La semana pasada estuvimos considerando los argumentos que sustentan la posibilidad de que el Bosco fuese un pintor heterodoxo, a raíz de unos comentarios bastante desafortunados y faltones de un señor en el Museo del Prado al escuchar mis explicaciones. Terminamos la entrada anterior diciendo que esta semana explicaríamos "El Carro de Heno", y es lo que vamos a hacer hoy. Pero antes, una aclaración. El término "neófito" hace referencia a aquellos que no han sido "iniciados" en un credo determinado. Yo no soy un iniciado, ojo, ya lo he dicho en más de una ocasión. El último iniciado que muy probablemente podría explicarnos el significado profundo de las pinturas del Bosco debió fallecer allá por el siglo XVI. Entonces, ¿con qué autoridad me revisto para venir yo aquí a contaros estas cosas? Pues simplemente a que llevo bastante tiempo estudiando el lenguaje de la simbología y las sociedades secretas, y muchas cosas que las caracterizan coinciden con la Hermandad de Nuestra Señora de Hertogenbosch. Una hermandad que, por cierto, era practicante de la devotio moderna, una espiritualidad enfrentada a la doctrina aristotélica defendida por Santo Tomás que buscaba "una elevación en la práctica religiosa, superando las limitaciones de la escolástica y las normas litúrgicas". Eran, en una palabra, místicos. Cristianos, sí, pero alejados de las doctrinas de la Iglesia oficial. Y Hieronymus Bosch llegó a ser Gran Maestre de esta hermandad. Pero centrémonos en el tema que nos ocupa. "El Carro de Heno" ha sido considerado como la última obra de la producción del Bosco, se dice que incluso se realizó en 1516, el año de su muerte. Es decir, podría ser perfectamente (y así lo creo yo) un último mensaje desesperado del Bosco a la gente de su época, cansado como estaba ya de que nadie fuera de la hermandad comprendiese el profundo significado de sus pinturas. Por eso este tríptico tiene una mensaje y una línea narrativa tan fáciles de seguir y su mensaje es tan claro. Puede que a simple vista no lo parezca, pero cuando terminemos ya veréis como es así. Antes que nada, el primer mensaje del Bosco lo encontramos al ver la obra cerrada, como corresponde a todo tríptico.
Es sencillamente maravilloso. Recordemos que para el Bosco sus pinturas son como libros, que hay que abrir y "leer" el mensaje en sus imágenes. Esta sería entonces la cubierta del libro, que nos cuenta algo sobre el contenido. No sólo eso, también funciona como un prefacio. Lo que aparece representado aquí está estrechamente vinculado con el interior, pues es el momento previo. Vemos de momento al personaje central, que aparece como un peregrino. Lleva una cesta a la espalda, las ropas andrajosas e incluso un bordón. Es un hombre de edad avanzada, como el propio Bosco. Fijémonos que el pintor utiliza la línea de separación de las dos tablas (recordemos que esto se abre y funciona como una ventana) para representar dos mundos, uno a cada lado, y el peregrino está en transición entre esos mundos. Esto es muy importante. El mundo que queda a la espalda del peregrino, a nuestra izquierda, es el mundo del pecado. Fijémonos: en la parte superior aparecen los ladrones, bandoleros y asesinos, muy característicos de los caminos medievales. En este caso todo parece apuntar que están robando a un viajero al que han atado a un árbol (no sería raro que alguien haya visto aquí un martirio de San Sebastián). No sabemos si le van a matar en el árbol o si le van a dejar allí atado, pero tanto da. Son una representación de uno de los pecados que criticaba el Bosco, pues los bandoleros eran algo muy común en la época e iban directamente contra el séptimo de los mandamientos: No robarás. Muchas veces incumplían también el quinto: No matarás. Desconocemos el fin de la víctima.
Estamos en el mundo del pecado, del robo y el asesinato, y por lo tanto también de la muerte. En la parte inferior de esta tabla podemos ver el cráneo y los huesos de un animal, seguramente un caballo (la pata todavía conserva la pezuña). El Bosco acompaña la macabra escena con un par de pájaros negros, quizá cornejas. Los pájaros son, desde el Antiguo Egipto, símbolos del alma. Sin embargo, aquí el alma está anclado a la muerte, como representa el pájaro posado sobre el hueso; y en vez de volar libremente por el cielo está sometido a la tierra, es decir, al mundo de las pasiones. Son almas "carroñeras" en el sentido más metafísico de la palabra.
