miércoles, 25 de septiembre de 2019

186. Animismo y fetichismo en el universo de Tolkien

Este año en Escuela de Atención voy a seguir ofreciendo el curso titulado El Pensamiento Simbólico, en formato presencial y online, donde una vez al mes analizamos la simbología y mitología de algunas de las representaciones simbólico-artísticas más importantes de la humanidad: el Santo Grial, las Vírgenes Negras, el significado de las figuras de las pinturas del Bosco... y también hay espacio para la mitología moderna. El año pasado nos dedicamos a Star Wars, Harry Potter, Juego de Tronos, Matrix y algunas películas de Disney; y algunos alumnos me preguntaron por una gran ausencia. Así que sí, este año hablaré de El Señor de los Anillos. De momento, para ir abriendo boca, os dejo este texto de xataka.com con algunas pinceladas...

Animismo y fetichismo en el universo Tolkien, las armas infalibles para conquistar nuestra mente

Árboles en movimiento, piedras videntes que aportan habilidades sobrehumanas, decididos anillos con voluntad propia... El animismo (atribución de principios vitales a objetos) y el fetichismo (objetos que otorgan poderes al portador) están muy presentes en la Tierra Media de Tolkien y definen, como otros relatos de fantasía épica, este universo. Desde El Hobbit a El Silmarillion, pasando por la trilogía más conocida de este mundo (El Señor de los Anillos), Tolkien construyó todo un universo coherente y atractivo en el que no nos sorprendía ver águilas hablando con personas o dagas reaccionando al entorno. Y con ello afianzó las bases de todo un género literario: la fantasía, tal y como se la conoce hoy.

El Anillo Único tiene su propia personalidad

El Anillo Único, Anillo de Poder o el Daño de Isildur son las formas con las que se conoce al anillo dentro y fuera del universo de la Tierra Media. Quizá esta sobrenominación, que Tolkien usa con frecuencia, es la que confiere peso al objeto redondo y brillante capaz de multitud de dones y tormentos. Este anillo posee unos cuantos, pues es a la vez sortija y talismán. Puede hacer desaparecer a su poseedor, levantar determinados velos que ocultan la realidad, hacer que su portador entienda otras lenguas, controlar otros anillos, amplificar poderes que ya tuviese el anfitrión, controlar a algunas criaturas fantásticas como los Nazgûl, leer la mente de quienes llevan otros anillos, o disfrutar de la longevidad. Fetichismo en estado puro. Pero el anillo de poder, que aparece por primera vez en El Hobbit (allá en la Inglaterra de 1937) cuando salta al dedo de un joven Bilbo Bolsón, también tiene voluntad propia y busca reunirse con su dueño original y creador: Sauron. Así, es capaz de ajustarse a cualquier dedo, cambiar de poseedor e incluso escapar si hace falta. El animismo también está presente en el objeto más importante que diseñó Tolkien para su mundo; y la leyenda nacida en El Hobbit y continuada en la trilogía El Señor de los Anillos (1954) obtuvo aún más relevancia con la publicación póstuma de El Silmarillion en 1977. Han corrido ríos de tinta y aún no se sabe de dónde sacó Tolkien la idea de su anillo. Pudo haber salido de las óperas de Wagner Der Ring des Nibelungen, aunque Tolkien descartó la posibilidad en una carta a su editor; o del anillo Vyne de la época romana, que fue relacionado con una maldición. Sea como fuere, destaca cómo este autor supo combinar los elementos de su época para crear una de las sagas de mayor relevancia, ahora reeditada por Minotauro. 

Espadas con +3 de ataque y +2 de defensa

Dardo es uno de los objetos más característicos de El Señor de los Anillos. Esta daga élfica que Frodo emplea como una espada corta (lo suficiente como para que un hobbit la empuñe con facilidad) fue encontrada por Bilbo como ya ocurriese con el Anillo, y ambos fueron entregados a Frodo en su primera aventura, siguiendo cierto paralelismo entre ellos. Resalta porque es capaz de atravesar la piel de los trolls y cambiar de color ante la presencia de orcos en las inmediaciones, habilidades ampliadas que vienen francamente bien a los jóvenes hobbits. Esto recuerda el fetichismo de los juegos de rol y videojuegos RPG actuales, en que los jugadores van adquiriendo determinada indumentaria por el camino que les ayuda a prepararse. Es lo que llamamos “equipamiento” y que se consolidó dos décadas después de la publicación de El Señor de los Anillos en el juego de mesa "Dragones y Mazmorras" (1974), otras novelas épicas e incluso videojuegos clave como "Diablo" (1996). La adaptación del fetichismo y los objetos de poder ha seguido un avance gradual desde el misticismo y las creencias religiosas al ocio, pero no hubiese sido lo que es sin Tolkien y sus libros.

