo auténtico, este mesías celeste, hijo de Dios, fue enviado al mundo no solo para redimir a los judíos, sino también a todos los seres humanos, es decir, a los gentiles y paganos que abandonaran el culto a los dioses falsos y lo aceptaran como mesías salvador. Por tanto, no solo es el salvador de los judíos, sino de la humanidad entera, al menos potencialmente. El fin del mundo estaba totalmente cercano, según Pablo, ya que la aparición del mesías supondría el fin de la historia. En muy pocos años, en vida del mismo Apóstol (1 Tesalonicenses 4) se acabaría el mundo, y todos los fieles al mesías, tras un juicio rápido de todas las gentes, irían al cielo para estar con él y con Dios Padre por siempre jamás. El reino de Dios terrenal que había predicado el Jesús terreno quedaba así transmutado en un reino puramente celestial. Una buena parte de estas novedosas ideas del maestro Pablo fueron conservadas por el cristianismo inmediato, y el que siguió hasta hoy. Pero este punto de vista poco tiene que ver con la mentalidad del Jesús de la historia. No hay una relación de continuidad entre Pablo y el Jesús histórico, como se pretende.

Pablo tampoco pretendió fundar religión nueva alguna, sino interpretar el judaísmo a la luz de la venida del mesías, tal como él la entendía, y su repercusión en la salvación de algunos paganos. Estos complementarían el número de elegidos para salvarse, que eran ante todo judíos. Los gentiles no eran más que un injerto de oleastro en el cuerpo del Israel auténtico, el olivo verdadero.

Nada sabemos de cierto de algo tan importante como fue la construcción de un canon, o lista, de los libros sagrados del cristianismo primitivo, aunque este fue el primer y definitivo paso para la constitución del nuevo movimiento - en principio una rama del judaísmo pluriforme del siglo I d.C. - en una religión diferente. Por muy extraño que parezca, la Iglesia no ha dejado documento alguno que nos explique este proceso.

Tampoco sabemos cuáles fueron los criterios que impulsaron o ayudaron a la formación de tal canon, ni qué personaje, o iglesia importante, inició el proceso ni cómo fue su desarrollo. Lo que sí es cierto es que no fue precisamente la inspiración divina de un escrito lo que motivó su canonización (ya que en el cristianismo primitivo abundaban los profetas y, por tanto, sus posibles obras estaban igualmente inspiradas). El soplo del Espíritu en la confección de un escrito que sirviera de guía al grupo cristiano era indispensable, pero esa no fue la motivación, sino probablemente el que los escritos procedieran de algún modo, vía directa o indirecta, de los apóstoles (o se creyera que así era); que en conjunto estuvieran de acuerdo con una cierta "regla de la fe", de gran componente paulino sin duda; y que tuviera el refrendo de ser leído en las lecturas dominicales de los oficios litúrgicos de las iglesias importantes.

Pero lo que sí es totalmente cierto es que hasta hoy en día los diferentes cristianismos no se ponen de acuerdo en el número de obras que componen la Biblia completa, Antiguo y Nuevo Testamento. Los judíos y protestantes rechazan como canónicos los libros 1 y 2 Macabeos, Eclesiastés, Judit, Tobías, Sabiduría, Baruc, Epístola de Jeremías. La iglesia abisinia acepta como canónicas cuatro obras más: el Sínodo (colección de cánones, plegarias e instrucciones), Clemente (un libro de revelaciones de san Pedro a Clemente), el Libro de la Alianza (que contiene ordenanzas eclesiásticas y un discurso de Jesús a sus discípulos tras la resurrección) y la Didascalia o Disposiciones eclesiásticas. La iglesia armenia no aceptó el Apocalipsis de Juan hasta el siglo XII, y aún hoy - aunque relegada a un apéndice - se venera como canónica la 3ª Epístola de Pablo a los corintios, derivada de los Hechos apócrifos de Pablo y Tecla.

Y por último nada sabemos de cierto acerca de la existencia en el cristianismo primitivo de una "iglesia petrina", unificada y unificante en torno a su figura, como el elemento que reunió en torno a sí a los más diversos cristianismos, y en concreto a los paulinos, un tanto "exagerados" en su teología, como debía de opinarse. Que es así se muestra con cuatro argumentos:

1. La estructura del Nuevo Testamento, desmiente la idea de una iglesia petrina, ya que está formada en torno a los Evangelios (todos de influencia paulina) y de la figura de Pablo.

2. Carecemos de textos suficientes para sustentar la existencia de una teologís particularmente petrina, y menos aún con esa fuerza atractiva y aglutinante que se le atribuye.