Y entre el grupo de asaltantes de arriba y la muerte de abajo, en el centro, se encuentra el perro. Este animal normalmente es un símbolo de fidelidad, pero como todo símbolo, depende del contexto. Y aquí el Bosco le pinta con un collar de pinchos, lo que le hace parecer peligroso, mientras gruñe al peregrino. Éste, a su vez, le intenta mantener a raya con el bordón, de lo contrario el perro le mordería. Este animal es la encarnación de todos los pecados del mundo, y el Bosco lo pinta en esa actitud para advertir a los hombres (pues la figura del peregrino representa a toda la humanidad, todos los hombres y mujeres que recorremos el sendero de la vida y vamos buscando nuestro propio camino) que el pecado nos acecha en cualquier momento de nuestra vida, y que podemos caer en él con suma facilidad. El pecado para la Devotio Moderna consiste sobre todo, recordemos, en dañar al prójimo o a uno mismo en pos de un beneficio propio frecuentemente efímero. Es decir, los hombres y las mujeres pueden caer en la envidia, la lujuria o en otro pecado en cualquier momento. Pero el hombre recto, siguiendo su ley moral, sabe mantener alejado las tentaciones (el peregrino alejando al perro con su bordón). Esta iconografía del caminante peregrino con ropajes pobres y acosado con un perro pudo tomarlo el Bosco, con mucha facilidad, de la carta "El Loco" del Tarot.
Si el peregrino (el hombre que sigue su camino en busca de su destino) se mantiene firme en su búsqueda y sabe alejarse de las tentaciones, podrá abandonar el mundo del pecado y la muerte y adentrarse en el nuevo mundo, el paraíso de la vida. Este otro mundo aparece representado en la otra tabla, la de nuestra derecha, en la que está entrando el peregrino. Lo primero que tenemos que ver es que este es el mundo en el que habita Dios, como se puede ver en una caseta para pájaros colgada de un árbol, donde encontramos un crucifijo. La casa para aves, las almas, es entonces la casa de Dios. Maravilloso. También podemos vislumbrar al fondo, justo por encima de la cabeza del peregrino, un grupo de gente arremolinada a los pies de una estructura de madera. He estado buscando mucho sobre instrumentos de tortura o ejecución conocidos en la Edad Media, y eso no se parece ni a un patíbulo ni a una crucifixión ni a nada que existiese en los Países Bajos para torturar o ejecutar a la gente. Pero no me interesa tanto la estructura de madera como la escalera que la gente coloca. La escalera ha sido siempre, en todas las épocas, un símbolo de trascendencia. Una forma de conectar el mundo humano con el espiritual. Pensemos sin ir más lejos en la Scala Dei, la escalera de Jacob. Lógicamente, el Bosco no es ajeno a este simbolismo. Esta tabla es el hogar de Dios, y sólo en ella el hombre puede intentar contactar con Dios, cuando ha abandonado el mundo del pecado.
Al entrar en este mundo, liberado de las pasiones terrenales (que según el pensamiento de la época eran lo que más alejaba de Dios), el hombre se puede dedicar a las delicias del alma, entre las que se incluyen la música y la danza, como representa el pastor tocando la gaita o la pareja danzando entre las ovejas. Son muchos los que han interpretado esta escena como dos ejemplos de la lujuria, y así sería en efecto si el Bosco hiciese caso a la doctrina oficial. Pero lo que nos dice la Devotio Moderna es que hay que disfrutar de la vida y de los placeres del alma. La vida es un regalo de Dios y hay que disfrutarlo, la divinidad no nos ha mandado a este mundo a sufrir, la Tierra no es un valle de lágrimas, porque Dios es nuestro padre y nos quiere. Por eso la música y la danza, herramientas ancestrales para conectar con lo trascendente, aparecen reflejadas en esta tabla. No es casualidad.
