miércoles, 25 de septiembre de 2019

186. Animismo y fetichismo en el universo de Tolkien

Este año en Escuela de Atención voy a seguir ofreciendo el curso titulado El Pensamiento Simbólico, en formato presencial y online, donde una vez al mes analizamos la simbología y mitología de algunas de las representaciones simbólico-artísticas más importantes de la humanidad: el Santo Grial, las Vírgenes Negras, el significado de las figuras de las pinturas del Bosco... y también hay espacio para la mitología moderna. El año pasado nos dedicamos a Star Wars, Harry Potter, Juego de Tronos, Matrix y algunas películas de Disney; y algunos alumnos me preguntaron por una gran ausencia. Así que sí, este año hablaré de El Señor de los Anillos. De momento, para ir abriendo boca, os dejo este texto de xataka.com con algunas pinceladas...

Animismo y fetichismo en el universo Tolkien, las armas infalibles para conquistar nuestra mente

Árboles en movimiento, piedras videntes que aportan habilidades sobrehumanas, decididos anillos con voluntad propia... El animismo (atribución de principios vitales a objetos) y el fetichismo (objetos que otorgan poderes al portador) están muy presentes en la Tierra Media de Tolkien y definen, como otros relatos de fantasía épica, este universo. Desde El Hobbit a El Silmarillion, pasando por la trilogía más conocida de este mundo (El Señor de los Anillos), Tolkien construyó todo un universo coherente y atractivo en el que no nos sorprendía ver águilas hablando con personas o dagas reaccionando al entorno. Y con ello afianzó las bases de todo un género literario: la fantasía, tal y como se la conoce hoy.

El Anillo Único tiene su propia personalidad

El Anillo Único, Anillo de Poder o el Daño de Isildur son las formas con las que se conoce al anillo dentro y fuera del universo de la Tierra Media. Quizá esta sobrenominación, que Tolkien usa con frecuencia, es la que confiere peso al objeto redondo y brillante capaz de multitud de dones y tormentos. Este anillo posee unos cuantos, pues es a la vez sortija y talismán. Puede hacer desaparecer a su poseedor, levantar determinados velos que ocultan la realidad, hacer que su portador entienda otras lenguas, controlar otros anillos, amplificar poderes que ya tuviese el anfitrión, controlar a algunas criaturas fantásticas como los Nazgûl, leer la mente de quienes llevan otros anillos, o disfrutar de la longevidad. Fetichismo en estado puro. Pero el anillo de poder, que aparece por primera vez en El Hobbit (allá en la Inglaterra de 1937) cuando salta al dedo de un joven Bilbo Bolsón, también tiene voluntad propia y busca reunirse con su dueño original y creador: Sauron. Así, es capaz de ajustarse a cualquier dedo, cambiar de poseedor e incluso escapar si hace falta. El animismo también está presente en el objeto más importante que diseñó Tolkien para su mundo; y la leyenda nacida en El Hobbit y continuada en la trilogía El Señor de los Anillos (1954) obtuvo aún más relevancia con la publicación póstuma de El Silmarillion en 1977. Han corrido ríos de tinta y aún no se sabe de dónde sacó Tolkien la idea de su anillo. Pudo haber salido de las óperas de Wagner Der Ring des Nibelungen, aunque Tolkien descartó la posibilidad en una carta a su editor; o del anillo Vyne de la época romana, que fue relacionado con una maldición. Sea como fuere, destaca cómo este autor supo combinar los elementos de su época para crear una de las sagas de mayor relevancia, ahora reeditada por Minotauro. 

Espadas con +3 de ataque y +2 de defensa

Dardo es uno de los objetos más característicos de El Señor de los Anillos. Esta daga élfica que Frodo emplea como una espada corta (lo suficiente como para que un hobbit la empuñe con facilidad) fue encontrada por Bilbo como ya ocurriese con el Anillo, y ambos fueron entregados a Frodo en su primera aventura, siguiendo cierto paralelismo entre ellos. Resalta porque es capaz de atravesar la piel de los trolls y cambiar de color ante la presencia de orcos en las inmediaciones, habilidades ampliadas que vienen francamente bien a los jóvenes hobbits. Esto recuerda el fetichismo de los juegos de rol y videojuegos RPG actuales, en que los jugadores van adquiriendo determinada indumentaria por el camino que les ayuda a prepararse. Es lo que llamamos “equipamiento” y que se consolidó dos décadas después de la publicación de El Señor de los Anillos en el juego de mesa "Dragones y Mazmorras" (1974), otras novelas épicas e incluso videojuegos clave como "Diablo" (1996). La adaptación del fetichismo y los objetos de poder ha seguido un avance gradual desde el misticismo y las creencias religiosas al ocio, pero no hubiese sido lo que es sin Tolkien y sus libros.

