“El Reino
de Dios está en vosotros.”
Con estas palabras (Juan 10:34), el hombre más importante y
polémico de la historia moderna elevaba al ser humano a su máxima expresión: la
divinidad. Al situar el anhelado Reino de Dios en el interior de los hombres,
el profeta de Nazaret estaba increpando a la Humanidad para que tomase las
riendas de su propio destino y que alcanzase el fin para el que fue concebido:
autorrealizarse, lograr la trascendencia y convertirse en un dios. Así lo
creía Jesús. ¿Tenía razón?
La idea no es originaria de ese
hombre (y sí, digo hombre). Él la tomó, primero y desde niño, del judaísmo.
Jesús fue un judío nacido en Nazaret, y como tal fue iniciado muy joven en las
Sagradas Escrituras. Y en la Torá, concretamente en Salmos 82:6, se dice algo que resultaría revelador para el joven: “¿Acaso no sabéis que sois dioses?”. Con
este antecedente, no es de extrañar que Jesús predicase años más tarde como lo
hizo. Pero, ¿quién fue en realidad Jesús?
Lejos de situarme como un experto
conocedor de la biografía del Jesús histórico (hay muchos hombres y mujeres mucho
más dignos que yo de llevar ese título), sí puedo aclarar algunos interrogantes
respecto a su figura. Lo primero y más importante de todo, es que el hecho de
que a día de hoy consideremos a Jesús como Cristo, el hijo de Dios y la
divinidad misma encarnada, es fruto de una excelente estrategia política. El Jesús
histórico nunca dijo que fuese el Cristo – de hecho, no hay ningún registro de
ello en los Evangelios – ni que fuese
el Hijo de Dios ni que quisiese fundar una nueva religión (antes bien, en Mateo 5:17 dice que él no ha venido a
derogar la ley de Moisés y los profetas, sino a cumplirla). No, Jesús fue un
hombre con una misión importante, cierto, pero muy alejada de lo que creemos a
día de hoy, tras siglos y siglos de interpretaciones, de doctrinas añadidas y
eliminadas, y sobre todo de tergiversaciones. Por eso, en el presente trabajo
intentaré hacer lo que cierto día de 1820 hizo Thomas Jefferson: encerrarme en
mi estudio para intentar encontrar, lejos de dogmatismos, tergiversaciones y
malinterpretaciones, las verdaderas enseñanzas de Jesús.
Jesús nació un día (la fecha exacta se
desconoce) de Marzo del siglo I a.C. De hecho, es bastante probable que naciese
en el año 4 a.C., a pesar de lo extraña que nos resulte tal posibilidad. Ahora,
¿cómo es que nace en marzo y cuatro años antes de su nacimiento “oficial”?
¿Acaso no celebramos su natividad con toda convicción el 25 de diciembre? Un
desajuste tan grande en los meses no debería ser posible, pues los Evangelios deberían dar la fecha exacta,
¿verdad? Pues ése es el asunto: dos de los evangelistas (Mateo y Lucas) dan una
fecha exacta… pero no es el 25 de diciembre. De acuerdo a sus evangelios, Jesús
nace en el mes de Nissan. Y eso en el
calendario judío, mal que nos pese, es marzo. Entonces, ¿por qué lo celebramos
el 25 de diciembre? He aquí la primera artimaña política.
Con motivo de hacer más fácil la
conversión de las gentes a una nueva fe, con frecuencia se adaptan los
calendarios ya existentes (con las fiestas ya existentes) a las celebraciones
de la nueva religión. Es lo que se conoce como “transmutación religiosa”. En mi
libro El Arte de los Illuminati
explicamos esto: el 25 de diciembre es la fiesta pagana del Sol Invictus, ese día maravilloso del
año en el que el sol vuelve a recuperar fuerza y los días comienzan a
alargarse. Jesús, como dios solar que debía ser, tenía que nacer un 25 de
diciembre. Todo fue una artimaña para convertirle en el dios de la nueva
religión. Como era de esperar, no fue el único. El día 25 de diciembre tiene el
honor de haber traído al mundo a un importante número de personajes ilustres: Horus,
Gilgamesh, Orfeo, Mitra… todos ellos para respaldar la fiesta del Sol Invictus.