Pero este no es el destino último de nuestro peregrino. Ya ha vivido el Despertar del Iniciado, ha dejado atrás el mundo de la materia, pero sigue su camino porque sabe que aún no ha llegado a final. Y al seguir su camino nos encontramos con el símbolo más importante y relevante de esta tabla (con permiso de la escalera): el puente. En la Antigüedad y la Edad Media, los ríos eran fronteras naturales, nadie podía pasar al otro lado. El puente se revestía entonces de una enrome importancia, pues permitía comunicar una orilla con la otra. A este fin práctico se le añadió un significado simbólico, y el puente se convirtió en el símbolo del cambio de estado de conciencia, de una evolución del alma de un estado anterior y normalmente peor a uno posterior y superior. Es otra vía de trascendencia, que atraviesa por encima una corriente de agua (símbolo del conocimiento primigenio y génesis de todas las cosas.)
De este modo, el peregrino ha vivido un despertar de su conciencia, se ha dado cuenta de la presencia del Bien y del Mal en el mundo y ha aprendido a distinguirlos (que es lo que se obtiene al comer el fruto del árbol del Edén) y atraviesa el puente para conectar con una realidad superior. Y el acceso a esa realidad podemos realizarlo también nosotros. ¿Cómo? Abriendo el tríptico y entrando de lleno en la obra del Bosco.
Se me ponen los pelos de punta cada vez que puedo admirar toda la grandeza de este hombre, que contaba tanto con tan poco. ¿Os imaginábais que iba a haber tal cantidad de símbolos en el tríptico cerrado? Apuesto a que no. Pues fijáos en la cantidad de símbolos que podemos encontrar cuando abrimos el tríptico y las tres tablas se despliegan ante nosotros. No nos vamos a detener en cada uno, sino que vamos a hacer comentarios generales. Hemos dicho antes que el Bosco seguramente pintó este tríptico para que todo el mundo pudiese entender su mensaje, que ya veréis que tiene una línea de seguimiento muy clara. Lo primero, e importante: la obra está firmada, con letras de imprenta, en la parte inferior derecha de la tabla central. Esta obra es un libro, y vamos a leerlo.
Empezamos a "leer" como se empiezan todos los libros: de izquierda a derecha. En la tabla de nuestra izquierda vemos una representación del Jardín del Edén, muy parecida a la que nos mostró el artista en "El Jardín de las Delicias" (pintado más de una década atrás), pero con un matiz narrativo mucho más explícito. En primer lugar vemos que en la parte superior de la tabla aparece Dios sentado en lo que parece ser el Sol, rodeado de nubes. Casi se puede apreciar que tiene el rostro de Cristo, con la esfera del mundo en su mano izquierda mientras bendice con la derecha. En resumen, una imagen bastante frecuente en el arte medieval, conocida como Maiestas Domini o Cristo en Majestad. Sin embargo, lo que hace destacable esta escena es la presencia de los ángeles. Algunos de ellos, en los límites de esa forma que parece ser el Sol, le están adorando. Pero otros caen del cielo a la tierra y, por alguna razón, se convierten en insectos. Esto es fácilmente identificable con la caída de los ángeles rebeldes, liderados por Samyaza/Lucifer (cuya historia podéis leer aquí) y cuyo relato está tomado del Libro de Enoc, que seguro que el Bosco conocía.
Tras esta caída de los ángeles nos encontramos un poco más abajo en el Jardín del Edén. El Dios del Antiguo Testamento ha hecho caer un pesado sueño sobre los ojos de Adán y, mientras él duerme, de su costado emana Eva, la madre de todos los vivientes. Es una representación del relato casi casi tal y como aparece en el Génesis, a excepción de un detalle. La Biblia dice que Yahveh tomó una costilla de Adán y que de ella formó a la mujer, "rellenando el vacío con carne". Sin embargo, aquí el Bosco lo que representa es a Eva surgiendo de Adán, no creada a partir de su costilla. Puede que esto ya sea hilar muy fino, pero estas diferencias son importantes, ya que una corriente de exégesis de la época afirmaba que la criatura llamada "Adán" era en un principio un ser andrógino, macho y hembra a la vez, a quien Dios separó. Otros dicen que solamente cuando el sueño se apodera de Adán puede emanar de su interior Eva, que encarna la Sabiduría cósmica. No sé con qué lectura quedarme, pero desde luego no con la oficial que cuenta el Génesis. Pero más importante si cabe que esto es la escena del Pecado Original, casi en un primer plano. ¿Veis que discurre como si fuese un cómic? A mano derecha de esa creación/emanación de Eva tenemos a los primeros padres frente al Árbol del Bien y del Mal con el fruto "tentador" y con la serpiente... que tiene busto de mujer. Me imagino que los miembros del clero se emocionarían mucho con esto. Claro, la interpretación que dio la Iglesia a esta naturaleza femenina de la serpiente era la esperada: como la mujer es el origen del pecado, la serpiente tentadora tenía que tener el busto de mujer. Y se quedan más anchos que largos. Pero, ¿de verdad tenemos que creer que un hombre como el Bosco, que pertenecía a una hermandad en la que convivían hombres y mujeres en estado de igualdad y que estaba informado de las religiones paganas de dioses y diosas, podría haber representado eso? No, claro que no. El Bosco era un hombre culto, y abogaba por la liberación de la mujer, como su contemporáneo Leonardo da Vinci. Esa serpiente con busto de mujer es un eco disimulado a todas aquellas tradiciones ancestrales, pre-cristianas, que veneraban a la serpiente como animal atributo de la Magna Mater. Después de todo, los "hermanos y hermanas del cisne" de la Hermandad de Nuestra Señora mezclaban la Devotio Moderna cristiana con cultos heredados de los pueblos celtas... y los celtas veneraban a las serpientes con el nombre de woivre, fuertemente vinculadas a la Naturaleza. ¿De verdad pensáis que es una coincidencia? Yo creo que no.