Cuando los árboles piden ayuda contra la codicia

También son característicos de la Tierra Media los árboles que hablan y sus pastores también vegetales: los ents. Más épico aún que la escena de la segunda película de El Señor de los Anillos es el capítulo del libro en que los ents levantan el Bosque Negro para luchar contra la avanzadilla de Sauron en la fortaleza de Isengard. Árboles luchando por su derecho a existir. Tiempo antes Saruman había empezado a talar de forma indiscriminada las orillas de estos bosques, convirtiendo los pulmones naturales en colinas de cenizas, en una obvia llamada a los efectos de la Segunda Revolución Industrial en la que se había criado Tolkien desde los tres años. A menudo animismo e industrialización se observan como fuerzas opuestas. Por un lado está la naturaleza prístina y en equilibrio, y por el otro el avance imparable de la fuerza del hombre (hoy diríamos ser humano, pero es la palabra que usaba Tolkien para la raza humana). Y son irreconciliables. El anillo y su poder, en este caso, representan la codicia del hombre, que había infectado la mente del mago. De haberse publicado en la actualidad, es posible que El Señor de los Anillos fuese entendida como una novela adaptada a la descarbonización y en defensa de la naturaleza, y es que el respeto a la misma está representado en todas las novelas de Tolkien.

Las teclas que Tolkien supo tocar en su universo

Las historias de la Tierra Media fueron éxitos de ventas durante décadas mucho antes de las películas conocidas y sus adaptaciones libreras. Incluso hubo películas previas como la versión de El Hobbit de 1966 (que dura 12 minutos) o la de 1977 (cuya visual e incluso temática recuerdan notablemente a "David el gnomo"). Pero nada ha superado a los libros y sus historias, de las que a menudo se han recordado fragmentos al ser el tiempo de metraje limitado como es el capítulo de Tom Bombadil que solo recordarán los lectores. Los libros de Tolkien tienen un algo característico que, con una fantástica combinación de animismo y fetichismo, han sabido conformar un espacio mágico. La magia, palabra que hemos evitado hasta ahora para definir el modo en que estos objetos y seres actúan con voluntad humana, está muy presente en el legendarium del autor. A lo largo de varias cartas, como esta a Milton Waldman, Tolkien da algunas claves sobre el uso de la alegoría combinada con la magia en sus relatos y novelas, e incluso hace referencia a los cuentos de hadas. Lo más llamativo es que él mismo admite no saber de dónde surgen algunas de sus ideas, por lo que es difícil hablar de un éxito consciente. Digamos, simplemente, que era un genio. Uno de estos casos es “la recuperación de los Silmarilli”, una de las historias de El Silmarillion, que Tolkien presupone tiene que ver con la idea escandinava del Ragnarök (aunque no está muy seguro). 

Tolkien nos hace sentir niños de nuevo

Arriba hemos hablado de “ríos de tinta”, y podríamos ejemplificar la expresión con textos de análisis académicos como el que Jaume Albero Poveda redactó en 2006 en su ensayo ‘Una tierra encantada: magia y significado en la ficción de J.R.R.Tolkien’. En él analiza las supersticiones del naturismo o animismo en la obra de Tolkien. Un paseo por Google Scholar nos devuelve miles de resultados. Los estudios sobre pensamiento mágico y misticismo coinciden en que en una cultura predominantemente racional se relega la magia a la infancia. El Ratoncito Pérez, los Reyes Magos, Papá Noel, son construcciones que sabemos falsas. Las olvidamos a medida que maduramos, a veces con cierta resistencia que pasa a formar parte de la ficción. Los libros de fantasía y sus relacionados, con El Señor de los Anillos a la cabeza, nos trasladan de nuevo a un mundo mágico en el que los objetos genuinamente inteligentes y no tecnológicos hacen uso de un poder invisible para potenciar a los buenos en su lucha contra los malos. Porque la batalla entre el bien y el mal siempre ha sido un punto a favor en una buena historia. 

Quizá abrimos sus páginas para volver a experimentar la sensación de que la magia existe. Para atesorar un poco de certidumbre. También es posible que releamos las novelas de Tolkien para regresar a tiempos más tranquilos en los que lo más grave que podía pasarnos era que el Anillo Único no fuese destruido. Refugiados en una historia que nos acompaña incluso cuando cerramos el libro.

