miércoles, 22 de febrero de 2017

73. Las brujas en 'Símbolos del perdido Sagrado Femenino'

Las brujas, mujeres sabias de la Edad Media, fueron
injustamente condenadas por los poderes de la época, en
especial la Iglesia católica, tan deseosa de destruir todos los
cultos anteriores donde se venerase la Naturaleza. A causa de ello,
tal vez fueron las brujas las últimas sacerdotisas auténticas de la Diosa. 
En esta entrada mostramos un fragmento del capítulo dedicado a las brujas
en mi próximo libro 'Símbolos del perdido Sagrado Femenino'

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Medea, de R. Willis Maddox (1893)

"... Que en una comunidad existieran 'hierberos' competentes era una garantía de seguridad y una bendición para las familias. Tal vez por el pasado de recolectoras o por ser las cuidadoras principales de la familia, lo cierto es que las mujeres destacaron en esta actividad de conocedoras y guardianas de los secretos botánicos. Por un lado, y muy importante, por su valor terapéutico, pero por otro, por la condición de algunas de ellas de "plantas sagradas" cuyo consumo facilitaba el contacto con lo trascendente. Su conocimiento de las plantas y árboles, la elaboración de ungüentos y elixires y la participación en ceremonias y ritos heredados de viejos cultos paganos y religiones mistéricas , unido a la ignorancia, el miedo y la intransigencia de los poderes de la época, dieron como resultado una imagen que aún hoy genera escándalo y debate: las brujas. Y su destino lo conocemos: desprecio, humillación, torturas y hoguera.

Pongamos un 50 por ciento de imaginación y el otro 50 por ciento de lo que nos han dicho los antropólogos e historiadores para recrear un aquelarre. Es noche de principios de primavera, posiblemente con la luna en cuarto creciente. Ha sido elegido el mismo claro del bosque que tradicionalmente se ha usado desde antiguo. Está en un lugar elevado, lo más lejos posible de cualquier población. Está anocheciendo. La reunión está exclusivamente reservada a las mujeres. Sólo están excluidas las que aún no lo son y las que están embarazadas o criando. Muchas de ellas portan varas de avellano bien trabajadas, rectas como palos y bruñidas. Las de más edad se sientan ante pequeños tambores. Otras, las más veteranas, no participan pero lo controlarán todo. Las demás, las que intervienen en la danza, llevan cascabeles en tobillos y muñecas y algunas también castañuelas. La hoguera está encendida, el macho cabrío que va a ser sacrificado, atado a un poste y el "unto" preparado. Este unto tiene como base grasa animal, preferentemente extraída de carneros jóvenes (animales fuertemente vinculados con la divinidad masculina astada de la fertilidad). Se le ha añadido cera de abeja y la cocción y el polvo seco de algunas plantas: beleño, ruda, escabiosa, frutos de acebo, mandrágora... Las mujeres poco a poco van poniéndose el unto por el cuerpo. Principalmente en axilas e ingles. Los tambores suenan y ellas comienzan a danzar haciendo sonar sus cascabeles según se mueven. Algunas cantan. No hay coreografía ni ningún orden establecido. Empiezan a sudar y el unto hace su efecto. El calor aumenta mucho y la mayoría se desnuda. El frenesí crece, muchas de ellas toman sus palos de punta redondeada, lo embadurnan de unto y se lo introducen en la vagina. La reacción es rápida. Aparece la sensación de "estar volando". Muchas ya gritan, están poseídas por las fuerzas y genios de la naturaleza. En un momento dado, de modo espontáneo, se abalanzan en grupo sobre el macho cabrío. Lo atacan, lo golpean, lo muerden, lo despedazan y con su sangre se embadurnan. Algunas la chupan y beben.

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"La Danza", de Henri Matisse (1910). Museo del Hermitage, San Petersburgo


La furia decrece y las drogas empiezan a provocar sopor. Poco a poco van tumbándose a dormir cuidadas y tapadas por pieles por parte de las más viejas. Dormirán profundamente y tendrán sueños reveladores, en los que entrarán en un contacto todavía más profundo con los espíritus del bosque, que les contarán sus secretos. Al amanecer, cuando despierten, la hoguera seguirá encendida y las ancianas habrán cocinado los restos del cabrito. Antes de comerlo, se habrán dirigido a una fuente o poza cercana y se lavarán concienzudamente eliminando todo resto de unto y de sangre. Lo harán en silencio, con la conciencia de haber asistido a un acto sagrado. Darán las gracias al cabrito antes de comerlo, y a todo lo que les rodea: sol, tierra, agua, plantas, animales... se besarán y abrazarán entre ellas y compartirán los mensajes recibidos en sueños. Antes de que el sol alcance el cénit del mediodía todo debe haber terminado.

Quien visita hoy en día los hermosos bosques del Parque Natural del Moncayo dice que se pueden localizar claros como los descritos. Hoy esa vegetación exultante es la única que guarda silente memoria de los conocimientos y actividades de aquellas mujeres, y de hombres probablemente también, tan injustamente maltratados por la historia."

Cuadro representando dos mujeres desnudas acompañadas de un joven demonio y de un macho cabrío, bajo un cielo donde se observa una humareda negra y roja.
"Las dos brujas", de Hans Baldung 'Grien' (1523)
Museo de Städel (Francfort, Alemania)

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