Eva es, para el Bosco y para todos los estudiosos de los cultos femeninos de la Antigüedad, la Magna Mater cósmica, y tanto el fruto como la serpiente son sus atributos. Ella es la portadora del Conocimiento, que comparte con el hombre. La serpiente siempre habla con Eva, nunca con Adán, puesto que es Ella la que tiene la Sabiduría en su poder, no Él. Pero el Génesis fue el principio del fin de la Diosa, a quien convirtieron en un apéndice del hombre, supeditada a él. Y además, en un apéndice pecador. Esto fue un desastre, y el Bosco lo sabía. Una de sus críticas hacia el cristianismo niceno o catolicismo iba dirigido al concepto de la Trinidad que dogmatizaban en Roma. El cristianismo romano tiene al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo. ¿Dónde está la madre? Fue esta falta de naturaleza divina femenina en el cristianismo niceno la que criticaba el Bosco, y nos lo muestra en esta tabla: al bajar a la Diosa de los altares y convertir a la mujer en el pecado, fuimos expulsados del Jardín del Edén, es decir, perdimos nuestra condición divina y la posibilidad del contacto directo con la divinidad. El ángel urge con su amenazadora espada flamígera a que los primeros padres abandonen el Edén, mientras Adán intenta dar explicaciones y Eva seca las lágrimas que corren por su mejilla. El culto a la mujer ha sido destruido.
¿Y qué ocurre? Que cuando el hombre ha perdido el Edén (el mundo trascendente de las almas puras, lugar de contacto directo con la divinidad), se precipita al mundo de la materia. Y eso es lo que aparece en la tabla central. Al Bosco siempre se le ha considerado un experto en la representación pictórica de los refranes y dichos populares de su época. Uno de ellos lo plasma perfectamente aquí, el que dice que "el mundo es un gran carro de heno del que todo el mundo toma lo que puede". Es el refrán que da título al tríptico y el motivo central del mismo. Había otro dicho popular, muy sabio, que rezaba: "venimos al mundo sin traernos nada, nos vamos de él sin llevarnos nada, y nos pasamos toda la vida intentando ser dueños de algo". Creo que con estas dos sentencias breves se podría explicar la tabla central casi al completo, ¿no? El carro de heno es exactamente una representación alegórica de los bienes materiales. El Bosco nos dice que el hombre, al perder su condición divina y olvidar la presencia de Dios, se ha sumido en el interés desatado por las cosas materiales, objetos que no importan cuánto nos esforcemos por conseguir ni cuántos lleguemos a poseer, porque cuando muramos no nos los podremos llevar con nosotros. Sin embargo ese afán de poseer, esa codicia, contamina a toda la humanidad. Vemos que hay hombres y mujeres de todas las clases sociales luchando entre ellos y apelotonándose unos junto a otros para conseguir la mayor cantidad de heno posible. Incluso hay una mujer que está a punto de matar a golpes a un hombre, hasta que un fraile franciscano la detiene (parece ser que el Bosco sí sentía simpatía por la orden franciscana, cosa lógica por otra parte debido a su peculiar cristianismo animalista, casi totémico). En la parte inferior de la tabla podemos ver casi un catálogo de los personajes que se podían ver por las calles de los Países Bajos medievales. Curiosamente, en la esquina inferior izquierda a aparecen varios de estos personajes en compañía de unos niños, pudiendo ser una crítica del Bosco sobre el mal ejemplo que se le da a la infancia (en la "Mesa de los Pecados Capitales" pintó la misma crítica social). Al otro lado, a mano derecha, encontramos distintas profesiones: un "médico", un juglar o músico y un monje. Una vez más queda aquí patente las críticas del Bosco hacia la Iglesia y sus jerarquías, pues representa al monje panzón tomándose un vinito mientras un grupo de monjas le llena sacos con el heno conseguido. Mientras tanto, un poco más arriba pero no muy alejado, un hombre decapita a otro con un cuchillo para quedarse con su parte de heno. Terrible.
