miércoles, 19 de diciembre de 2018

153. La luna y el soma, néctar de la inmortalidad

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Este año en Escuela de Atención estoy desarrollando el ciclo Mitología Comparada II, en el que se realiza un análisis de la simbología religiosa de, entre otros territorios, India. Uno de los mitos fundamentales es el del soma, la bebida de la inmortalidad en el hinduismo. No han sido pocas las veces que he escuchado que este símbolo era una mera excusa para la ingesta de drogas alucinógenas. No voy aquí a refutar esta hipótesis, que es posible, pero que a mi modo de ver se queda corta. Veamos, el soma era una bebida sagrada en la antigua India que recibía también el nombre de amrta ("inmortal"), además de ser uno de los nombres propios del dios de la Luna y el nombre de la lluvia. Actualmente la concepción moderna del mundo separa lo sagrado de lo profano, pero en la Antigüedad tal separación no se producía. Era una misma realidad, indisoluble. Como decía Heinrich Himmer, indólogo e historiador del arte surasiático, se tendía a pensar que las aguas que circulan por el universo y nutren a todas las criaturas vivientes son un trasunto en la Tierra de las aguas celestiales, el "néctar meloso" de los dioses. Una imagen explica muy bien esta idea: el dios Soma/Amrta se transforma en lluvia y en rocío refrescantes, que se convierten a su vez en savia vegetal, y ésta en leche de vaca, y ésta finalmente en la sangre. ¿Qué quiere decir esto? Que todos son estados diferentes de un único elixir, que nos hermana a todos y que puede ser bebido por los mortales en el momento de su muerte. La vasija o copa de este fluido inmortal sería, pues, la Luna, morada y fuente de vida. Tal y como relata el Rg-veda (II milenio a.C.), 

"Tras haber llovido, la lluvia entra en la Luna (pues la Luna es el receptáculo
y fuente principal de toda la savia vital de las aguas cósmicas; las que
están en forma de lluvia alimentan a los reinos animal y vegetal, pero cuando
la lluvia cesa, el poder vuelve a entrar en la fuente desde la cual se ha manifestado,
es decir, desaparece y muere en el rey Luna, la vasija de todas las aguas de la vida
inmortal, y queda oculta en ella; entonces los hombres no la perciben"

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Este relato resulta enormemente interesante, no sólo porque se pueda vincular con el mito hebreo del maná que llovió en el desierto (y al que se confieren las mismas propiedades milagrosas del soma), sino que recalca la importancia de la luna. Cuando Visnú está repartiendo el soma entre los devas, un malvado asura llamado Raju se transfigura en uno para recibir su parte. Soma, dios de la Luna, advierte a Visnú, y éste corta la cabeza del asura con su arma chakra, un disco cortante. Sin embargo, el soma ya estaba en la boca de Raju por lo que, aunque su cuerpo murió, su cabeza se volvió inmortal. Furiosos, los devas desterraron esta cabeza al cielo y Raju, para vengarse de Soma, cada cierto tiempo devora al deva (como los mexicas se comían a Xipe Tótec o los católicos a Cristo). Así vivían (y siguen viviendo) muchos hindúes los eclipses de luna, considerados fenómenos de mal agüero. Pero hay otro detalle bastante bonito.  

Todos hemos escuchado la canción de Mecano que dice "y si el niño llora, menguará la Luna para hacerle una cuna". Los mitos vinculados con nuestro satélite son numerorísimos, habida cuenta de que una gran cantidad de calendarios fueron y son lunares. El soma y la luna, la lluvia y el agua fertilizantes vinculados a la divinidad parecen ir de la mano. Y la clave para entender esto parece estar en el Satapatha Brahmana, donde está escrito: "Y, en verdad, la copa de soma es también la mente". La imagen de los devas y los asuras batiendo el océano primordial conjuntamente para conseguir un objetivo común (la obtención del soma) a pesar de sus diferencias bien puede ser una imagen de esperanza para la mente que se haya en conflicto consigo misma. Por lo tanto el soma, el elixir de la vida, no sería otra cosa que el estado del ser que se alcanza cuando la mente se desliga de su identificación con cualquier polaridad y alcanza la visión no-dual, es decir, se libera de una visión del camino entre todos los pares de opuestos: espíritu y materia, individuo y colectivo, vida y muerte, tú y yo. Por eso los bendecidos afirman: "hemos conocido a los dioses".
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