miércoles, 15 de febrero de 2017

72. El bordón, señor del Camino

El bastón con el que viajaba el antiguo peregrino jacobeo no es un bastón al uso, sino uno especialmente diseñado conocido como bordón. Consistía en una larga y recta vara, casi siempre superior en altura al hombro del usuario, hecha de madera resistente y de cierto grosor, rematada en su parte superior en un pomo, a veces con una moldura circular hacia el centro, y que podía incluir en el extremo inferior una punta metálica.


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Suseia, el bordón que me acompañará en el Camino

También se cita como "báculo", ya que en algún caso podía finalizar en forma curva en la parte superior. Era una herramienta indispensable en el escueto equipo del antiguo peregrino para hacer frente a las dificultades y peligros del Camino, y para muchos también era algo más que un simple instrumento utilitario. El bordón se sigue utilizando con cierta frecuencia en el presente, más como símbolo que como necesidad.


SU ORIGEN

Para entender el origen del bordón, de etimología discutida, debemos acudir al francés antiguo. En este idioma el término bourdon se refería a una especie de lanza que, con el inicio de las grandes peregrinaciones a Santiago de Compostela, acabó denominando también al largo bastón utilizado por los peregrinos galos en el complicado camino que les aguardaba. Uno de los motivos que justifican este posible origen está en que en los idiomas de otros países igualmente vinculados a la peregrinación el bordón tiene grafía parecida. Tal es el caso del español (bordón), del italiano (bordone), del catalán  (bordó) o del portugués (bordâo). El inglés se refiere a él como bead o, de manera clarificadora, como pilgrim's staff. 

El bordón, que aparece representado en gran número de imágenes desde la Edad Media, parece, visto desde nuestra perspectiva actual, un utensilio de viaje algo pesado. Cierto, pero en aquella época hacía más llevaderos los caminos medievales, casi siempre de complicado trazado. Permitía superar más fácilmente ciertos obstáculos, como zonas cubiertas de agua o lama, pequeños riachuelos, etc. Apoyándolo adecuadamente, y con un pequeño impulso, era fácil saltar por encima de estos obstáculos sin necesidad de apartarse del camino. Llegado el caso, se utilizaba también como arma defensiva, tanto contra ladrones y bandidos, frecuentes durante algunos períodos y determinados lugares, como frente a animales más agresivos (lobos, osos, perros, serpientes, etc.). Servía, como se puede ver en distintas representaciones desde el siglo XV, para amarrar en su parte superior la pequeña calabaza con vino o agua para el camino o el zurrón e incluso para marcar con muescas los días empleados en el camino. Su uso cumplía además una función medicinal, al facilitar la circulación de la sangre en las manos.


TODO UN SÍMBOLO

De la importancia concedida al bordón como elemento intrínseco del peregrino habla el hecho de que el Codex Calixtinus (s. XIII), primer texto donde aparece descrito, señale que se bendecía en las iglesias, al igual que el zurrón, en una ceremonia de partida hacia Santiago. Se conservan en distintos puntos de Europa referencias y representaciones artísticas de este ritual. Jacopo Caucci, en un trabajo sobre el sermón Veneranda Dies, el texto del Codex que incluye este ceremonial, lo destaca como una asunción del hábito del peregrino, como una exaltación de sus profundos valores simbólicos. En este sentido, el Codex habla del bordón como el tercer pie del peregrino, "símbolo de la fe en la Santísima Trinidad", y medio de "defensa del hombre contra los lobos y los perros", a los que compara con el diablo tentador, quizá aprovechando el miedo casi reverencial que los peregrinos tenían a estos dos característicos animales. En el Libro II, en el Capítulo VI, se le conceden propiedades taumatúrgicas: Santiago cura con el bordón de un mendigo a un peregrino enfermo.  

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Portada del Codex Calixtinus, conservado en la catedral de Santiago

Por su capacidad para ayudar a superar las dificultades del Camino, itinerario hacia una meta sagrada, el bordón se ha relacionado en alguna ocasión con la virtud de la esperanza. Confirma este vínculo tan especial el empeño que se ponía en muchos casos a su diseño. Algunas eran pequeñas y costosas obras de arte y casi un símbolo de identidad, aunque la mayoría consistían en simples varas labradas y adaptadas a las características físicas del caminante.

En la Baja Edad Media el simbolismo del bordón se acentúa, amplifica y perfecciona. Se reproduce en metales nobles como presente para determinadas personalidades que peregrinaban a Santiago. Es famoso el obsequiado por el obispo compostelano Berenguel de Landoira a la reina peregrina Isabel de Portugal (s. XIV). A finales de la Edad Media se incorpora como emblema , al igual que la concha de vieira, al atuendo de los peregrinos, tanto bordado como reproducido en hueso, marfil o metal. Son los bordoncitos. Se colocaban sobre todo en los sombreros. Denise Péricard-Méa y Louis Mollaret destacan que en Francia estas miniaturas se conocían como bourdonnets. Afirman que en Santiago en el año 1553 era habitual su fabricación, mencionándose en un inventario más de quince mil. Se cosían a la vestimenta del peregrino, ya fuese uno solo o dos en forma de cruz. 

Un ejemplo sobresaliente de la fuerte simbología del bordón está en la catedral de Santiago: se conserva una columna de bronce, próxima al altar mayor, en la que la tradición asegura que estuvo el auténtico bordón de Santiago. El peregrino Nicola Albani (1743) todavía cita que se podía tocar con la punta de los dedos a través de un pequeño agujero en la columna, y que haciéndolo se ganaban muchas indulgencias. 

El renacer de la peregrinación a pie por el Camino de Santiago en las últimas décadas del siglo XX no fue acompañado, a su vez, del uso del bordón tradicional. Parece lógico, ya que los caminos actuales presentan habitualmente un mejor estado de conservación y los antiguos peligros (al margen de algún perro) hoy son inexistentes, por lo que el pesado y largo bordón es ahora más una complicación que una ayuda para los nuevos peregrinos, casi siempre cargados con pesadas mochilas a su espalda y afanados en un apurado paso. El peregrino actual prefiere caminar con las manos libres o acompañándose de modernos bastones hechos a partir de materiales ligeros y resistentes. Hoy el reverencial bordón sigue vivo, pero moribundo, a veces embalsamado para su casi exclusivo uso como souvenir. En el aeropuerto de Barajas, en Madrid, es frecuente ver acumulados en la consigna cientos de bordones retirados en los controles de pasajeros por no estar autorizado llevarlos en vuelos al extranjero. Muchos de ellos son sólo objetos de recuerdo, pero en otros todavía se adivina su historia. Injusta separación y triste destino para este legendario señor de los caminos. 

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San Agustín lava los pies a Jesús Peregrino en una imagen conservada en el Museo d'Arte de Cataluña. La imagen de una figura de autoridad espiritual portando un báculo o bordón y vinculada con los caminos - en sentido de tránsito - es muy antigua: la encontramos en la cerámica griega en la figura de Hermes o en la Edad Media con los Maestros masones, líderes de los gremios de constructores. Fue a partir de ese momento cuando hubo una separación simbólica e irreversible: la autoridad espiritual recayó sobre los obispos (que adoptaron el báculo) y el simbolismo del camino pasó a manos de los peregrinos (que usaron el bordón)

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