3. No tenemos más pruebas estrictas sobre un intento de unificación e institucionalización que el que parte de las iglesias paulinas, en especial las Cartas comunitarias, paulinas, que dan toda la impresión de haber fagocitado los restos de cualquier otra subdivisión del primer cristianismo.

4. La gran iglesia comienza a formarse de verdad con las ideas mostradas con claridad por el autor de los Hechos de los apóstoles - obra compuesta bastante más tarde que el evangelio de Lucas, quizás entre 110-120, y quizás por un discípulo muy cercano al tercer evangelista - acerca de la necesaria unión de la primitiva iglesia. Ahora bien, los Hechos son, a pesar de que omita conscientemente evocar la correspondencia de Pablo, una obra netamente paulina.

Lo dicho no son más que botones de muestra, aunque ciertamente los más importantes. No es, pues, exagerado afirmar, desde el punto de vista de hoy, que "en el cristianismo primitivo, casi nada es lo que parece." 


Segunda parte del artículo de Antonio Piñero, catedrático de filología griega 
(emérito) de la Universidad Complutense de Madrid aparecido en la revista 
 Claves de Mayo/Junio de 2019, número dedicado a la Religión

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miércoles, 10 de julio de 2019

178. En el cristianismo primitivo, casi nada es lo que parece


Hasta hace pocos decenios, digamos hasta la mitad del siglo XX, la inmensa mayoría de las gentes que se proclamaban creyentes creían a pies juntillas lo que la Biblia cuenta de los orígenes del mundo y la historia sagrada del judaísmo. Y respecto a la segunda parte de este corpus de escritos, el Nuevo Testamento, ocurría lo mismo: el marco conceptual en el que se situaba Jesús de Nazaret, con sus historias y su interpretación, junto con los esquemas de la vida cristiana, su moral y cosmovisión formadas en torno a la figura de aquel, se correspondía bastante bien con lo que una lectura rápida del Nuevo Testamento ofrecía a primera vista. Hasta mediados del siglo XX lo que sobre Jesús y la Iglesia creía un cristiano medianamente instruido en su fe no se diferenciaba apenas de las creencias de un mismo cristiano de los siglos III y IV. La Biblia era en Occidente, entre las masas, un obligado referente literario-histórico, un marco mental ordinario, tomado por la mayoría casi al pie de la letra.

Pero hoy en día el panorama ha cambiado bastante. Hoy el marco mental bíblico casi ha muerto y ha sido sustituido por un esquema cultural, al menos en apariencia, derivado de las ciencias de la naturaleza, sobre todo la física, la química y la astronomía. Y, por otra parte, de la mirada crítica sobre los orígenes del cristianismo y la visión respecto al Nuevo Testamento se ha mudado hacia una tesitura especialmente crítica. La crítica histórica, el análisis detenido y despiadado del Nuevo Testamento - comenzado en serio ya en la Edad Media entre estudiosos judíos, continuado por los investigadores de la época de la Ilustración - se ha convertido hoy en moneda común. El panorama general del origen del cristianismo y la interpretación de sus figuras señeras a través del estudio de los textos neotestamentarios se ha transformado radicalmente gracias al empleo masivo de los métodos histórico-críticos y de otras disciplinas adyacentes como la arqueología, la sociología, la antropología y la historia comparada de las religiones. El fruto de esta labor es que la duda y el escepticismo se ha apoderado del ámbito de los resultados acerca del Nuevo Testamento en sí, de su formación e interpretación, y de la intelección correcta del significado de sus figuras señeras, como Jesús de Nazaret, Pablo de Tarso o el apóstol Pedro.

Pongamos algunos ejemplos importantes. Puede decirse sin reparo que el Nuevo Testamento que leemos hoy no es el testimonio del cristianismo primitivo, sino que - dada la pluralidad constatable de cristianismos en los dos primeros siglos - es solo el testimonio de la forma triunfadora de cristianismo, la paulina. Los demás, derrotados, no dejaron canon alguno de escrituras. 

No poseemos ningún testigo directo de los textos originales del Nuevo Testamento, sino que lo que leemos son copias de copias. Las más antiguas proceden de inicios del siglo III, en torno al 200. Y como la primera obra datable del Nuevo Testamento, la Primera carta a los tesalonicenses de Pablo, fue escrita hacia el 51 dC, no hay manera de llenar totalmente ese hueco de testimonios escritos de obras neotestamentarias de unos 150 años, entre el texto autógrafo y la primera copia.

El número de variantes entre los más o menos cinco mil manuscritos del Nuevo Testamento es de unas 500.000. Más de la mitad son variaciones ortográficas, pero existen miles de ellas que afectan al sentido. Y de las variantes serias puede haber unas 200 o más. Las iglesias jamás han determinado cuál es el texto auténtico del Nuevo Testamento, inspirado por el Espíritu Santo, sencillamente porque es imposible. El texto actual, reconstruido a través del estudio computarizado de todos los manuscritos divididos en familias, no corresponde a ningún manuscrito en concreto, sino que es el resultado de una mezcla ecléctica de las variantes de los mejores testigos.

