miércoles, 27 de enero de 2016

2. ¿Un culto a las serpientes?

Buenos días, queridos lectores. Bienvenidos a la segunda entrada de ARS OCCULTA. Si estás aquí es porque has leído la primera, y es cosa que celebro. Si no lo has leído, tienes un acceso directo justo aquí. En esta segunda intervención, vamos a tratar la figura de un personaje al que dedico mis libros pero que, para todos aquellos que no están "en el mundillo", puede resultar desconocido. Esta entrada la voy a iniciar con una pregunta muy sencilla. En los dos libros que llevo escritos, la dedicatoria va dirigida a mis padres y a un tal Nâjâsh. Le doy las gracias por "ayudar al hombre a liberarse en aquel lejano Edén". Podéis suponer que el tal Nâjâsh no es otro que la serpiente de la Biblia. Voy a explicarlo, y es importante saberlo antes de abrir cualquiera de mis libros.


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Los libros que he escrito y los que pienso escribir en el futuro siempre irán dedicados a Nâjâsh. ¿Por qué? Justamente porque es la serpiente, el animal del conocimiento. Sé que nos resulta extraño esta atribución a un animal que, según nos han vendido siempre, fue el culpable de que Dios expulsase a Adán y Eva de aquel Jardín paradisíaco y les obligase a trabajar y a ganarse la vida y a parir con dolor y a todas esas cosas que sufrimos diariamente. Sin embargo, siempre digo que es importante acudir a las fuentes originales. Porque una cosa es lo que te dicen y otra cosa es lo que pone. Y si una persona coge un ejemplar de la Biblia, va al capítulo del Génesis y lee el versículo 3:5, se dará cuenta de que no hay atribución de maldad a la serpiente por ninguna parte. Dice literalmente que era el más astuto, en el sentido de inteligente, de todos los animales. En el texto original en hebreo, el nombre que se le da a la serpiente del Edén es precisamente nâjâsh, un término genérico usado con frecuencia pero que yo he convertido en nombre propio para distinguir a esa serpiente en concreto de sus congéneres. Y es que Nâjâsh le dice a Eva que si comen del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal no morirán, como les había amenazado Dios, sino que serán como dioses. Como dioses en el sentido de que obtendrán la habilidad de razonar. De discernir el bien del mal. Y eso es muy importante. Nâjâsh otorga al hombre la razón. Y a partir de ahí el hombre deja de ser un animal y se convierte, precisamente, en ser humano. Sólo un paso por detrás de los dioses. Nâjâsh es para mí, y para mis lectores, un símbolo del conocimiento, igual que lo era la serpiente para las civilizaciones de la Antigüedad. La serpiente como animal simbólico me resulta fascinante. Ahora bien, como animal zoológico me parece curioso, pero siempre procuro mantener las distancias.

Entonces, si la serpiente lo único que hizo fue darnos el acceso al conocimiento, la historia del Génesis cambia mucho de cómo nos la cuentan, ¿no? ¡Cambia radicalmente! El cristianismo convirtió a la docta serpiente en una criatura del Demonio, en algunos casos se la ve como una encarnación del propio Demonio. Pero para aquellos hebreos que escribieron el Génesis, como para casi todas las razas y culturas de la Antigüedad, la serpiente no tiene nada de maligno. Es simplemente el más inteligente de los animales que quiere compartir su conocimiento con el hombre. En la Antigüedad se pensaba que, puesto que la serpiente se arrastra por la tierra y se esconde bajo el suelo, tenía acceso a los conocimientos secretos de los dioses, sobre todo de la diosa madre de la Tierra, la llamada Magna Mater. También, como la serpiente muda la piel cada cierto tiempo, a ojos de los antiguos era evidente que podía resucitar. La serpiente era un animal bendecido con el conocimiento de los dioses y que además compartía con ellos su principal característica: la inmortalidad. ¿Nos damos cuenta de lo que ello implica? Al ser una criatura que recibía la adoración de los pueblos que los cristianos llamaron "paganos", rápidamente la identificaron con el culto al demonio, tal y como hicieron con todos los cultos antiguos.


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Los cristianos tergiversaron los mitos y creencias de los pueblos de la antigüedad para decir que ellos, como cristianos, eran los buenos y todos los demás eran los malos, los adoradores del Demonio. Pero no fueron los únicos. Debemos tener en cuenta que, cuando comenzó a practicarse el cristianismo, era una religión minoritaria. Sin embargo, creció a un ritmo alarmante y finalmente con el apoyo del emperador Constantino se convirtió en la religión oficial del Imperio. En ese momento, los cristianos hicieron lo que les habían hecho antes a ellos: difamar todos los demás cultos, destruir sus ídolos y sus templos y perseguir y matar a sus practicantes. Siempre que ha habido un Dios único se ha matado en su nombre. Por supuesto, los antiguos cultos quedaron vetados y muchos de ellos tuvieron que pasar a la clandestinidad. En Egipto, en Grecia, en Roma por supuesto... Sólo en algunas regiones del mundo a las que no llegó la avalancha cristiana, los fieles pudieron mantener su culto. Y el ejemplo más característico es la América anterior al siglo XV. En las distintas culturas pre-colombinas de Mesoamérica, los mayas, incas o aztecas; se rendía culto a un panteón de dioses cuya deidad principal resultará reconocible a los lectores: Quetzalcóatl, la gran "Serpiente Emplumada". Se ha dicho siempre que cuando los conquistadores llegaron a América en el siglo XV, los aztecas confundieron a Hernán Cortés con este dios y por eso los españoles conquistaron tan fácilmente el imperio azteca de Moctezuma, pero eso no es del todo cierto. Es un error muy común pensar que a Cortés le confundieron con el dios Quetzalcóatl, pero en realidad los aztecas le identificaron más con otra divinidad: Tláloc, dios de la lluvia y el trueno. Esto es porque la iconografía más frecuente de Tláloc le representa con una especie de armadura, barba y un estandarte dorado. Esta imagen se asemeja más a cómo se pudo presentar Cortés ante los aztecas. Sin embargo, es falso que los españoles conquistasen el imperio por esta creencia. Los aztecas no confundieron a Cortés con ningún dios, sino que lo identificaron con la iconografía de Tláloc y, sin saber muy bien qué hacer, esperaron a discernir si era realmente el dios y su séquito o sólo hombres a los que podían aplastar con su apabullante superioridad numérica. Esa espera, esa indecisión, fue su perdición.


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