miércoles, 26 de junio de 2019

176. Un soplo de Cábala

La Cábala no es otra cosa que la mística judía, y en ella se encierra el secreto del mundo, reflejo de los secretos de la vida divina. En el próximo curso 2019-2020 seguiré celebrando en Escuela de Atención el ciclo El Pensamiento Simbólico, y una de las sesiones estará enfocada al mundo de la Cábala. Se trata de un universo apasionante, aunque siempre oscuro y envuelto en un halo de misterio. La Cábala no es, como muchas veces se escucha, un sistema unitario de ideas místicas y en especial teosóficas. Conceptos como, por ejemplo, "la doctrina de los cabalistas", sencillamente no existen. La Cábala es un sistema enormemente rico en su variedad y multiplicidad de sentidos e interpretaciones. Sin embargo, hoy no quiero hablar de la Cábala per se sino de algunos conceptos de la tradición cabalística que aparecen recogidos en varias obras. Me gustaría empezar con un pasaje que aparece por primera vez en el célebre Zohar, el Libro del Esplendor, escrito por el sefardí Moisés de León en el siglo XIII. La idea viene a ser como sigue.


La Torá es como una amada hermosa y bien proporcionada que se oculta en un recóndito aposento de su palacio. Tiene un único amante, cuya existencia todo el mundo ignora, que permanece escondido. Por amor a ella merodea el amante continuamente ante la puerta de su morada y deja vagar sus ojos en todas direcciones, buscándola. Ella sabe que el amado está constantemente alrededor de la puerta de su morada. Entonces entreabre ligeramente la puerta en el escondido aposento donde se encuentra, a través de una ventana desvela por un instante su rostro al amado e inmediatamente lo oculta otra vez. Todos los que quizá pudieran estar junto al amado nada verían ni percibirían. Únicamente él lo ve, y su interior, su corazón y su alma van en pos de ella, y sabe que por su amor la amada se ha manifestado un instante y que, en ese instante, su corazón y su alma también han ardido de amor por él. Así ocurre con la palabra de la Torá. Sólo se revela a quien la ama, pues ella sabe que un místico (en hebreo hakim libba, literalmente, "el que posee sabiduría de corazón") siempre está rondando su puerta.

Este hermoso relato de amor contrasta radicalmente con la idea que tienen muchas personas de que el judaísmo es una religión extraordinariamente rígida y rigurosa. Sí y no, como ocurre en todas las religiones. Pero esta visión del rigor aparente choca con otra hermosa idea cabalística, que es la de la piel de serpiente. Dicen que cuando YHVH creó a Adán y Eva los hizo de luz pura, de esa primera luz del Génesis. Pero cuando tuvo lugar la Caída, Dios les hizo "vestidos de piel" y los expulsó del Edén. Para los místicos judíos, ese vestido de piel representaría la envoltura carnal del ser humano, a la que se denomina piel de serpiente. Y la cosa va más allá: la naturaleza de Adán y Eva, al ponerse la piel de serpiente, se hizo material. Y por lo tanto, fue necesario que la Torá adquiriese una forma material y contuviera unos mandamientos materiales, pues están basados en la naturaleza corpórea y material del hombre. Pero antes de la Caída, Adán y Eva amaban la luz pura de la Torá, y la Torá les amaba a ellos. Y aquí me viene a la mente otro concepto interesante: la plena igualdad entre el hombre y la mujer, algo que para el judaísmo rabínico general es discordante pero para muchas corrientes del judaísmo ha sido fundamental. Todos sabemos que hay dos relatos de la creación del ser humano, que aparecen recogidos en Génesis 1 y Génesis 2. Pues bien, Dios crea a Adán en ambos relatos, pero en Génesis 1 leemos "varón y hembra los creó". Sin embargo, ese "los" es un cambio intencionado en la traducción, ya que en hebreo dice "varón y hembra lo creó". Dicho en otras palabras, Adán es andrógino, y no puede ser de otra forma: el término Adán (en hebreo ha'adam) significa "hombre" en el sentido de "ser humano". Al igual que en griego ocurre con los términos antropos y aner, en hebreo sucede con ha'adam e ish, que significa "hombre" entendido como "varón". Dicho de otra manera, Eva estaba dentro de Adán porque Adán eran ambos, uno. Representaban la total unidad del ser humano, el amor más completo. Y la Torá en su esencia más pura también vivía ese amor en Adán.  