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miércoles, 18 de septiembre de 2019

185. Las partes del Todo

Máscara chamánica representativa de la muerte (la calavera) y la vida (la corona solar) como un todo diferenciado pero complementario, credo de las tradiciones chamánicas de todo el mundo


"La vida se mantiene en un delicado equilibrio. Como rey, debes entender ese equilibrio y respetar a todas sus criaturas, desde la pequeña hormiga hasta el veloz antílope. (...) Y así, todos estamos conectados en el gran Ciclo de la Vida". Esto se lo dice Mufasa a su joven hijo Simba en El Rey León. La idea de que el universo es equilibrio aparece ya en la tradición griega, donde el kosmos ("orden") se mantiene en pugna con el kaos. Y las tradiciones espirituales de todo el mundo han sabido plasmar esta necesidad de equilibrio en sus panteones. Puesto que el sentido religioso nace de la experiencia, es fácil entender por qué nuestros antepasados consideraron el mundo como una realidad de equilibrio: es evidente que somos criaturas duales. Somos varones o mujeres, jóvenes o viejos, vivimos en ciclos de día y noche, tenemos frío y calor... pero al mismo tiempo parece haber un principio que trasciende todo eso y que hace que estos ciclos sean precisamente eso, ciclos. Expresado en lenguaje religioso, existe Dios y existe la Creación. Y entre ambos puntos debe haber un entendimiento, un tercer elemento que permita conciliar los opuestos. Y es de ese tercer punto del que vamos a hablar hoy.

En las religiones abrahámicas este punto de equilibrio entre los opuestos quedó muy claro desde el principio. ¿Cómo conciliar lo Absoluto con lo relativo, el Uno con el Dos, la Unicidad con la Dualidad evidente? Para el judaísmo, YHWH era el Uno. La Creación era el Dos. El tercer elemento fue, por tanto, el hombre. Aquel que fue creado a partir de la tierra (según Bereshit 2) y por tanto es parte de la Creación pero, al mismo tiempo, Dios sopló sobre él su aliento (en hebreo ruach) y le otorgó un alma, de procedencia divina, que fue lo que animó su cuerpo. Por tanto, en el hombre se concilian los dos principios, la tierra y el cielo, lo divino y lo profano. Y él, como mismo representante del equilibrio, también debe estar equilibrado per se. Por eso se le llamó Adam, que significa "hombre" pero en el sentido de "ser humano", algo parecido a lo que ocurre en griego entre los términos anthropos (ser humano) y aner (varón). En hebreo, "varón" es ish, por lo que Adam era un andrógino, contenía en su esencia los principios masculino y femenino, al varón y a la mujer. Recordemos lo que dice el Corán: "Dios ha creado el mundo en la balanza".


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La representación de Adán como varón en el arte ha servido para difundir la idea de que Dios primero creó al hombre y que la mujer es un producto derivado de éste, algo que tampoco es correcto

Ninguna religión ha revestido de tanta importancia al tercer elemento como el cristianismo: toda su teología se basa en la existencia de un dios que es uno y trino. ¿Cómo explicar esto? Se recurre muy a menudo a la leyenda de San Patricio y el trébol de tres hojas, pero podemos ponernos un poco más profundos. Puesto que el cristianismo fue una herejía del judaísmo, los libros del Tanaj, en especial la Torá, tienen una importancia capital para esta religión. Y en el libro de Bereshit, que en griego se llamó Génesis, volvemos a leer: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra (pasamos de la unidad a la dualidad), y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo (el kaos de la mitología griega), y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas". En este "Espíritu de Dios", que el cristianismo convirtió en Espíritu Santo, es donde encontramos nuestro tercer elemento, el que aporta el equilibrio a la dualidad creador-creación. Pero no podemos quedarnos solamente en el relato del Génesis, puesto que donde pone más peso el cristianismo es en el Evangelio, la historia de Jesús de Nazaret, el Mesías prometido. ¿Cómo se manifiestan los tres elementos en este nuevo escenario? Todo el cristianismo gira en realidad en torno a la idea de la unción, ya que "Cristo" es el término griego para el hebreo "Mesías", que no significa otra cosa que "el ungido". Y en toda unción hay tres elementos: el que unge (Dios Padre), el ungido (Hijo) y el ungüento (Espíritu Santo). He aquí la tríada que representa el equilibrio de los opuestos.

