En el solsticio de verano del hemisferio norte (21 de junio) y en la noche de San Juan (23 de junio) se encienden hogueras para saltarlas, purificarnos de malos espíritus y dar más fuerza al sol
A pesar de que voy con mucho retraso, ya que me condicionan cuestiones laborales, no me gustaría dejar de subir publicaciones en la medida de lo posible. Antes de nada, recuerda que hoy, jueves 21 de junio, en el hemisferio norte tiene lugar el solsticio de verano: a partir de mañana, los días comenzarán a ser más cortos y el sol irá poco a poco perdiendo fuerza. Los antiguos ya se dieron cuenta de esto, y las celebraciones de los solsticios de verano consistían en encender hogueras para dar más fuerza al sol, buscando retrasar el invierno lo máximo posible. A día de hoy, muchos grupos neopaganos siguen encendiendo esas hogueras y fogatas esta noche, donde también queman todo lo malo que haya en sus vidas y que quieran dejar atrás. Es un ritual, pienso, muy bonito. Pero no, el tema que traigo hoy no es el solsticio y sus celebraciones, sino la historia de San Cristóbal. ¿Por qué? Porque ayer fui a Toledo con mis compañeros de Escuela de Atención y en un ejercicio lúdico-cultural fuimos a visitar la iglesia de San Román. Y más en concreto, alguno de sus frescos, entre los cuales se encuentra uno de este santo. Pues bien, a mis compañeros les gustó tanto la historia de Cristóbal que me han pedido que se la escriba y se la envíe. Y se me ha ocurrido compartirla también contigo, esperando que igualmente te guste.
Detalle de "San Cristóbal", del Bosco (c. 1490). Museo de Rotterdam
Eran los últimos años del siglo III, o los primeros del siglo IV, nadie lo sabe exactamente. En la tierra de Canaán vivía un gigante, de nombre Reprobus, con un rostro terriblemente feo, de más de dos metros de altura y descendiente de la estirpe de Goliat. Sin saber muy bien qué hacer con su vida, un día se despertó y se encomendó a sí mismo la misión de servir al ser más poderoso del mundo. Empezó un peregrinaje por el mundo, preguntando a los lugareños (aquellos que no huían de él) quién era el más poderoso del mundo, hasta que un labriego le indicó la ubicación del castillo donde vivía un rey, considerado el más poderoso del mundo. Reprobus se fue para allá y puso su fuerza al servicio del monarca. Pasó el tiempo y un día, en la corte, Reprobus vio cómo el rey se santiguaba ante la mención del Diablo. Viendo que tenía miedo, le dijo: "Entonces tú no eres el más poderoso del mundo", y abandonó la corte y el palacio del rey para echarse de nuevo a los caminos, esta vez con un objetivo claro: encontrar a ese Diablo que tanto miedo daba y que debía ser, entonces, el más poderoso del mundo. De repente, en uno de los caminos, le salió al paso una banda de asaltantes (los más poderosos del mundo no sé si serían, pero desde luego sí los más valientes para atreverse a asaltar a alguien tan feo, tan enorme y con una fuerza tan descomunal). Reprobus les dijo que estaba buscando al Diablo para ponerse a su servicio, y el jefe de los bandoleros dio un paso al frente y dijo: "Yo soy". Desde ese momento, el gigante pasó a formar parte de la banda de asaltantes. Y todo iba bien hasta que un día, el jefe de bandoleros decidió dar un rodeo muy largo para no pasar por el camino de una ermita. Preguntando Reprobus a otro de los bandidos el por qué de esta decisión, éste le contestó: "Esa ermita pertenece a Cristo, a quien el jefe odia y teme." Al escuchar esto, Cristóbal se dijo a sí mismo: "Entonces él no es el más poderoso del mundo. Debo encontrar al tal Cristo". Y abandonando a los bandidos, volvió a peregrinar por el mundo, preguntando a la gente dónde se encontraba Cristo. Pero nadie supo darle una respuesta clara y satisfactoria, y Reprobus pasó mucho tiempo viajando de aquí para allá. Hasta que en una ocasión, preguntó a un ermitaño dónde se encontraba Cristo y cómo podía servirle. El ermitaño le respondió: "Cristo está en el Cielo, con su Padre, pero lo ve todo. Si de verdad quieres servirle, debes martirizar tu cuerpo." Reprobus contestó al ermitaño que no estaba dispuesto a practicar el ascetismo, ni a ponerse cilicio ni a darse de latigazos. El ermitaño respondió: "Si no quieres servir a Cristo de tal manera, el otro modo es a través de la ayuda al prójimo. Con tu tamaño y fuerza, podrías ayudar a los viajeros a cruzar un río que hay cerca de aquí, cuyas bravas aguas se cobran muchas vidas todos los años. Te garantizo que ese servicio agradará a Cristo " De esta manera Reprobus cogió el tronco de un árbol como bastón y, colgándose a los viajeros de la cintura, les cruzaba de un lado al otro del río.
Y he aquí que llegó un día en el que a las orillas del río apareció un niño pequeño. Reprobus, temeroso de que se cayese si le colgaba de su cinto, le subió sobre sus hombros. Sin embargo, al haber llegado a la mitad del río, notó que sus piernas comenzaban a flaquear, que las rodillas le temblaban y que sus tobillos flaqueaban, que cada paso requería un esfuerzo inmenso, como si una gran fuerza lo empujase hacia abajo. A muy duras penas consiguió sostenerse en pie, gracias al tronco del árbol, y cuando finalmente llegó a la otra orilla, jadeando para recuperar el aliento, le dijo al niño: "Tú me has puesto en el mayor peligro. No creo ni que el mundo entero sea tan pesado en mis hombros como lo has sido tú.". Ante el asombro del gigante, el niño respondió: "No sólo has tenido el peso del mundo sobre tus hombros, sino a aquel que lo creó. Yo soy el Cristo, tu Señor, a quien tú has ofrecido este servicio. Y de ahora en adelante no será ya más tu nombre Reprobus, sino Cristóbal, porque has llevado a Cristo contigo." Y diciendo esto, el niño desapareció ante las narices del atónito gigante. La tradición dice que fue martirizado en Licia, actual Turquía.
El grabado más antiguo conocido de San Cristóbal (1423)
Y hasta aquí llegamos hoy. Te espero la semana que viene. Ultreia!
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