Tanto hincapié se hace en la relación de amor entre la Torá y el místico que la palabra utilizada en hebreo para "maestro" (rabi) adquiere el sentido propio de "esposo de la Torá", como el señor de la casa al que ella revela todos los secretos y nada le oculta. Y sus secretos son numerosos...

En el Ra'ya mehemna, texto cabalístico, el autor señala que la Torá es una fuente inagotable que ningún cántaro (en hebreo kad) puede abarcar. La palabra kad tiene un valor numérico de 24, y eso para el autor es signo evidente de que ni todos los 24 libros que conforman el Tanaj, el canon bíblico del judaísmo, pueden abarcar la profundidad de la Torá. Y me gustaría profundizar más en este simbolismo del cántaro, a imagen del relato que hemos transcrito un poco más arriba, aunque en este caso sea de mi invención y, por tanto, de peor calidad. Con todo, me sirve para la idea que busco expresar.

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Cinco personas han ido a comer a un restaurante. Cuando terminan el banquete, el dueño les invita a visitar la bodega. Una persona no está interesada y se queda esperando en la sala, mientras que las otras cuatro entran en la bodega. Allí hay muchos cántaros de distintos tamaños, formas y colores. La primera persona echa una mirada general a la estancia y a los cántaros, pero sale pronto de la bodega porque no le causa ningún interés. La segunda persona se acerca curiosa a algunos cántaros que le llaman la atención por encima de los demás, y abandona la estancia con asombro y agradecido por la experiencia. La tercera persona se dedica a abrir alguno de los cántaros y ve que están llenos de vino. Deja que el olor le embriague y sale de la bodega. La última persona ha destapado también algunos cántaros y del mismo modo ha disfrutado del aroma. Entonces, el dueño de la bodega le ofrece a beber un poco de vino. Estas cinco personas son las actitudes que podemos adoptar ante las manifestaciones de la Tradición. Podemos quedarnos sin bajar a la bodega, simplemente sabemos que existen las religiones y los libros sagrados pero no tenemos ningún interés en su conocimiento. También podemos hacer como la segunda persona y quedarnos en el aspecto externo: todas las religiones y todos los libros son distintos entre sí, como los cántaros grandes y pequeños, azules o verdes. Todo parece un galimatías, y tenemos otras cuestiones que nos interesan más (ojo, hay quien critica o se burla de los demás por preferir un cántaro u otro). Podemos hacer también como la tercera persona: acercarnos a mirar los cántaros y sentir más curiosidad o interés por unos que por otros (también podemos convertirnos en devotos fans de un cántaro concreto). La cuarta persona es la actitud del estudioso de las religiones: entre ese maremagnum de diferencias exteriores uno descubre que, cuando se abren los cántaros, todos contienen lo mismo: vino. La esencia de la Tradición. Y es algo que alberga los más altos valores, lo que permite al ser humano alcanzar las más altas cotas de realización. Aquellos que han visto ese vino son los que se han dedicado al estudio y al diálogo interreligioso. Y por último, la quinta persona representa al místico. A aquel o aquella que, en un don concedido por el Principio Supremo, ha podido saborear con sus sentidos y en toda su experiencia terrenal la gracia de la esencia profunda, perfumada y sagrada de la Tradición.   