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El bautismo de Jesús es esta unción vista por ojos terrenales. Es en este momento en el que se convierte en Cristo, puesto que el agua del Jordán que el Bautista derrama sobre su cabeza se convierte de inmediato en óleo sagrado ante la presencia del Espíritu Santo

Por su parte, el islam negará rápidamente la necesidad de un tercer elemento que aporte equilibrio y sostendrá que no hay nada que equilibrar, puesto que sólo existe Dios (en árabe Al-lah), y que Dios tiene en sí mismo los principios masculino y femenino de los que emana toda la Creación. Su principio masculino, solar, crea el mundo; mientras que su principio femenino, lunar, lo regenera y nutre. Para el islam 3 es 1, sin distinción. Se trata de una concepción de lo divino muy cercana por un lado al panteísmo y por el otro a las grandes tradiciones orientales, donde el mundo es maya (ilusión) y la multiplicidad que salta ante nuestros ojos es mera apariencia. El saber y aprehender esto ayuda a vivir de acuerdo a este gran principio: "no hay un Él ni un yo, porque Él es yo y yo soy Él.", afirmaba Ibn Arabi. "Nada has perdido, nada busques. Cientos eres, ¡conócete a ti mismo", decía Farid ud-Din Attar. Lo divino y lo profano es una misma cosa, inmanente y trascendente a la vez. Eso es el equilibrio. Como hemos citado antes: "Dios ha creado el mundo en la balanza". Para el islam, el hombre es la joya engarzada en el broche del Absoluto.

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Aunque la luna y la estrella no es un símbolo original del islam sino que está tomado del Imperio Otomano, explica muy bien el concepto de la divinidad y el hombre: la luna creciente o menguante representa los dos principios de dios, el solar (la parte visible de la luna) y la lunar (su parte invisible), mientras que la estrella de cinco puntas hace referencia tanto a los Cinco Pilares del islam como al Adam Kadmon, el Hombre Perfeccionado, que vive de acuerdo a la voluntad de Dios  

Pero por supuesto, no sólo las religiones abrahámicas han considerado estos tres elementos y han constatado esta idea de equilibrio en sus panteones: en las antiguas religiones denominadas paganas y en las dhármicas encontramos cuantiosos ejemplos: 

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Para los antiguos griegos (y más tarde para los romanos), el equilibrio existía entre los tres dioses principales del panteón: Zeus-Júpiter, Poseidón-Neptuno y Hades-Plutón, cada uno de ellos gobernando una parte de la creación, los cielos, los mares y el mundo subterráneo respectivamente. La superficie terrestre era territorio de los tres. Para Karl Kerényi, los tres dioses no eran sino aspectos distintos de un solo principio divino. Además, cada uno de estos dioses tuvo un hieros gamos o matrimonio sagrado entre lo masculino y lo femenino: Zeus se casó con su hermana Hera, Poseidón con Anfítrite y Hades con su sobrina Perséfone

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En la India, la Trimurti (literalmente "tres formas") o trinidad puránica formada por los dioses Brahmá (Creación), Vishnú (Conservación) y Shivá (Destrucción) sustituyeron en el siglo III a.C. a la antigua trinidad védica formada por Agni, Indra y Suria. Además, al igual que ocurrió en la cultura grecolatina, estos dioses también tuvieron su respectivo hieros gamos, hasta el punto de que ellos y sus esposas eran entendidos como un todo: Brahmá se casó con Saraswati, Vishnú con Lakshmi y Shivá con Sati / Parvati, ya que se consideraba que ésta última era la reencarnación de la primera

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Aunque hasta nuestros días ha llegado la noción del dios Odín como líder del panteón y Padre de Todos, para los pueblos nórdicos que concibieron esta teología los dioses principales eran también tres, y eran hermanos: Odín (la sabiduría, la guerra y la muerte), Vili (las emociones y la inteligencia) y Ve (la capacidad de hablar, la palabra y los sentidos). Los tres eran hijos del gigante-dios Bor y de la gigante Bestla. Mataron a su antepasado Ymir, y con su cuerpo crearon el universo. también fueron ellos los que crearon al hombre y a la mujer, a partir de dos árboles

Para las grandes culturas de Mesopotamia, los sumerios y los acadios, su panteón estaba regido por una tríada: Anu (dios de los cielos), Enlil (dios de las tormentas) y Enki/Ea (dios de las aguas subterráneas). Curiosamente, los tres estaban relacionados con la misma diosa: Ninhursag, también llamada Ki, la manifestación divina de la Tierra. Esta diosa recibía muchos nombres y en los diferentes relatos aparece como hermana y consorte de alguno de estos tres dioses, o incluso de varios a la vez. Al tratarse del panteón más antiguo del que tenemos constancia podemos atestiguar que la idea del equilibrio en el universo es tan antigua como el propio hombre 