Otro punto interesante es el lugar geográfico en el que nace Jesús.
Porque una cosa es dónde nació y otra muy distinta es dónde TENÍA que nacer
para ser ese nuevo dios que muchos querían que fuera. Permíteme una pregunta:
¿por qué le llamamos Jesús de Nazaret si todos los años montamos en nuestra
casa el “Belén”? La respuesta brota casi instintivamente: porque Jesús nació en
Nazaret, no en Belén. ¿Por qué ubicamos su nacimiento ahí? ¿Hemos vuelto a
interpretar de forma errónea los Evangelios?
En este caso, no. Tanto Mateo como Lucas dicen que nace en Belén, en la
historia que todos conocemos del pesebre. Pero tanto Marcos como Juan parecen
sugerir que nace en Nazaret, aunque no dan referencias a su nacimiento. ¿Por
qué existe esta diferencia? Debido a una nueva artimaña política. Según la tradición judía, el Mesías – es decir, el Rey descendiente de
David prometido a los profetas del pueblo hebreo – tenía que nacer en Belén. La
forma de convertir a Jesús en ese Mesías era hacer que naciese en Belén, a
pesar de que realmente nació en Nazaret. Todo el mundo es consciente de esto,
pero decidimos obviarlo por ser una verdad algo incómoda.
(...)
Una vez aclarado su lugar de
nacimiento desde el punto de vista geográfico – Nazaret y no Belén – vamos a
hablar del lugar de nacimiento físico. El famoso portal o pesebre. Todos
conocemos la historia que nos cuenta Lucas en su evangelio: estando José y
María por Belén para empadronarse – ésta era la ciudad que había visto nacer a
David – llegó el momento del alumbramiento de la mujer. Al no encontrar sitio
en ningún mesón, se detuvieron en un pesebre y allí María dio a luz. Podría
parecer algo fuera de lo común, pero lo cierto es que es algo bastante
corriente, tanto simbólica como históricamente. Por ejemplo, en Persia se
creía que el rey-dios Mitra había también nacido en una gruta rodeado de animales,
también un 25 de diciembre. Históricamente, que María diese a luz a Jesús en un
establo no tiene nada de extraño. De acuerdo con las costumbres judías de la
época, cuando una mujer tenía el período no podía estar viviendo con su familia
en la casa porque se la consideraba impura, de modo que tenía que bajar al
establo de la casa con los animales hasta que pasase el período. Lo mismo
ocurría en los partos. De manera que Jesús no fue especial por nacer en un
pesebre, pues todos los niños del Israel del siglo I a.C. nacieron en el mismo
sitio y en las mismas condiciones.
Continuemos con la historia de su nacimiento,
que no está exenta de curiosidades. Lucas dice que fueron a adorarle al pesebre varios
pastores que estaban por allí con sus rebaños y a los que avisó un ángel – una
prueba más de que Jesús nació en marzo, pues ningún pastor sacaría a sus
rebaños en pleno invierno –. Mateo, por su parte, dice que quienes vinieron a
adorarle fueron “unos magos” que
tuvieron su encuentro con Herodes I el Grande (el Nuevo Testamento no es
precisamente benevolente con este monarca, pues indica que ordenó la Matanza de
los Inocentes en la época del nacimiento de Jesús, un hecho cuya historicidad
no está probada). Aquí tenemos, con Herodes, a los famosos y queridos tres Reyes
Magos. Sin embargo, Mateo sólo habla de unos magos, no dice que fuesen reyes ni
que fueran tres. Y Lucas ni siquiera los menciona. Pero nuestra tradición ha
terminado fundiendo ambos relatos (el de los pastores y el de los magos) en uno
solo. Y es curioso que Mitra fuese adorado por pastores mientras que el dios
egipcio Horus fue adorado por unos magos. No es casualidad. ¿Pero qué sabemos
de esos magos? Que eran tres lo hemos deducido a lo largo del tiempo por los
regalos que trajeron desde Oriente: oro, incienso y mirra. Se ha supuesto que,
como tres eran los regalos, tres debían de ser los adoradores. Esos tres elementos
tienen una profunda carga simbólica. El oro es un regalo de reyes. El oro es
un regalo para Jesús Cristo, el Rey de Reyes. El incienso, por su parte, se
utilizaba en los templos como ofrenda a la divinidad, además de para provocar
estados alterados de conciencia en los fieles. El incienso se quemaba delante
de las imágenes de los dioses en forma de ofrenda. Al regalar incienso a Jesús
se está dando a entender que él es dios. Se honra así a Cristo como Dios
encarnado. Y finalmente la mirra era utilizada para untar y embalsamar el
cuerpo de los fallecidos, lo que indica que Jesucristo, además de Dios, es
hombre; y morirá como todos.