Beber de ese vino es entrar de lleno en el misterio, penetrar "más adentro en la espesura", como muy bien escribía San Juan de la Cruz. Cada una de esas personas es, lo hemos dicho, una interpretación y una actitud ante la Tradición. Y puede ser una actitud oscura (de indiferencia o ignorancia) o iluminada (de curiosidad/interés o conocimiento). Lo he dicho muchas veces, pero lo vuelvo a repetir: una no es mejor que la otra, no se trata de hacer un juicio moral. Digo lo de la luz por poner otro ejemplo de la profundidad del pensamiento cabalístico: en hebreo, luz (or) y misterio (raz) comparten valor numérico, 207. Así que, cuando en el Génesis se nos dice: vayo'mer 'Elohim, yehi 'or vayehi 'or ("Y Dios dijo hágase la luz, y fue la luz"), lo que se crea no es solamente la luz, sino también el misterio. Un misterio que se transparenta, para aquellos que lo buscan, en la Torá. Estudiarlo se convierte entonces en un acto de fe, en un acto de amor.  


miércoles, 19 de junio de 2019

175. Cultura y religión en la Hispania romana


Si resulta fácil dejar constancia de los elementos de la cultura material de una época, no lo es tanto interpretar su sentido. Todo el mundo sabe que la exploración de superficie y las excavaciones arqueológicas están aportando constantemente puentes, acueductos, teatros, circos, anfiteatros, templos, plantas de ciudades y de casas, objetos de uso doméstico y de decoración personal, etc. No pretendemos presentar un catálogo de todos estos restos, ni siquiera mencionar todos los que son considerados más "importantes" (¿desde qué óptica?), sino, a través de ellos, acercarnos al conocimiento del sentido de los cambios culturales y religiosos en la Hispania de los primeros siglos del Imperio.

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Ya Levi-Strauss ha hecho advertir que las llamadas "sociedades primitivas" alcanzaron frecuentemente una compleja elaboración en la explicación del mundo y de sus múltiples fenómenos. El mal llamado "primitivo" ofrece sistemas de pensamiento altamente coherentes que, en ocasiones, han superado áreas de la ciencia desacralizada moderna: tal es el caso, por ejemplo, de los métodos clasificatorios de las plantas y de sus propiedades curativas. Ahora bien, los principios de donde se deriva la coherencia del primitivo (que no es ni infantil ni irracional) son generalmente distintos de los seguidos por la ciencia occidental moderna, y frecuentemente imbuidos por las creencias religiosas. No es posible entender las llamadas sociedades primitivas sin tener presente el contenido de sus creencias religiosas; incluso la historia griega y romana antiguas quedarían falsificadas si se olvidase del enorme peso de la religión en todos los sectores de la actividad privada o pública. Y esto es igualmente válido para la Hispania antigua. 

Los numerosos dioses que conocemos de la Hispania antigua corresponden realmente a cuatro bloques religiosos: el indígena, el romano, el oriental y, dentro de este, el cristianismo. Mientras que la religión romana, desde que en los últimos siglos de la República se asimiló con la griega, de la que tomó gran parte de sus mitos, se presenta como una religión orgánica y coherente (naturalmente, con la limitada coherencia de toda religión, y más si es politeísta), lo mismo que es coherente el monoteísmo cristiano, los bloques religiosos indígena y oriental estaban realmente formados por religiones muy diversas. La unidad interna de cada uno de ellos es más bien artificial al hablar de Hispania: siendo precisos, hay que hablar más bien de "religiones indígenas" y de "divinidades orientales", pues no era la única religión de los diversos pueblos de Hispania, como tampoco, a excepción del cristianismo, llegó a la Península una religión oriental completa sino divinidades de diversas religiones (siria, capadocia, fenicia, egipcia). Habrá que abandonar, por impreciso, el empleo de la expresión "religiones prerromanas" de Hispania, ya que estas no desaparecieron con la conquista ni bajo la administración romanas. 

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La documentación no siempre nos permite conocer la advocación bajo la que era venerada la divinidad, y esto es válido incluso para algunos romanos. El toro como símbolo de fuerza, fecundidad o fiereza se representa como símbolo religioso, sin tener siempre una clara relación con la advocación del dios a que acompaña. Es cierto que el significado de los símbolos religiosos difícilmente se comprende sin conocer el mito: el símbolo puede representar una teofanía, como un animal u objeto del que se sirvió el dios, etc. Como sugería Dumèzil, la cruz de los cristianos, tan fácilmente comprensible en la cultura occidental ¿qué interpretaciones recibiría de pueblos que nunca conocieron el cristianismo? Y en análoga situación nos encontramos ahora respecto a algunos símbolos religiosos que nos aparecen desligados del dios y del mito.