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Para los antiguos egipcios, la tríada divina era una familia: Osiris, su hermana y esposa Isis y el hijo de ambos, Horus. Osiris, un dios de la vegetación, será asesinado por su hermano Seth (el dios del desierto), rescatado y resucitado por su esposa Isis; y juntos concebirán a Horus, que luchará contra su tío y ocupará su legítimo lugar en el trono de Egipto. Osiris, por su parte, pasará a gobernar el inframundo. Este mito del dios muerto y resucitado estuvo muy extendido por el mundo mediterráneo, donde encontramos ejemplos como Atis, Tammuz, Adonis, Dionisos o el propio Jesucristo

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El Taijitu es la forma más habitual de representar el yinyang (literalmente "oscuro brillante"), un símbolo muy asociado al taoísmo pero que es común a todas las religiones dhármicas actuales. Muy a menudo se muestra como representación de la existencia de los opuestos y cómo estos son complementarios, cómo coexisten sin mezclarse. Lo blanco y lo negro es lo frío y lo caliente, lo suave y lo duro, lo oscuro y lo luminoso... aquí está representado el Universo. Pero, ¿cuál es el tercer elemento en un símbolo que es la dualidad manifiesta? Pues... los puntos. La clave del camino está en descubrir lo yang en el yin y lo yin en el yang. Eso es el equilibrio

En definitiva, todas las culturas han buscado explicar la relación entre el ser humano y su entorno, y su pensamiento religioso es un reflejo de ello. El concepto de trino es, como hemos visto, común a todas las tradiciones espirituales. El propio Pitágoras, con su religión numérica, tenía en alta estima el 3 ya que era el primer número que se podía manifestar físicamente en una figura geométrica. Somos criaturas del mundo, y como tales nuestro afán espiritual nos lleva a relacionar múltiples cosas. Los dioses no son sino emanaciones del mundo natural y la experiencia de nuestros antepasados con él. Conocer esto y muchas cosas más nos ayuda a entender las raíces sobre las que se asienta nuestro presente y nuestra forma de ver el mundo. Sólo conociendo de dónde venimos podemos saber a dónde vamos y aprender a relacionarnos con la vida, con los demás y con nosotros mismos. Por todo ello, siempre ultreia ("ir más allá").

Cuando era pequeño me encantaba leer mitología, pero no la consideraba más allá que cuentos e historias antiguos. Pero a medida que fui leyendo mitos de otras culturas y, sobre todo, estableciendo relaciones entre unas y otras (en eso consiste la mitología comparada), me di cuenta de que era mucho más que eso: un río de pensamiento y conocimientos perennes que nuestros antepasados legaron a la posteridad. Por eso, este año en Escuela de Atención voy a desarrollar tres cursos: El relato mitológico de Occidente, El relato mitológico de Oriente (en ambos hablaremos de lo que hemos comentado más arriba y de muchas más cosas) y El Pensamiento Simbólico, y lo vamos a ofrecer tanto en formato presencial como en formato online. Si te interesa y quieres información sobre alguno de estos cursos puedes visitar nuestra web o enviarme un correo electrónico a orientacion@philippusthuban, y te diré todo lo que quieras saber. ¡Te espero! 

miércoles, 11 de septiembre de 2019

184. El museo del misticismo de Ávila

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Esta semana me gustaría hablaros de un lugar que he visitado recientemente. Lo tenía pendiente desde hacía mucho tiempo, y tengo sentimientos encontrados. Pero voy a dejar mi conclusión para el final. El centro de interpretación del misticismo de Ávila es un espacio único en Europa que pretende introducir a los visitantes en el fenómeno místico. Se ofrece como un compendio de la mística universal y como una obra de arte de rasgos místicos, aunque modernos. Se ubica en un edificio rehabilitado extramuros, y muy próximo al convento de Santa Teresa, en el que no se ha alterado el volumen, introduciéndose una estética contemporánea, cuyo rasgo más significativo es la cubierta prismática, que deja filtrar la luz a través de una membrana laminada exterior. Se organiza en cuatro salas, que coinciden con los cuatro principios universales en que los creadores han dividido la mística: 

- Sala 1. La Tradición

- Sala 2. El Conocimiento del yo, el lugar para estar con uno mismo

- Sala 3. La Iluminación, la de la unión con Dios

- Sala 4. La Acción, el regreso al mundo

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SALA 1. LA TRADICIÓN
“Una palabra muere al pronunciarse,
dicen por decir. Yo creo que es entonces
cuando comienza a vivir”

Emily Dickinson, poetisa estadounidense (1830-1886)

A uno y otro lado de la sala, la simbología perenne del misticismo: la casa, el libro, el árbol, los espejos... Después, el Árbol de la Vida. Árbol de la Inmortalidad, el Axis Mundi o Centro del Mundo, el Árbol de la Vida hebreo, el Yggdrasil nórdico, el Etz Sefirot, el Árbol de las Emanaciones o Árbol de la Vida de la Cábala, la ficus religiosa o higuera bajo la que Siddhata Gotama alcanzó el Nirvana y se convirtió en Buda… representación y también reflejo de tantos y tantos árboles de la tradición religiosa y mitológica del mundo: el árbol que permite alcanzar el cielo desde la tierra y viceversa. Por último, Origen y Destino. La sala está rodeada de tierra volcánica, tierra del interior de la Tierra, de donde salimos y a donde volveremos, ley eterna de la condición humana “pues polvo eres y en polvo te convertirás” (Génesis 3:19).