Cuando los árboles piden ayuda contra la codicia

También son característicos de la Tierra Media los árboles que hablan y sus pastores también vegetales: los ents. Más épico aún que la escena de la segunda película de El Señor de los Anillos es el capítulo del libro en que los ents levantan el Bosque Negro para luchar contra la avanzadilla de Sauron en la fortaleza de Isengard. Árboles luchando por su derecho a existir. Tiempo antes Saruman había empezado a talar de forma indiscriminada las orillas de estos bosques, convirtiendo los pulmones naturales en colinas de cenizas, en una obvia llamada a los efectos de la Segunda Revolución Industrial en la que se había criado Tolkien desde los tres años. A menudo animismo e industrialización se observan como fuerzas opuestas. Por un lado está la naturaleza prístina y en equilibrio, y por el otro el avance imparable de la fuerza del hombre (hoy diríamos ser humano, pero es la palabra que usaba Tolkien para la raza humana). Y son irreconciliables. El anillo y su poder, en este caso, representan la codicia del hombre, que había infectado la mente del mago. De haberse publicado en la actualidad, es posible que El Señor de los Anillos fuese entendida como una novela adaptada a la descarbonización y en defensa de la naturaleza, y es que el respeto a la misma está representado en todas las novelas de Tolkien.

Las teclas que Tolkien supo tocar en su universo

Las historias de la Tierra Media fueron éxitos de ventas durante décadas mucho antes de las películas conocidas y sus adaptaciones libreras. Incluso hubo películas previas como la versión de El Hobbit de 1966 (que dura 12 minutos) o la de 1977 (cuya visual e incluso temática recuerdan notablemente a "David el gnomo"). Pero nada ha superado a los libros y sus historias, de las que a menudo se han recordado fragmentos al ser el tiempo de metraje limitado como es el capítulo de Tom Bombadil que solo recordarán los lectores. Los libros de Tolkien tienen un algo característico que, con una fantástica combinación de animismo y fetichismo, han sabido conformar un espacio mágico. La magia, palabra que hemos evitado hasta ahora para definir el modo en que estos objetos y seres actúan con voluntad humana, está muy presente en el legendarium del autor. A lo largo de varias cartas, como esta a Milton Waldman, Tolkien da algunas claves sobre el uso de la alegoría combinada con la magia en sus relatos y novelas, e incluso hace referencia a los cuentos de hadas. Lo más llamativo es que él mismo admite no saber de dónde surgen algunas de sus ideas, por lo que es difícil hablar de un éxito consciente. Digamos, simplemente, que era un genio. Uno de estos casos es “la recuperación de los Silmarilli”, una de las historias de El Silmarillion, que Tolkien presupone tiene que ver con la idea escandinava del Ragnarök (aunque no está muy seguro). 

Tolkien nos hace sentir niños de nuevo

Arriba hemos hablado de “ríos de tinta”, y podríamos ejemplificar la expresión con textos de análisis académicos como el que Jaume Albero Poveda redactó en 2006 en su ensayo ‘Una tierra encantada: magia y significado en la ficción de J.R.R.Tolkien’. En él analiza las supersticiones del naturismo o animismo en la obra de Tolkien. Un paseo por Google Scholar nos devuelve miles de resultados. Los estudios sobre pensamiento mágico y misticismo coinciden en que en una cultura predominantemente racional se relega la magia a la infancia. El Ratoncito Pérez, los Reyes Magos, Papá Noel, son construcciones que sabemos falsas. Las olvidamos a medida que maduramos, a veces con cierta resistencia que pasa a formar parte de la ficción. Los libros de fantasía y sus relacionados, con El Señor de los Anillos a la cabeza, nos trasladan de nuevo a un mundo mágico en el que los objetos genuinamente inteligentes y no tecnológicos hacen uso de un poder invisible para potenciar a los buenos en su lucha contra los malos. Porque la batalla entre el bien y el mal siempre ha sido un punto a favor en una buena historia. 

Quizá abrimos sus páginas para volver a experimentar la sensación de que la magia existe. Para atesorar un poco de certidumbre. También es posible que releamos las novelas de Tolkien para regresar a tiempos más tranquilos en los que lo más grave que podía pasarnos era que el Anillo Único no fuese destruido. Refugiados en una historia que nos acompaña incluso cuando cerramos el libro.

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