Comentario de "La Gloria" de Tiziano, realizada entre
1551 y 1554 para Carlos I de España y V de Alemania,
cumpliendo su última voluntad. Conservada en el Museo del Prado
En la entrada anterior dije que tenía pensado escribir un libro titulado Bajo la mirada del águila. Heterodoxia en la corte de los primeros Habsburgo. Se me preguntó al respecto si realmente hay material para escribir un libro sobre ese tema. Esta entrada es una pincelada de la respuesta a esa pregunta: sí, lo hay. Pocas obras de arte puedo señalar que me gusten más que esta. No es una cuestión de temática ni de técnica, sino que es algo personal: "La Gloria" de Tiziano fue el primer lienzo en el que descubrí el lado esotérico del Arte, su "intrahistoria", como me gusta llamarlo. Y eso que no es ésta una obra de las que más contenido hermético posee. ¿Por qué me resulta entonces tan interesante? Por quién fue el comitente y para qué la encargó. Me estoy refiriendo a Carlos I de España y V de Alemania, el hombre que se veía a sí mismo como un nuevo Carlomagno, destinado a unificar toda Europa bajo un sólo estandarte y frenar la amenaza turca en Occidente. Sin embargo, nunca pudo ver ese sueño cumplido: las continuas disputas con Francia y territorios italianos, además del enemigo turco y por supuesto la aparición del protestantismo dieron al traste con los planes que Carlos tenía para todas las naciones cristianas. Por eso en 1555, después de tantas guerras y conflictos, Carlos entra en una fase de reflexión. Comienza a meditar sobre su vida y sobre sus creencias, y fue en ese momento cuando le entró el miedo. El hombre más poderoso del mundo tuvo miedo de que los pecados que había cometido a lo largo de su vida fuesen tan grandes que nunca llegase a entrar en el Paraíso. Negándose a acabar en el Infierno y dispuesto a hacer lo imposible por evitar ese destino, Carlos I hizo lo que ningún gobernante había hecho antes: abdicó. Esto, que lo hemos vivido de nuevo hace poco en España (la abdicación de Juan Carlos I en favor de su hijo) en esa época era toda una osadía. De acuerdo a las leyes divinas y humanas, un rey, emperador o Papa debía permanecer en el trono hasta que Dios decidiese llevárselo a su lado. Sin embargo, Carlos se desentiende de todas sus coronas y posesiones y las reparte entre su hermano Fernando y su hijo Felipe. Así, despojado de todo el poder que antes poseía, se encamina hacia el monasterio de Yuste, en Extremadura, donde se hace construir una casa. Allí pasará los últimos tres años de su vida, preparándose para lo que él llamaba "el buen morir", acompañado de monjes jerónimos que le asistieron hasta el final de sus días. A imagen de los antiguos faraones, creo sinceramente que Carlos I fue uno de los pocos monarcas que murió sabiendo lo que hacía. Y eso incluye esta pintura que encargó a Tiziano.
Carlos I y su esposa Isabel de Portugal, en una copia de Rubens de un original desaparecido de Tiziano
El maestro veneciano le debía todo lo que era a Carlos I, quien lo había convertido en un hombre rico, famoso y admirado en toda Europa. De hecho, únicamente Tiziano tenía permiso para retratar al emperador, siendo su relación similar a la que mantuvo Alejandro Magno con el pintor Apeles. De manera que, cuando recibió este último encargo, no podía negarse. Carlos ya le había hecho otros encargos antes, y sobre todo hubo uno que está estrechamente vinculado con el que nos ocupa aquí. Me refiero a "Carlos V en la batalla de Mühlberg". Este cuadro, que parece de lo más exotérico y proimperialista que uno se puede encontrar, esconde en realidad un secreto. Dos, para ser más precisos. ¿Por qué pensáis que he titulado esta entrada "el último talismán de Carlos I"? Porque ya había tenido otros.
El primero de los amuletos que acompaña al emperador es bastante evidentes: se trata del Toisón de Oro, el emblema de la Orden de Caballería de la que era Gran Maestre. Sin embargo, el talismán más poderoso es el que lleva en la mano. Las normas de los retratos ecuestres de la época sugerían que los gobernantes debían aparecer con una espada, un cetro o algún otro símbolo de poder. Sin embargo, Carlos le pidió a Tiziano que le representase enarbolando una lanza. Pero no una lanza cualquiera. Se trata de una de las reliquias más sagradas de la cristiandad, que en esta época estaba en poder del emperador. Un arma de la que se decía que tenía poderes místicos y que quien la poseyese tendría en sus manos el dominio del mundo. La tuvieron en su poder Federico Barbarroja y el propio Carlos, siendo posteriormente ambicionada por hombres como Napoleón o Hitler. Y es que este objeto tiene nombre propio: es la Lanza de Longinos, que atravesó el costado de Cristo.
