La semana pasada, Robert Carsen, director de escena canadiense, salía en una entrevista en el periódico El País. Ha estrenado El Anillo del Nibelungo de Wagner en el Teatro Real, y ahora está con Idomeneo, de Mozart, que tiene la guerra de Troya como telón de fondo. Y dice cosas muy interesantes, entre ellas, que esta última obra la traslada como una gran metáfora del drama de los refugiados. Y lo más importante, que no se pueden excluir culpas, especialmente cuando la sociedad se muestra sorda, ciega y testaruda. Afirma: “No podemos decir que la gente sea inocente, hay que darse cuenta de que lo que vivimos hoy, en gran parte, es culpa nuestra. Más que nunca, no cabe afirmar que estemos libres de ella. Nos ensordece la voz del odio y del rencor. Vivimos una recesión moral y espiritual”
En efecto, y vamos cayendo en los mismos errores señalados ya por los antiguos, y que vibran en el consciente - y sobre todo en el inconsciente de los vivos -. Por eso, dice el artículo, a través de la ópera o el teatro nunca está de más emprender un viaje a la mitología. Carsen apunta que es un viaje a la mitología "radicalmente humana, la que entiende la desesperanza, la imposibilidad de sobrevivir al daño que le hacemos a la madre naturaleza." Hay que destacar que ninguna civilización forjadora de mitos habría contemplado nunca la posibilidad de una especie que estuviese dispuesta a destruir su propio ecosistema. Pero sí trazaron mitos para prevenir que ocurriese: el mundo es una deidad - generalmente femenina - y es, por lo tanto, sagrada.
Respecto a los mitos y las leyendas con sus múltiples interpretaciones, es muy interesante lo que dice: "Estas historias son las que cuentan como ninguna la condición humana, como las religiones. Los mitos hacen entender el lugar del hombre en el universo. A través de ellos transmitimos que nuestro lugar en el mundo no tiene nada que ver con vivir como si compráramos en un supermercado donde puedes elegir lo que te da la gana. No podemos seguir así. Nos enfrentamos a una maldición ecológica."
"Estamos construidos de una manera que no nos permite imaginar el mundo sin nosotros. Sólo queda al alcance de los grandes gurús de la meditación lograr esa ausencia de ego. Aquello que nos convence de que no somos imprescindibles para que el mundo siga su curso." Imprescindibles está claro que no somos, pero tampoco hace falta ser grandes gurús de la meditación para intentar alcanzar una ausencia o, al menos, una reducción del ego. El mito del Grial o el del Arca de la Alianza hablan sobre vaciarse de prejuicios, odios, culpas, negatividades, y dejar que la divinidad nos embriague, permitiéndola actuar. Siempre recuerdo la perspectiva de Ibn' Arabi, quien decía que el hombre es el Califa, y que debe actuar en la Tierra como lo haría Dios. El Génesis dice que fuimos creados "según la imagen, conforme la semejanza" de Dios. Es decir, tenemos una responsabilidad para con nosotros mismos, los demás y nuestro entorno. En todas las tradiciones del Mediterráneo y Occidente, allí donde se afinca el concepto de "trascendencia", el ser humano se convierte en guardián y custodio de la Creación, ya que es quien comparte parte de su identidad con lo divino: el alma. Para los celtas, en cambio, el ser humano era el último eslabón de una cadena sagrada, precedida por los animales, las plantas y en el último y primer lugar, las piedras: el símbolo de lo eterno. Para Oriente, la inmanencia de la divinidad desembocará en una concepción distinta del lugar del hombre en el universo y de la utilidad de su mito. Para Oriente el mundo es ilusorio, apenas un reflejo de lo real. Eso explica por qué Brahma, dios Creador de la India, no tiene templos ni culto: se le considera un dios mentiroso, lo que crea es maya, ilusión. En Occidente, en cambio, el acto de la Creación es el más importante, y nuestra tarea es "trascender" esa Creación. Para Oriente la trascendencia de la creación se traduce en la inmanencia de la mónada sagrada, y en la necesidad de huir de las formas ilusorias para conectar con lo auténticamente real. Esa concepción de la realidad y el Dharma configuran la vida espiritual de Oriente.
En resumen, el mito se mantiene vivo y nos transmite unos ideales plenamente aplicables al mundo actual, puesto que los seres humanos de antaño han tenido los mismos anhelos que el hombre posmoderno. La soledad, la familia, el entorno... nuestra actitud hacia todo ello viene configurada por una cosmovisión otorgada por una tradición espiritual y religiosa de la que la mitología forma parte importante. Conocerla e intentar comprenderla ayuda a comprender las raíces sobre las que se asienta nuestra sociedad presente y puede ayudar a evitar el desarrollo de posturas extremistas, tan comunes en estos tiempos. Si hay una época en la que el mito es importante, quizá sea ésta.
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