 
 


SALA 2. EL CONOCIMIENTO
“Debe desmontarse el edificio de tu orgullo.
Y esa es una enorme tarea.”

Ludwig Wittgenstein, filósofo austríaco (1889-1951)

Al principio, la Esencia de las Cosas. Un velo que oculta y muestra al mismo tiempo, gracias a una textura abierta, varias capas superpuestas aluden a un tema universal de la mística: la esencia de las cosas está velada, escondida tras las apariencias. La estatua de la Isis velada a la entrada de la Escuela de Misterios de la isla de Philae en Egipto o Cristo curando a los ciegos. Las Raíces del Árbol se extienden. Innumerables rizomas recogen los nombres de algunos de los principales místicos universales, de todas las culturas, de todas las creencias, de todos los tiempos, pues la mística es esencia común. La Cuerda, que sube en vertical, mostrando un leve deshilachado que marca su presencia y su discontinuidad. La subida no es fácil, a pesar de las apariencias. Así nos lo recuerdan San Juan de la Cruz en Subida del Monte Carmelo y Santa Teresa en El castillo interior. El acceso directo no es posible para los mortales. Véase el destino de Belerofonte, el de Faetón, el de Ícaro. Solo Dante, en la mitología de la ascensión, fue advertido por Virgilio cuando intentó ascender por la montaña de forma directa y se encontró con la terrible fiera que le cortaba el paso: “que esta, por la que gritas, bestia brava, no cede a nadie el paso por su vía, y con la vida del que intenta acaba” (Infierno, I 95-96)

 
 




SALA 3. LA ILUMINACIÓN
“La nada es la llave.
Abre a lo desconocido”

Edmond Jabès, escritor judío (1912-1991)

Lo primero, la Luz. Una invasión de luz que atraviesa las paredes convertidas en ventanas que dejan fuera cualquier visión, sólo para filtrar la luz. La luz que trae la Verdad. El Uno. La instalación simboliza la tensión entre el Uno, la piedra (lo eterno, lo imperecedero, lo permanente) y lo múltiple, la arena (el polvo, lo mutable, la ceniza de la humanidad, lo mortal y finito). Bereshit bara elohim et hashamayim ve'et ha'aretz, “en el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Del Uno, lo múltiple. En el mandala se aprecia la multiplicidad que se va reduciendo hasta el centro, hasta la unidad, el todo y la nada. Como es arriba es abajo, como es dentro es fuera, reza la máxima hermética. “Mi corazón es capaz de comprender cualquier forma: es monasterio para el monje, templo de ídolos, prado de gacelas, el Ka'ba votivo, las tablas de la Torá, el Corán. El Amor es mi credo; donde quieran que vayan sus camellos, él sigue siendo mi creador y mi fe”, escribió el gran Ibn Arabi en El intérprete de los deseos. Y tal fue la sabiduría y el conocimiento de la Unidad que alcanzó el gran sufí murciano que dejó escrito: “Él es el Primero y el Último, lo Exterior y lo Interior. Él aparece en su Unidad y se esconde en su Singularidad (…) Él es el Nombre y lo que es nombrado”. Así dijo en su Tratado de la Unidad. Y al final, la Nada. ¿Es la ausencia de todo? Al fondo de la sala, tres sólidas estelas imponen su presencia, vacías de todo signo, señal o grafía, “metáforas de la nada, fuga metafísica”. Como se ha citado al principio a Jabès, “la nada es la llave, abre a lo desconocido”. Esta concepción de la Nada como “meta” de la mística experimental no es habitual en Castilla. San Juan o Santa Teresa seguramente nunca habrían dicho que su unión con lo sagrado era la nada. Recordemos a Santa Teresa diciendo que “está el alma que parece que no le falta nada”. Se habla de un estado de plenitud absoluto, pero con el Todo. ¿Es lo mismo que la Nada? Esa “nada” parece encontrar mejor campo de cultivo en la mística del Lejano Oriente, donde tanto el taoísmo como el budismo o la rama vedanta advaita del hinduismo se encuentran mucho mejor reflejados en esa “nada”. Quien mejor puede definirlo es la filosofía dhármica concreta del budismo, la cual utiliza un término maravilloso: nibbana, nosotros lo conocemos como nirvana. Esta palabra proviene de un término sánscrito que significa, literalmente, “apagado”, como una vela. Entrar en el Nirvana es fundirse con esa Nada de la que hablan las tres estelas. La liberación de los deseos, de la conciencia individual y de la reencarnación. Nada permanece, salvo el Nirvana. Un taoísta nos diría lo mismo del Tao, un advaita lo mismo del Brahman. La concepción de la Nada como la energía del universo aparece hoy cobrando nueva fuerza con la física cuántica, la cual establece que, de existir Dios, lo más probable es que sea muy similar a lo que llamamos Vacío. No se trata únicamente de despojarse de ideas preconcebidas, prejuicios, bienes materiales o todo lo que se nos pueda ocurrir, sino el aprehender que no hay nada fuera de la Nada, o del Todo.