Cuando Carlos I llegó a Yuste quiso encomendar su vida de nuevo a los talismanes, y por eso envió una misiva a Tiziano pidiéndole que le pintase "La Gloria". En contra de lo que pueda parecer a simple vista, en el cuadro hay muy poco de la imaginación del pintor. Veamos. Lo primero que nos llama la atención es la parte superior, donde aparece la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo). Los protestantes no creían en este dogma, por lo que Carlos les sitúa como objeto de su adoración. Acompañando a la Trinidad aparecen la Virgen María con un manto azul (como Reina del Cielo) y San Juan Bautista, ambos intercesores entre Dios y los hombres.
En el lado contrario a la Virgen y el Bautista se encuentra la familia imperial. Carlos I aparece envuelto en el sudario blanco que se puso a su llegada al monasterio de Yuste, el mismo sudario que vistió los tres últimos años de su vida y con el que fue enterrado. Está en actitud orante hacia la Trinidad, rogando por su entrada en el Paraíso, mientras que a sus pies se encuentra su corona, en señal de renuncia a los bienes materiales. Detrás de él, en la misma actitud, encontramos a la emperatriz Isabel de Portugal, su esposa, fallecida unos años atrás. Junto a ellos, también orantes, están los príncipes: Felipe II (por entonces rey de España y de las Indias), Juana de Austria, María, reina consorte de Hungría; y Leonor, reina de Francia y Portugal. Una figura más, que cubre su cabeza con un sudario, ha sido identificada como la madre del emperador: Juana la Loca. Y un poco más abajo encontramos a un hombre de barba canosa. Es el propio Tiziano (lo vemos en la esquina inferior derecha).
El resto de figuras son personajes del Antiguo y del Nuevo Testamento. Podemos identificar a Moisés, quien porta las Tablas de los Diez Mandamientos y dos rayos de luz emanan de su frente; a Noé, quien alza una pequeña representación de su Arca sobre la que se ha posado una paloma con una ramita de olivo en el pico; al rey David, que toca una especie de zanfonía o arpa; a Juan el Evangelista, recostado sobre un águila como su animal atributo; encima de él un hombre de larga barba leyendo un libro que se ha identificado como San Jerónimo, el traductor de la Biblia al latín; e incluso encontramos a María Magdalena en esa mujer vestida de verde que nos da la espalda y tiende su mano hacia lo alto...
Carlos I encargó esta obra para utilizarlo como talismán, como amuleto protector al final de su vida. Los últimos días en la vida del emperador son de lo más extravagante. Por ejemplo, dio orden de que se propagase la noticia de que ya había fallecido, para ver la reacción que tenían sus súbditos. Encargó también que se celebrasen exequias en su honor y obligó a los monjes a cantar los Réquiems y las misas de difuntos para poder presidir él mismo su funeral. Incluso se tumbó en el suelo de la iglesia del monasterio con su sudario y se hizo el muerto, en un teatro funerario maravilloso. Todo ello buscando la expiación de sus pecados y la correcta limpieza de su alma, para que ésta pudiese ascender al Paraíso sin trabas. Lo mismo que hacían los faraones. Y por supuesto, "La Gloria" tenía un importante papel que cumplir. Tiziano contaba con más años que el emperador, y aunque se encontraba en mejor condición física que éste, Carlos estaba tan preocupado por esta parte de su meticuloso plan que enviaba cada poco tiempo a un emisario a Roma para comprobar que Tiziano seguía vivo y que seguía trabajando en su encargo. Cuando estuvo terminado, el artista veneciano lo envió a Yuste y el emperador pidió que lo subiesen a su habitación para poder contemplarlo desde la cama. Las crónicas cuentan que pasaba largos períodos de tiempo (se habla de horas y horas) contemplando y meditando enfrente de esta pintura. Para Carlos, es muy probable que esta pieza funcionase para él como una puerta, un modo de acceder a los mundos superiores y trascendentes que esperaba muy pronto habitar.
El 21 de septiembre de 1558, Carlos de Habsburgo exhaló su último suspiro ante esta obra. Su cuerpo fue momificado, según su petición, y cadáver y lienzo permanecieron en Yuste hasta que en 1573 el rey Felipe II dispuso el traslado de los restos de sus padres Carlos e Isabel y de su hermana Leonor al Monasterio de El Escorial, además de varias piezas del mobiliario. Y así, por azares del destino, el cadáver de Carlos I y "La Gloria" entraron al mismo tiempo en el lugar de eterno descanso de los reyes de España.
Momia del emperador Carlos V, copiada del natural por Martín Rico
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