En las cuevas-santuario y en los santuarios ibéricos se han hallado varios miles de exvotos, pero desconocemos el nombre del dios o dioses allí venerados. Entre los exvotos se hayan piernas, brazos, estatuillas de orantes, jinetes, animales de diversas especies, etc. ¿Se veneraba a un dios de la salud o de la fecundidad animal o protector de los guerreros... o se veneraba a varios dioses? ¿Eran dioses personificados o fuerzas de la naturaleza vagamente concebidas? Estas y otras preguntas no pueden ser respondidas con garantía, aun cuando ciertas analogías con otros lugares de culto del Mediterráneo permitan introducir hipótesis razonables. Nos encontramos pues, con un amplio abanico de cuestiones aún no resueltas.

Historia de España. I Introducción. 
Primeras culturas e Hispania romana
Manuel Tuñón de Lara

miércoles, 12 de junio de 2019

174. Por qué el elefante

En este tercer y último ejercicio de la etimología de mi nombre vamos a hablar de lo que implica el simbolismo del elefante. Casi todo lo relacionado con los elefantes africanos y asiáticos tiene proporciones enormes: su imponente arquitectura, la grandeza de sus almas, la elocuencia con la que residen en su espléndido gigantismo cada vez más vulnerable. Nacieron con pies acolchados que están en armonía con las vibraciones de la Tierra, tienen mil tipos diferentes de células olfatorias y táctiles en sus trompas, viajan con sigilo y agilidad por las cambiantes superficies de las selvas pluviales y estribaciones de las montañas, de la sabana africana y de la periferia de los desiertos, de los bosques rurales de un santuario en Tennesse y las vistas de los sueños de la psique humana. Por el camino reconfiguran la topografía, abren los espacios oscuros a la luz, eliminan obstáculos, cavan pozos para acceder a corrientes subterráneas. Disfrutan de la compañía de otros elefantes, se comunican secretos infrasónicos y se tocan la cara y los costados. Celebran y sufren. Saludan con gritos estrepitosos a los viejos amigos en sus abrevaderos preferidos. Recubiertos de lodo marrón dorado o transformados en apariciones calcáreas bajo una fina capa de polvo; encantadores al ir coronados con matas de hierba o confeti arenoso, podrían ser los arquitectos tutelares que han venido a enseñar a los menos ilustrados cómo ser elefante de verdad en un mundo que se encoge con rapidez.

A las manadas de elefantes siempre las conduce una matriarca en cuyas larga experiencia y prodigiosa memoria se destilan las complejidades de la cultura y la socialización del elefante, el cuidado, la protección y la educación de los jóvenes, así como las ubicaciones estacionales del agua y para pacer, y la constancia en todas las exigencias que hacen posible la supervivencia

Los elefantes no sólo guardan una relación íntima y devota con la "esfera en la que están de pie", sino que sus primeros progenitores míticos fueron 16 elefantes que surgieron de las doradas mitades del cascarón del huevo cósmico y por siempre jamás sostuvieron la Tierra en sus amplios lomos. Sus descendientes, alados y parecidos a nubes, tenían la habilidad de cambiar de tamaño y forma a placer, atravesaban velozmente el mundo de norte a sur y de este a oeste, y estaban a sus anchas en el agua, en la tierra o en el aire. Incluso hoy en día, los poetas aún ven elefantes en el cielo: los enormes y oscuros nubarrones, cargados de lluvia, despiden sus colmillos de relámpagos y contestan con trompetazos profundos y sonoros al llamamiento mágico y eficaz de sus homólogos de abajo. En general, se cree que la presencia de los elefantes es propicia, asegura la fecundidad, la vitalidad y el resurgimiento de la vida física y espiritual del universo. Gaja Lakshmi (Lakshmi de los elefantes), la adorable Madre Tierra cuya benevolencia maternal hace que los jugos que sustentan la vida fluyan por cada planta y animal, aparece en los relatos tradicionales con dos elefantes, uno a cada lado, que vierten poderosas libaciones de agua sobre su exuberante figura. Ganesha, dios de la Sabiduría, hijo de Shiva y Parvati, el amado eliminador de obstáculos y guardián de los umbrales, otorga riqueza material y creativa a sus devotos.  Y Airavata, maravilla de un blanco lunar y seis colmillos que surgió del Océano Lácteo primordial, es la forma totémica y vehículo divino de Indra, el señor de los cielos que maneja el arco iris y libera la fecunda fuerza de la lluvia. 