  
  


SALA 4. LA ACCIÓN
“Ni todo está dicho, ni todo está escrito,
y así habrá siempre que escribir hasta el fin del mundo”

Miguel de Molinos, místico español, fundador del quietismo (1628-1696)

El Mundo. En la última sala se abre en la pared un ventanal que nos permite ver la calle, es decir, el mundo. Un mundo que no hemos abandonado en ningún momento de nuestro viaje. “Vive en el mundo sin pertenecer al mundo”, parece sugerir Jesús, tal y como se recoge en Juan 15:19. Los pies en la tierra, la mente y el corazón en los cielos. Volvemos al simbolismo del árbol: no olvidemos las raíces. No nos encerremos en nosotros mismos, en nuestro alimento espiritual, y dejemos de lado el material. Seamos como Marta y María, las hermanas de Lázaro de Betania. El Espino. Colgada en la pared, una pieza de hierro obra de Daniel Canogar. Sirve de recordatorio de que el mundo está lleno de dificultades, que debemos superar. Sin embargo, la herramienta de dolor puede serlo también de trascendencia. Porque el mundo es el mismo de antes, pero nosotros ya no somos los mismos que cuando nos fuimos. Si el viaje místico ha sido realmente tal y nos ha servido, ocurrirá como en El Mago de Oz: somos Dorothy que queremos regresar a Kansas, la misma ciudad gris y aburrida de la que queríamos escapar al principio, pero nosotros sí hemos cambiado. Y de nuevo, la tierra volcánica. El interior de nuestro planeta, nuestro destino final. Nada ha cambiado, y todo lo ha hecho.

 
 

Y ahora, la conclusión. El centro en sí no está mal, la idea es interesante... pero podría ser mucho mejor. Es un centro único que en Europa que trata un tema universal en una ciudad que lleva la mística como sello, y cuando sales te quedas con la sensación de que sí, pero no. Falta algo. Se te queda corto. No está bien explicado. Claro, si te dedicas al estudio de la religión y la mística puedes aprovecharlo mucho, pero la gente que no, que son la mayoría de los visitantes de Ávila, se queda igual que estaba al entrar. Extrañada, a lo sumo. Creo que el Ayuntamiento debería dedicar más tiempo y esfuerzo a mantener este lugar vivo (cuando entré yo estaba prácticamente vacío, había otras dos personas). Yo también introduciría un fondo documental abierto al público donde se pudiesen consultar las grandes obras de místicos y místicas de todos los tiempos. Que artistas contemporáneos, como ya han hecho, sean invitados a interpretar esos textos y a crear algo con ellos, y que sus creaciones vayan variando a lo largo de los meses. Que se faciliten visitas guiadas donde personas cualificadas puedan explicar el fenómeno místico a todo el mundo y hacerle partícipe de su magia. Tal y como está ahora el museo, se abrió así y así se ha quedado, dando la sensación de estancamiento y abandono. Y la mística es algo vivo y vibrante, y también nos pertenece a los hombres y mujeres del siglo XXI. Tal como está parece que la mística murió en el siglo XVI. Y es una lástima.