Hay pruebas filológicas irrebatibles de que ninguno de los evangelios fue escrito en arameo, sino directamente en griego, y en fecha tardía tras la muerte de Jesús (probablemente en abril del año 30) entre cuarenta y setenta años después. Eso quiere decir que la transmisión de dichos de Jesús se hizo a base de traducciones. Y respecto a los hechos, la imagen del Jesús del Cuarto Evangelio (sic) es en muchos casos incompatible con la ofrecida por sus tres predecesores, los denominados convencionalmente Marcos, Mateo y Lucas. No conocemos en realidad quiénes fueron los evangelistas. Sus obras son todas anónimas. Desde luego esos autores no fueron testigos oculares, sino que utilizaron la tradición oral (con todos los inconvenientes de las deformaciones de la memoria) y fuentes escritas previas. Los nombres otorgados a esos presuntos autores fueron inventados, hacia la primera mitad del siglo II, con la buena intención de unir de algún modo su testimonio con el de los apóstoles y otros primeros seguidores de Jesús. El análisis comparativo entre ellos, y el contraste con lo que conocemos de la época, hace evidente que sus relatos son a veces inverosímiles. A menudo ni siquiera se compaginan con los propios datos internos de los evangelios mismos, o con lo que sabemos por fuentes exteriores. Tenemos pruebas filológicas e históricas de que el relato de la Pasión en concreto fue compuesto para que lo presuntamente sucedido se acomodara a lo que previamente se creía que debía ser el mesías cristiano; no para relatar lo que ocurrió en realidad. Nada sabemos prácticamente de la denominada vida oculta de Jesús, ni cuándo, ni dónde nació, apenas más que el posible nombre de sus padres, José y María, que fue quizás un carpintero, que tuvo hermanos y hermanas carnales. No sabemos cuánto duró su vida pública, si entre seis meses y un año (los meses alrededor de una fiesta de Pascua: evangelios de Marcos, Mateo y Lucas) o si se alargó entre dos años y medio y tres años (el tiempo en torno a tres pascuas: Evangelio de Juan).

Cuando se leen críticamente los Evangelios, la imagen que se obtiene de Jesús es la de un trabajador manual, a la vez maestro autodidacta de las Escrituras sagradas judías, la de un profeta apocalíptico, que jamás se creyó hijo físico y real de Dios, sino metafórico, que predijo la inmediata venida del reino de Dios sobre la tierra de Israel, siguiendo las imágenes que habían proclamado los profetas clásicos. Ignoramos en la mayoría de los casos en qué sentido empleó la enigmática frase del "hijo de/del hombre". Obtenemos también la figura de un entusiasta religioso que probablemente al final de su vida se creyó el mesías prometido, y que fue crucificado por los romanos como sedicioso contra el Imperio. Ciertamente el reino de Dios - que presupondría por ejemplo, la eliminación del poder romano sobre Israel - cuya inminente venida proclamaba Jesús, era un reino totalmente incompatible con las estructuras del Imperio. 

La doctrina, la religión, la moral y el dios de este personaje eran totalmente judíos. Ello significa que ese Jesús de Nazaret, tal como lo reconstruye la historia crítica evangélica, no pudo ser de ningún modo el fundador del cristianismo, ya que ni se le pasó por la cabeza fundar religión nueva alguna. El cristianismo sólo nace tras la muerte de Jesús y como reinterpretación novedosa de su figura y misión. Todo esto es muy distinto de lo que piensan usualmente los cristianos.

Continuará....

Artículo de Antonio Piñero, catedrático de filología griega (emérito)
de la Universidad Complutense de Madrid aparecido en la revista
Claves de Mayo/Junio de 2019, número dedicado a la Religión

miércoles, 3 de julio de 2019

177. Meditaciones en torno a un nenúfar

Lo que esta semana nos ocupa no es un nenúfar común, sino uno muy especial, no sólo por su significado sino porque no es real, está pintado. Pintado sobre una tabla a la que le tengo especial cariño, ya que entra dentro de mis piezas favoritas del Bosco. Este nenúfar aparece representado en su obra La extracción de la piedra de la locura, una pequeña pintura de finales del siglo XV o principios del XVI que decora la pared lateral izquierda de la sala 56A del Museo del Prado, muy cerca del titánico Jardín de las Delicias. Esta obra es mucho más pequeña y a menudo pasa casi inadvertida, pese a su trascendental importancia. Tod@s aquell@s que han hecho la visita monográfica del Bosco en el Prado conmigo saben todos los entresijos de esta pintura, y no quiero transcribirlos aquí. Lo que me interesa contar es algo que no suelo decir en la visita por falta de tiempo, y tiene que ver, claro, con el susodicho nenúfar. Una flor que sustituye a la famosa piedra de la locura y que es extraída de la cabeza del protagonista.