También es muy interesante lo que hay a ambos lados del carro. Vemos que detrás de él, mucho más elegantemente vestidos, a caballo y acompañados de un buen número de cortesanos, vienen los hombres de poder de la época: reyes, emperadores... incluso el propio Sumo Pontífice de esos años, Alejandro VI, está representado en esta obra (aparece en primer plano de perfil, portando el triregnum o corona papal). Si por algo fue conocido el Papa Borgia es por no haber dejado pecado sin cometer, siendo especialmente diestro en el de la ambición y la codicia. El Bosco era consciente de que los poderosos de su tiempo también vivían para obtener el "heno", y así lo representó. Incluso aparece representado, por encima de la comitiva, un estandarte con el emblema del Ducado de Brabante, del que el Bosco era súbdito. Parece que no temía a los poderosos, pues criticaba su codicia.
Toda la humanidad, hombres y mujeres, ricos y pobres, parecen sumidos en la fiebre consumista del heno. Pero si, tal como reza el dicho, "el mundo es un gran carro de heno", ¿quién dirige el mundo? Ésa es la pregunta clave que hay que hacerse. Porque si dirigimos la mirada hacia el frente del carro podemos ver que sus conductores son... los demonios. Un grupo de demonios que tira del carro de heno, arrastrando a los hombres tras de ellos. Una macabra comitiva que sale del marco de la tabla central, la tabla representativa del mundo... y entra en la tabla de la derecha, el fin del trayecto: el Infierno. Se puede ver la continuidad de la comitiva demoníaca perfectamente.
Tenemos así un esquema Edén - Mundo - Infierno, muy similar al que nos muestra en "El Jardín de las Delicias" (cuya interpretación podéis leer aquí), pero con una diferencia fundamental: este Infierno está en construcción. La mayor parte de la escena la ocupa una torre en la que están trabajando unos demonios. Sobre el paisaje infernal tan característico del Bosco aparecen un par de demonios poniendo ladrillos en la torre sobre un andamiaje, otro que hace funcionar una grúa de madera sobre otro andamio mientras otro demonio sube por las escaleras con una bandeja con argamasa y otro más, en el suelo, prepara la madera destinada a la construcción. ¿Qué quiere decir esto? Que, de seguir por este camino que ha tomado la humanidad (es decir, el interés y la lucha por la posesión de bienes materiales, sea al precio que sea) llegaremos al Infierno, un infierno que nos estamos construyendo nosotros mismos. Recordemos que para el Bosco los demonios no son esos personajillos que nos están esperando en la vida ultraterrena para castigarnos si nos hemos portado mal, sino que son los miedos, preocupaciones y defectos que cada uno de nosotros llevamos dentro. Por eso el universo demoníaco del Bosco es tan inmenso y nunca hay dos demonios iguales, porque los demonios tienen distintas caras para cada uno de nosotros. Son nuestros miedos y temores más profundos, el mal que habita en nuestro interior, que está construyendo el Infierno donde pasaremos toda la eternidad de seguir interesados en el carro de heno. El Infierno para el Bosco no es un lugar físico, sino que es un estado de conciencia cuya principal característica es la no-existencia de Dios. Para un hombre medieval, el peor castigo que podía recibir el ser humano era el abandono de Dios. El Infierno, por tanto, es el lugar donde no existe Dios.