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miércoles, 4 de septiembre de 2019

183. Estamos hechos de historias


Hoy quiero encabezar esto con una frase de Eduardo Galeano, que hoy cumpliría 79 años: "los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí me ha dicho un pajarito que estamos hechos de historias."  Para los que nos dedicamos a la divulgación religiosa, esta frase no puede ser más cierta: las historias, la filosofía, la Biblia, los clásicos griegos, la simbología religiosa, la mitología y otras ciencias humanas hablan de los mitos y símbolos más antiguos al hombre y a la mujer de hoy. Toda persona se pregunta, en el fondo de su ser, por lo que han sido siempre los enigmas del ser humano, siempre enigmáticos, pero también eternamente necesitados de elaboración: la muerte, el amor, el sentido de la vida, la solidaridad, los comportamientos humanos irracionales...etc. Todas estas cuestiones se tratan en las religiones del mundo, y los relatos que han pervivido porque los contamos repetidamente es porque nos han marcado, porque nos los han enseñado de pequeños, porque los ha transmitido la sociedad, y todos ellos configuran nuestra manera de ver el mundo: son nuestra mitología. Lo maravilloso y terrible de estos relatos es que están abiertos a mil y una lecturas. Una tradición cabalística cuenta que cuando Dios entregó a Moisés la Torá le reveló miles de interpretaciones, una por cada uno de los hijos de Israel que estaba a los pies del Monte Horeb. La lectura histórica de la Torá afirma que los hijos de Israel son los judíos. La lectura mitológica de la Torá revela que todos los seres humanos somos los hijos de Israel, y que el Símbolo tiene un significado distinto para cada uno. Y lo más importante, que uno no anula al otro, sino que lo complementa. Uno puede ver en el relato de la creación de Eva la justificación teológica de la supremacía del hombre sobre la mujer, pero también puede ver la supremacía de la mujer sobre el hombre (Eva fue el último elemento de la Creación, un perfeccionamiento del hombre) o también que en realidad el hombre y la mujer son iguales ante Dios (en tanto que Adam en hebreo significa "hombre" en el sentido de "ser humano", no de "varón", lo cual es ish; algo parecido a lo que ocurre en griego con anthropos y aner). Los relatos mitológicos tienen muchas lecturas, pero una esencia. Lluís Duch, antropólogo y monje de Montserrat, decía que la vida humana es a menudo paradójica, una conjunción entre la razón (la lógica, el concepto, el análisis) y el mito (la intuición, la imagen, la narración): la vida es logomítica. Y parte de la salud psíquica consiste en equilibrar estas dos dimensiones. 

La frase “más Platón y menos Prozac” tiene algo de verdad: necesitamos filosofía, pero también conocer y estudiar los mitos, para poder encontrar guías para entender y digerir lo que nos pasa. Los mitos y los símbolos nos ayudan a elaborar lo que nos hace daño, lo que a veces queda recluido en el cuerpo en forma de dolores psicosomáticos, insomnios, vacíos existencial. Los mitos son cuentos universales, o expresiones del inconsciente colectivo (como diría C.G.Jung) que nos trasmiten el saber intuitivo que han forjado las civilizaciones a lo largo del tiempo, y a la vez son “transformadores” de energía psíquica. Por esto una poesía, un cuento, un mito, o un relato bíblico, pueden cambiar nuestro humor, e incluso, nuestra manera de vivir. Pero también es necesario un estudio crítico del mito, porque dentro de esta sabiduría que se nos transmite, también pueden estar mezclados prejuicios culturales, pensamientos mágicos arcaicos, defensas sociales agresivas... Por ese motivo es tan útil hacer una interpretación a través de una crítica de las ideologías. Y cuando hablamos de mitología tenemos que hablar también de la Biblia. Eliminando el sentido peyorativo que tiene la palabra “mito” de narración falsa, hemos de descubrir como muchos pasajes bíblicos usan el género literario mítico para expresar su mensaje. 

Es muy interesante cómo el Tanaj, la Biblia y el Corán no son sólo Sagradas Escrituras (y cuentan, por tanto, con un carácter testimonial para las religiones), sino que son además literatura y creadoras de literatura, de otros mitos, de arte. El literato canadiense Northrop Frye (1912-1991) calificó la Biblia como el código de la cultura occidental; en ella encontramos los grandes relatos que han configurado nuestra imagen colectiva desde hace milenios. Para él, es necesario distinguir la mitología de la ideología, los relatos míticos son manifestaciones de las vivencias existenciales humanas, apuntan a las posibilidades de desarrollo. La ideología, en cambio, es un discurso que nos dice que ya estamos en el mejor de los mundos posibles, que lo que es necesario es conformarnos, no soñar; por eso son más necesarios los relatos míticos que los discursos ideológicos. Jung decía que el ser humano, en su primera parte de la vida, estaba destinado a esforzarse por encontrar un lugar en la sociedad (trabajar, formar una familia, participación social, etc.) En la segunda parte de la vida, en cambio, era necesario que el individuo se abriera a la espiritualidad (en el sentido amplio) para encontrar un sentido a la vida, si no quería caer en algún tipo de “neurosis obsesiva”.