Esta es la lectura que se le da a
estos elementos en la tradición cristiana. Pero si Jesús no nació en Belén, es
bastante fácil que esta adoración tampoco tuviese lugar ni mucho menos que le
ofreciesen estos elementos. Mas continuemos con lo que dice tradición. Ya hemos
aclarado por qué son tres. ¿Por qué se dice que son reyes? La creencia
católica afirma que eran reyes representantes de religiones paganas de pueblos
vecinos, y que los Evangelios los ven
como las primicias de las naciones que adoptarán la religión católica. Con
respecto a los nombres de los magos, (Melchor, Gaspar y Baltasar) las primeras
referencias parecen remontarse al siglo V d.C. a través de dos textos, el
primero titulado Excerpta latina bárbari,
en el que son llamados Melichior, Gathaspa y Bithisarea; y en otro evangelio
apócrifo, el Evangelio armenio de la infancia,
donde se les llama Balthazar, Melkon y Gaspard. Sea como fuere, lo único que
tenemos claro es que eran unos magos. Pero, ¿qué sentido tiene esa palabra
para un hebreo del siglo I a.C.? Pues la palabra “mago” proviene del elamita makuishti, que – pasando por el persa maguusha y por el acadio magushu – llegó al griego como μαγός (“magós”, plural: μαγοι, “magoi”) y de ahí pasó al latín magi y magister de donde llegó al español como “mago” y “maestro”.
Eran los miembros de la casta sacerdotal medo-persa de
la época aqueménida (siglos VI – IV a.C.). Si bien parece contradictorio que
practicantes de la magia (severamente amonestada tanto en el Antiguo como en el
Nuevo Testamento) sean admitidos como adoradores de Jesús, hay que tener en
cuenta que el término griego magós no
era utilizado únicamente para referirse a los hechiceros. Se utiliza, en este
caso, para referirse a “hombres sabios” (así se los llama en diversas versiones
de la Biblia en inglés) o, más específicamente, eran hombres de ciencia. De
hecho, también poseían conocimientos de las Escrituras (Mateo 2:5-6) y desde antiguo se ha mantenido que pertenecían al
mazdeísmo, también conocido como zoroastrismo – una religión iraní que tiene a
Zoroastro (Zaratustra) como profeta – que venera a Ahura Mazda como el único
creador de todo, increado a su vez. Mateo no especifica que estos magos sean
astrólogos que conocieran con precisión el movimiento de alguna estrella (2:7)
a pesar de ser ésta la creencia general. Aunque bien intencionados, su visita es
causa de turbación general y despierta la desconfianza de Herodes (2:3), pues
veía a ese supuesto nuevo Mesías como un rival. A pesar de ser un anciano y de
haber reinado ya más de treinta años, Herodes les ruega que averigüen el sitio
preciso del nacimiento del Mesías (2:8) con el fin de poder acabar con su
potencial competidor. Los sabios, que no sospechan eso, encuentran al niño, le
adoran y le obsequian con los presentes arriba mencionados. Un ángel previene a
los magos de las intenciones que Herodes guardaba (2:12), así que no regresan
donde él, sino que vuelven a su patria por otro camino. Iracundo, el rey manda
matar a todos los niños menores de dos años. Para entonces, José ha sido
avisado en sueños (2:13) de que debe huir a Egipto con los suyos. A partir de
este relato bíblico, se han ido elaborando numerosas leyendas sobre los hechos
y la personalidad de estas figuras, incluyendo el presunto estatus real. ¿Quién
sabe si todo esto no fue un montaje para acabar relacionando a Jesús con
Egipto?
(...)
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