Resulta muy interesante la figura de uno de los pobladores de este Infierno. Me estoy refiriendo a este personaje que aparece desnudo, tocado con un casco, a lomos de un buey o un toro. Es un símbolo de advertencia que nos deja el Bosco, pero no para advertirnos sobre el Infierno sino sobre los símbolos... y su correcta interpretación. Ya lo hizo en "El Jardín de las Delicias", y aquí nos lo repite. Este personaje es uno de los caballeros del Rey Arturo, vinculado con las leyendas del Santo Grial. Lo que nos está diciendo el Bosco es lo que tantas veces hemos dicho ya por aquí: el Santo Grial no es un cáliz, sino el símbolo primigenio de la feminidad. Es Eva, Astarté, María Magdalena y tantas otras. La búsqueda del "Grial" es la búsqueda del Sagrado Femenino y su restitución en los altares, y la copa es su símbolo. Por el contrario, si somos incapaces de ver el significado profundo del Grial, si caemos en la adoración de la copa per se, estaremos cometiendo idolatría, y pagaremos por ello. Por eso este hombre, que se creerá un noble caballero con reluciente armadura, montado sobre un lustroso corcel, no es más que un pobre desgraciado desnudo sobre un vulgar bovino, siendo castigado por sus demonios. Eso sí, con su querido cáliz en la mano, que no sirve de nada.
Vemos que la línea de seguimiento argumental es muy clara, ¿verdad? De seguir la humanidad por este camino, apegado a los bienes materiales y luchando contra sus semejantes para conseguir la mayor cantidad posible de ellos, su destino inevitable es el Infierno, donde hombres y mujeres vivirán sometidos a sus propios demonios. Pero, ¿hay escapatoria? ¿Podemos evitar este destino, este Infierno que nos estamos construyendo? Mucha gente me ha dicho que las pinturas del Bosco son catastróficas, que parece que nos dice que todos estamos condenados. Pero no es así, hay que saber ver las señales. En efecto, por muy mal que parezcan estar las cosas, por muy condenado al fracaso que parezca todo, siempre hay salvación. Por eso nos representa en la tabla central a este hombre, que está a punto de ser aplastado por la rueda del carro (ahogado en la lucha constante entre sus semejantes) pero que aún así tiene a su alcance la escalera, símbolo de trascendencia. Es un recordatorio de que en cualquier momento podemos alejarnos de la vida que hemos llevado, de interesarnos por los bienes del carro de heno, y preocuparnos por lo realmente importante de la vida. El hombre mira la escalera y en ese momento lo sabe: todavía puede salvarse.
Algunos lo han hecho ya. Son los iniciados, los hermanos y hermanas del Bosco y tantos otros, que se han desapegado del mundo de la materia, que ya no les interesa. Es la última parte de la obra. Estos iniciados son los personajes que aparecen sentados sobre el carro, porque se han dado cuenta de que al final todo lo que puedan reunir en este mundo no es más que paja y se sientan encima del carro, literalmente están por encima del mundo de la materia, que no les interesa. Han trascendido, y esa idea de trascendencia aparece reflejada también en la escalera que se apoya en el carro, pues su extremo conecta con la zona superior donde se encuentran los iniciados. Por encima del mundo material (la paja, el heno, que es seco) surge un arbusto frutal, que representa el mundo espiritual. Y entonces los iniciados se dedican a las virtudes del alma, a la música y al amor (que el Bosco no condena, como era normal en la época. Dios es amor, después de todo. "Amáos los unos a los otros", decía). Y se entregan a esas pasiones del alma acompañados del ángel y del demonio que todos llevamos dentro, ambos aceptados e interiorizados como partes intrínsecas del ser humano. Es el grupo bendecido por Dios (que aparece arriba entre nubes) y observados por una lechuza. Sobre el simbolismo de este animal ya hemos hablado. Para la Iglesia era un emblema del demonio, pero para alguien culto y formado en las filosofías de la Antigüedad como era el Bosco, la lechuza tenía un significado totalmente distinto: es la sabiduría, el emblema de la diosa Atenea. Y el peregrino que hemos visto en el exterior del tríptico vuelve a aparecer ahora, asomándose a esta historia del carro de heno desde detrás del arbusto, acompañado de su bordón. Es decir, el peregrino tiene que darse cuenta de esto, tiene que sufrir un cambio de conciencia para ver de dónde viene la humanidad, dónde está y hacia dónde se dirige. El peregrino es asimismo un pastor que señorea el rebaño de los hombres, y debe advertirles de los peligros que corre al seguir por ese camino. El peregrino es el propio Bosco, que nos avisa en sus pinturas del destino que nos aguarda si seguimos luchando unos contra otros por el dominio de los recursos y los bienes materiales. De nosotros depende escucharle o no.
