Existe un dicho del profeta Muhammad que me asombró en lo más profundo cuando lo leí y hacia el que he intentado predisponerme desde entonces: "No adores a una religión, adora a Dios". Creo que sólo un hombre excepcional y honesto hasta las últimas consecuencias sería capaz de concebir y pronunciar una afirmación semejante, inapelable. Hayy Sidi Saíd ben Ayiba al Andalusí, Saíd, (de nombre Antonio, originario de Madrid) maestro de la vía sufí shadilí en Murcia, tiene un dicho: "El sufí debe aspirar a dejar de ser sufí". Porque, en efecto, toda religión y por tanto toda vía no son sino un medio, nunca un fin. Miguel Valls, director del documental Viaje a la Tradición Mediterránea, utiliza un paralelismo interesante para ilustrar esto. Dice: "Si queremos disfrutar de Toledo tomaremos un tren hasta allí. Pero hay que dejar el tren cuando llegamos a la estación; se trata de conocer Toledo, no de convertirnos en ferroviarios." En otras palabras, el único fin posible de toda vía es el Principio Supremo mismo. El Corán reza La illaha illallah, No hay Dios sino dios. Ama a Dios sobre todas las cosas, dicta el primer mandamiento. Todas, religiones incluidas.
¿Por qué os cuento todo esto? El pasado miércoles 28 de Noviembre ocurrió algo que para mí fue muy especial. En el Centro de Servicios Sociales de la Avenida de la Hispanidad 1 de Fuenlabrada, personas de todas las edades, culturas y credos nos sentamos a compartir la esencia de un mismo pueblo, el mediterráneo. Compartir y hablar sobre la Tradición, que es sólo una, puesto que Dios es sólo uno. Y por lo tanto sólo hay un mensaje, en diferentes dialectos. Qué importante resulta conocer las claves íntimas de nuestro lenguaje común, de los valores que compartimos y de la riqueza de nuestra diversidad. El mundo de la Tradición es al final una búsqueda, apasionada, pero también necesaria, un viaje a todo lo que nos une. Como dice Yunus Suicmez: "Si trabajamos juntos nos completaremos mutuamente. Si trabajamos contra otros destruimos nuestras capacidades. El nombre de Dios no debe ser causa de conflictos".
Este viaje a la Tradición es una tarea a la que encomendar toda una vida. Sin embargo, en el tiempo del que dispusimos, pudimos hacer una aproximación importante a la esencia de la religión. Y es que los valores de las religiones son compartidos, son pilares que elevan al ser humano hasta su pleno desarrollo, hasta convertirlo en Adán Qadmón, el hombre perfeccionado; presente en el judaísmo, el cristianismo y el islam en las figuras de Moisés, Jesús y Muhammad. Todos los maestros son reconocidos por todas las religiones, y una religión (del latín religare, "conectar") surge ante todo como un cambio social. Representan los más altos valores, las verdades, la igualdad, la justicia, las más nobles ideas. Ésa es la esencia de las religiones, y así es como podemos conocernos y compartir los mismos ideales. Todos nosotros somos seres humanos, y estamos condenados a vivir en sociedad. Depende de nosotros decidir de qué manera queremos hacerlo. Lo que vi en Fuenlabrada fueron ganas de comprender, de identificarnos en el otro, de explicarnos por qué unas personas hacen X y otras hacen Y cuando se dirigen a lo Sagrado. Me gustaría citar aquí un pasaje de Huston Smith de su libro Las Religiones del Mundo (1958). De origen chino y criado en Nueva York, fue un gran estudioso de la Hª de las Religiones. Sirva esto de despedida, pues lo que dije yo (que no soy sino un mero aprendiz) lo han dicho más y mejor. Así que, a quien quiera escucharme, sólo le recomiendo que viaje – viajando y hablando con la gente se pierde el miedo a lo desconocido y es más fácil llegar a acuerdos – y que haga caso a lo que el ángel Jibreel (Gabriel) le ordenó a Muhammad: iqra. Lee.
"Escribo estas líneas iniciales en un día que celebra toda la cristiandad, el Domingo de la Comunión Mundial. El sermón en la misa a la que asistí esta mañana versó sobre el cristianismo como fenómeno universal. Desde las chozas de barro de África hasta la tundra canadiense, los cristianos se arrodillan hoy para recibir las especies de la Santa Eucaristía. Es un cuadro impresionante. No obstante, mientras lo escuchaba con una mitad de mi mente, la otra volaba hacia un grupo más amplio de quienes buscan a Dios. Recordé a los judíos semitas que había visto seis meses atrás en su sinagoga: hombres de piel oscura, sentados sobre el suelo, descalzos y con las piernas cruzadas, envueltos en los mantos de oración que sus antepasados vestían en el desierto. Hoy están allí, al menos un quórum de diez, mañana y tarde, balanceándose adelante y atrás mientras recitan la Torá, gestos que heredan inconscientemente desde los siglos cuando a sus antepasados se les prohibió montar el caballo del desierto y desarrollaron este simulacro a modo de compensación. Yalcin, el arquitecto musulmán que me guió a través de la Mezquita Azul de Estambul, ha terminado su mes de ayuno del Ramadán, que comenzaba cuando estuvimos juntos; pero él también reza hoy, cinco veces, postrado en dirección a La Meca. Swami Ramakrishna, en su pequeña casa a orillas del Ganges, al pie del Himalaya, no hablará hoy; continuará con el silencio devoto que ha mantenido durante un lustro y que sólo rompe tres veces al año. También a esta hora es probable que U Nu esté atendiendo a las delegaciones, las crisis y las reuniones de gabinete inherentes a un primer ministro, pero esta mañana, de cuatro a seis, antes de que el mundo le cayera encima, también él estuvo a solas con el Padre Eterno en la intimidad del templo budista que queda junto a su casa en Rangún. Daio Jo y Lai San, monjes zen de Kioto, se le anticiparon. Han estado en pie desde las tres de la mañana, y hasta las once de la noche pasarán la mayor parte del día sentados, inmóviles en su posición de loto, mientras procuran sondear, con profundo recogimiento,
la naturaleza de Buda que habita dentro de sus propios seres.
¡Qué extraña compañía es esta! Los seguidores de Dios de todos los países elevando sus voces al Dios de toda vida de las maneras más dispares que puedan imaginarse. ¿Cómo suena en las alturas? ¿Como un alboroto? ¿O las razas se fusionan en una armonía extraña, etérea? ¿Es que una religión va a la cabeza, o algunas hacen el contrapunto y la antifonía cuando no todas corean a la vez?
No podemos saberlo. Lo único que podemos hacer es escuchar, con mucho cuidado y suma atención, cada una de las voces cuando se dirigen a la divinidad."
No hay comentarios:
Publicar un comentario