Era una práctica médica habitual a lo largo de la historia, tan frecuente como ir al dentista: una trepanación. La "extracción de la piedra de la locura" consistía en abrir un agujero en el cráneo para eliminar bultos que se podían producir por la acumulación de piedras minerales, similar a lo que ocurre con un cálculo biliar. Mediante la extracción se creía que no solo se acababan las dolencias mentales, sino también el rastro de todo mal. Los artistas que representaron esta práctica habitualmente lo hacían de forma mordaz, para criticar la práctica de una medicina a veces ingenua, más veces aprovechada. Pero el Bosco se separa de sus compañeros en un detalle crucial: en vez de representar una piedra, lo que el "médico" está sacando de la cabeza de su paciente es el nenúfar cerrado, que tiene una simbología asociada muy interesante.
Se ha planteado que sea en realidad un tulipán, pero esa tesis se ha descartado por dos razones. La primera es que no hay ninguna referencia de que existiesen dibujos de tulipanes en libros para ser copiados por el Bosco. La segunda, que el tulipán no llegó a Europa hasta 1545 procedente de Turquía y no se empezó a plantar en Leiden (Holanda) hasta 1595. El Bosco había muerto en 1516, así que es imposible. No, es un nenúfar casi cerrado. En Oriente y el Este de África (sobre todo en Egipto) se le llamó "loto". Y ahora las piezas empiezan a encajar, ya que es una planta que ha recibido una profunda devoción en todo el mundo, aunque lo asociamos más con el mundo oriental. El hecho de ser una planta sagrada en Oriente no habría impedido al Bosco llegar a su conocimiento, tan amante como era de las manifestaciones "internacionales" de lo sagrado, pues nos ha demostrado que incluso conocía técnicas de meditación yóguicas de la India (plasmadas en el famoso Jardín y en su Mesa de los pecados capitales, sin ir más lejos). Es curioso porque en Oriente el loto/nenúfar va asociado a la iluminación y el conocimiento. En Occidente ha estado más asociado con la fertilidad sexual, en concreto la masculina. Pero hoy me interesa relatar algo que no cuento en las visitas por falta de tiempo: el simbolismo que le asociaban los egipcios.

 
Representación de la Nymphaea caerulea, conocido como nenúfar azul, loto azul egipcio o loto de Egipto en una tinaja de la dinastía XVIII (1550-1295) encontrada en Amarna

El loto o nenúfar era muy importante para los egipcios, de hecho las columnas de sus templos tenían capitel lotiforme, con forma de loto. Pero lo interesante es que también cumplía un papel ceremonial, pues tiene propiedades psicodélicas: las dosis de 5 a 10 gramos de flores inducen una ligera estimulación, un cambio en los procesos de pensamiento y un aumento en la percepción visual. Es curioso, porque una de las cosas que más se repiten en cuanto a la interpretación de las obras del Bosco es que para acceder a su plena comprensión, los que se enfrentaban a ella lo hacían bajo los efectos del famoso cornezuelo u hongo del centeno, cuyo consumo tenía también propiedades psicodélicas. El uso de sustancias alucinógenas con fines espirituales está muy bien documentado desde la Antigüedad, y la época del Bosco no era una excepción. Hay personas que con mera concentración y meditación ya consiguen estados alterados de conciencia que les permiten, en efecto, cambiar los procesos de pensamiento y ampliar su visión de las cosas. Otros necesitan un empujoncito, y eso lo facilitaban los alucinógenos. Y cuidado, ambas vías eran igual de válidas, si bien la vía directa (mística) estaba mejor valorada dentro de las sociedades o hermandades que se dedicaban a la búsqueda de las verdades trascendentes. Pero no quisiera yo desviarme del tema, sino terminar ya: al protagonista de la tabla le están extrayendo un nenúfar, que el Bosco vincula con el simbolismo de la amplitud de visión. Es decir, es una crítica a aquellos que persiguen y anulan a los librepensadores, algo muy común en una época famosa por su intolerancia religiosa. Y este es sólo uno de los muchos mensajes que encierra esta tabla, una de las más profundas y tristemente de las más ignoradas. Merece la pena husmear en los detalles de esta obra, pues ahí están los mensajes.

P.D. Quedo muy agradecido a Eduardo Barba, jardinero, profesor e investigador botánico, que me confirmó muy amablemente que la planta no era un tulipán, sino un nenúfar. 


Resultado de imagen de la extracción de la piedra de la locura el bosco