Hasta aquí la explicación de "El Carro de Heno" del Bosco. Confío en que os haya gustado y espero que os haya servido para aprender algo o, por lo menos, para haceros pensar. Con eso me doy por satisfecho. Si queréis saber más sobre el Bosco y su obra, aunque en este blog ya explicamos "El Jardín de las Delicias", insisto: lo mejor es acercarse al Museo del Prado y vivir la magia del Bosco en vivo y en directo. Si no vinisteis el año pasado al museo para ver la exposición del V Centenario de la muerte de este gran maestro flamenco, arrepentíos todas las noches un poco por ello. Porque de verdad, fue algo que para volver a verlo tendrá que pasar mucho tiempo. En esa exposición, que reunió la mayor parte de la producción del Bosco además de muchas obras de su taller y seguidores, se puede ver multiplicado todo lo que hoy hemos contado aquí. No son pocas las personas a las que he oído decir que el Bosco en realidad se inventaba todo, que iba todo el día drogado y que los estudiosos que analizan su obra y buscan mensajes cifrados no hacen más que perder el tiempo. Y eso sería una posible interpretación si no fuese porque los símbolos se repiten. Y si se repiten, es que quieren decirnos algo. La interpretación que acabo de hacer sobre "El Carro de Heno" está fundada sobre lo poco que se sabe de la vida del Bosco, el ambiente cultural en el que se movía, los símbolos que utiliza en sus obras (que tienen eco a lo largo de toda la historia de la humanidad) y las creencias de la Hermandad de Nuestra Señora. Con todo, mi análisis puede ser erróneo, no lo niego. Pero Felipe II era un completo fanboy del Bosco, y la heterodoxia del monarca español está más que demostrada. También hay que ver lo que pintaban contemporáneos y paisanos del Bosco como pudieron ser Durero o los hermanos Van Eyck, y ver lo que pintó él. Son como la noche y el día (aunque Durero también tiene un lado oculto interesante, es como Da Vinci). Pero no me quiero extender más, que esta entrada ha salido muy larga. Con todo, espero que no se os haya hecho pesado. Ya para despedirme, sólo dos cosas. La primera, que podéis venir conmigo a ver las obras del Bosco en cualquier momento, no tenéis más que contactarme. También podéis ir a ver las obras por vuestra cuenta (soy consciente de que no a todo el mundo le gusta tener un guía al lado contándole cosas) y sentir por vosotros mismos la magia que emana de la obra del Bosco. Sea cual sea vuestra opción predilecta, os ruego encarecidamente que vayáis a verla. La segunda y última cosa que quería deciros es que esto ha sido un fragmento de una obra sobre el Bosco en la que estoy trabajando pero a la que aún le queda mucho para ver la luz. Se titula El Iniciado de Bolduque. La sabiduría oculta en la pintura del Bosco, y es un tratado de interpretación (siempre en esta línea) de las obras del pintor flamenco. Ya sabéis que su producción no fue muy extensa, no llega a 40 obras. Pero también hablaré del Bosco, pues es una parte importante, en otro libro que también está en pañales: La mirada del águila. Heterodoxia en la corte de los primeros Habsburgo. Se trata de un título provisional, por supuesto, ya que es en cierto modo incorrecto. Aunque hablaré de los conocidos como Austrias Mayores, que fueron los primeros Habsburgo de España, no fueron los primeros de la dinastía, conocida como Casa de Habsburgo. Ya veré cómo soluciono ese problema. Pero sí, el Bosco será importante también en este segundo libro ya que, como he dicho, el rey Felipe II era un apasionado de su arte y, por lo tanto, de su mensaje. Tanto es así que, en la hora de su muerte, pidió que le subiesen "El Jardín de las Delicias" a su habitación para poder contemplarlo y meditar ante él. Sí, el hombre más poderoso del mundo en el siglo XVI falleció contemplando ese tríptico. Por algo sería.
Me ha gustado mucho; has conseguido que lo entienda. Gracias!
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