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Pequeña figura de Ganesha. Su cuerpo de hombre es el microcosmos, la manifestación, y su cabeza de elefante el macrocosmos, la no manifestación; es el comienzo y el fin

Pero los elefantes también pueden representar la destructividad colosal. La agresividad intensificada de un toro en estado de must o el casi delirio de un elefante provocado por el dolor, el miedo o la rabia son los emblemas proverbiales de la furia del cuerpo y la mente. Los elefantes pueden dejar un yermo donde pacen en exceso debido a la continua invasión humana de su hábitat. Cada vez más, los elefantes se están trastornando, en lo social, lo emocional y conductual, por el trauma que suponen la caza furtiva del marfil, la caza y las matanzas de manadas enteras, pese a las sanciones gubernamentales.


Compete al poder de los seres humanos dar un acomodo adecuado al tamaño de los elefantes, en todos los sentidos del término. Si les permitimos ser elefantes con sencillez y de ese modo nos enseñan también cómo ser elefantes, daremos cabida a algo grande, algo que de otra forma languidecería en nosotros mismos. Tal como la larga evolución de los elefantes consiste, en general, en la adaptación de su gigantismo a la miríada de movimientos íntimos de la existencia en el suelo, podríamos renunciar a nuestra abstracción de la vida terrenal y residir en nuestra animalidad más profunda. Dar cabida a los salvajes y los amaestrados. Adquirir la capacidad de eliminar obstáculos y dejar vía libre. Impregnarnos de nuestra grandeza latente: con un tamaño que no tiene nada en común con la grandiosidad de un yo henchido, sino más bien con la gravitas: la plenitud, la influencia, la fuerza interior de nuestra propia esencia.

En esta conocida representación de la concepción de Buda, su madre Maya sueña con un elefante blanco de buen augurio que desciende como una nube para entrar en su matriz. El hecho de que un espíritu elefantino ensombreciera su concepción se refleja en la sabiduría perfecta del Buda, en su amabilidad y autoridad real, así como en sus notables habilidades docentes

miércoles, 5 de junio de 2019

173. Mi experiencia de Ramadán

Ayer finalicé mi ayuno de Ramadán. Igual que cerca de 1.500 millones de personas más en todo el mundo. Y quiero contaros cómo lo he vivido. Antes de nada, quisiera pedir perdón a aquell@s musulmanes y musulmanas que se puedan sentir ofendidos. Aseguro que no es ni ha sido en absoluto mi intención. Yo no soy musulmán, y he hecho el Ramadán. Me consta que varias personas que no practican la fe islámica lo hacen, bien como curiosidad, bien como experiencia, bien por cualquier otro motivo. Yo lo he hecho por dos motivos. Uno es que en mis clases bastante a menudo sale el tema del ayuno como vía de la trascendencia, vari@s de mis alumn@s lo han vivido en alguna ocasión, y se habla mucho mejor de algo que se conoce de primera mano. El otro motivo por el que he celebrado el Ramadán es porque ha coincidido en unas fechas en las que, dentro de una semana, me marcho a Tierra Santa. Así que me lo he tomado como una especie de purificación y de limpieza interior antes del que es, sin duda, el viaje de mi vida. Los motivos por los que el mes de Ramadán es importante para los musulmanes y musulmanas ya los expuse en un vídeo:



He querido empezar disculpándome por si algún musulmán o musulmana que me lea y no me conozca piense que he experimentado el Ramadán a modo de mofa. El Ramadán no se celebra como una burla, y eso cualquiera que haya pasado por un ayuno lo sabe. Y para los musulmanes y musulmanas es un acto profundamente sagrado, que aparece indicado en el Corán. Por eso, lo he hecho desde el más profundo de los respetos, como creo que se debe afrontar cualquier cosa que tenga que ver con la fe de las personas.

Aclarado esto, quiero decir que ha sido toda una experiencia. Lo peor ha sido estar sin beber, la segunda semana, los últimos días y las últimas horas de cada día. Lo mejor, saber que he sido capaz. Que, cuando no había nadie en mi casa o iba yo solo por la calle, he resistido la tentación de comer y beber algo. Y cuando surge la tentación acompañada del pensamiento "nadie lo sabría", inmediatamente salta un resorte que te hace decir: "yo lo sabría". Y eso es la conciencia y el compromiso de llevar algo hasta el final. Otra cosa buena es, por supuesto, el autocontrol y la mesura. Soy una persona a la que le encanta comer, y durante este último mes he sido mucho más medido en cantidades y en calidades. Ahora el reto está en que lo obtenido se prolongue en el tiempo. Habrá quien diga "bueno, pero para eso no hace falta hacer el Ramadán". Y no le falta razón. Pero, como ya comenté en el vídeo, el Ramadán implica mucho más. 

La medida, la mesura, el autocontrol. El ayuno, como toda práctica espiritual que requiere sacrificio, no se hace porque guste pasarlo mal. Se hace porque el aspecto exterior (no ingerir nada por la boca ni por la nariz desde la salida hasta la puesta de sol) se corresponde y apoya en el aspecto interior. El término es "ayuno moral". Si no hay, al menos, una voluntad de desarrollo interior a mejor, el ayuno no sirve para nada. Todo está dirigido a transformar a la persona y mejorarla, para ella y para su comunidad. También tenemos otro vídeo en el que hablamos detalladamente de eso:



Quiero pensar que celebrar este año el Ramadán me ha ayudado a, si no entender (quizá sea muy pretencioso ese término), al menos sí a respetar otras realidades. La sensación de hacer algo al mismo tiempo que millones de personas en todo el mundo es muy fuerte, y es especial. Digamos que tomas conciencia de que no importa que las personas vivan en Taiwán, en Francia o en Tánger: tod@s tenemos los mismos anhelos y necesidades. Bien es cierto aquello que dicen "uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde". Cuando pasas 15 o 16 horas sin beber (insisto, es lo que peor he llevado yo), cuando el primer trago de agua riega tu garganta, la oración de gracias te sale sola. Y te hace pensar en todas aquellas personas que, por circunstancias ajenas a ellas mismas, la puesta de sol no viene acompañada de agua. Algo tan sencillo como el agua, que en nuestro primer mundo damos por sentado. Todavía recuerdo la entrevista que le hicieron hace ya muchos años a un tuareg, uno de los "hombres azules" del desierto. Este hombre estaba dando un ciclo de conferencias en varios países sobre las comunidades que vivían en el desierto, y alguien le preguntó cuál era el detalle que más le había llamado la atención de diferencia entre ambos mundos. Y el tuareg no lo dudó ni un momento: "el agua. Cuando llegué por primera vez a un hotel y abrí el grifo, lloré al ver correr el agua. ¡Toda mi vida había consistido en ir a buscar agua!". El sacrificio que realizan los musulmanes y musulmanas durante el Ramadán es también para hacerles conscientes de la realidad de aquellos que no tienen nada que comer o beber. Es la forma que tiene esta religión de identificar al creyente con el necesitado, mientras otras religiones tienen otras. Y cuando te paras a pensarlo y, sobre todo, a experimentarlo... bueno, muchas cosas cambian. 

También habrá quien dirá: "no hace falta seguir una religión para ser buena persona y tener principios y valores". Y por supuesto que no. A eso, como todo, me gusta responder con una frase que tienen los franciscanos para referirse a los padres de su orden: "creyeron porque amaron y amaron porque creyeron". Todo se basa en el Amor, y la religión no es un destino, sino que es una manera de viajar. Y creo sinceramente, no sólo con el Ramadán (aunque esa experiencia ayuda a ver más claramente las cosas) sino con cualquier otra práctica de cualquier otra religión, que en realidad todos estamos hablando de lo mismo en distintos idiomas. Y eso no hace menos que emocionarme.