La Torá es como una amada hermosa y bien proporcionada que se oculta en un recóndito aposento de su palacio. Tiene un único amante, cuya existencia todo el mundo ignora, que permanece escondido. Por amor a ella merodea el amante continuamente ante la puerta de su morada y deja vagar sus ojos en todas direcciones, buscándola. Ella sabe que el amado está constantemente alrededor de la puerta de su morada. Entonces entreabre ligeramente la puerta en el escondido aposento donde se encuentra, a través de una ventana desvela por un instante su rostro al amado e inmediatamente lo oculta otra vez. Todos los que quizá pudieran estar junto al amado nada verían ni percibirían. Únicamente él lo ve, y su interior, su corazón y su alma van en pos de ella, y sabe que por su amor la amada se ha manifestado un instante y que, en ese instante, su corazón y su alma también han ardido de amor por él. Así ocurre con la palabra de la Torá. Sólo se revela a quien la ama, pues ella sabe que un místico (en hebreo hakim libba, literalmente, "el que posee sabiduría de corazón") siempre está rondando su puerta.
Este hermoso relato de amor contrasta radicalmente con la idea que tienen muchas personas de que el judaísmo es una religión extraordinariamente rígida y rigurosa. Sí y no, como ocurre en todas las religiones. Pero esta visión del rigor aparente choca con otra hermosa idea cabalística, que es la de la piel de serpiente. Dicen que cuando YHVH creó a Adán y Eva los hizo de luz pura, de esa primera luz del Génesis. Pero cuando tuvo lugar la Caída, Dios les hizo "vestidos de piel" y los expulsó del Edén. Para los místicos judíos, ese vestido de piel representaría la envoltura carnal del ser humano, a la que se denomina piel de serpiente. Y la cosa va más allá: la naturaleza de Adán y Eva, al ponerse la piel de serpiente, se hizo material. Y por lo tanto, fue necesario que la Torá adquiriese una forma material y contuviera unos mandamientos materiales, pues están basados en la naturaleza corpórea y material del hombre. Pero antes de la Caída, Adán y Eva amaban la luz pura de la Torá, y la Torá les amaba a ellos. Y aquí me viene a la mente otro concepto interesante: la plena igualdad entre el hombre y la mujer, algo que para el judaísmo rabínico general es discordante pero para muchas corrientes del judaísmo ha sido fundamental. Todos sabemos que hay dos relatos de la creación del ser humano, que aparecen recogidos en Génesis 1 y Génesis 2. Pues bien, Dios crea a Adán en ambos relatos, pero en Génesis 1 leemos "varón y hembra los creó". Sin embargo, ese "los" es un cambio intencionado en la traducción, ya que en hebreo dice "varón y hembra lo creó". Dicho en otras palabras, Adán es andrógino, y no puede ser de otra forma: el término Adán (en hebreo ha'adam) significa "hombre" en el sentido de "ser humano". Al igual que en griego ocurre con los términos antropos y aner, en hebreo sucede con ha'adam e ish, que significa "hombre" entendido como "varón". Dicho de otra manera, Eva estaba dentro de Adán porque Adán eran ambos, uno. Representaban la total unidad del ser humano, el amor más completo. Y la Torá en su esencia más pura también vivía ese amor en Adán.
Tanto hincapié se hace en la relación de amor entre la Torá y el místico que la palabra utilizada en hebreo para "maestro" (rabi) adquiere el sentido propio de "esposo de la Torá", como el señor de la casa al que ella revela todos los secretos y nada le oculta. Y sus secretos son numerosos...
En el Ra'ya mehemna, texto cabalístico, el autor señala que la Torá es una fuente inagotable que ningún cántaro (en hebreo kad) puede abarcar. La palabra kad tiene un valor numérico de 24, y eso para el autor es signo evidente de que ni todos los 24 libros que conforman el Tanaj, el canon bíblico del judaísmo, pueden abarcar la profundidad de la Torá. Y me gustaría profundizar más en este simbolismo del cántaro, a imagen del relato que hemos transcrito un poco más arriba, aunque en este caso sea de mi invención y, por tanto, de peor calidad. Con todo, me sirve para la idea que busco expresar.
Beber de ese vino es entrar de lleno en el misterio, penetrar "más adentro en la espesura", como muy bien escribía San Juan de la Cruz. Cada una de esas personas es, lo hemos dicho, una interpretación y una actitud ante la Tradición. Y puede ser una actitud oscura (de indiferencia o ignorancia) o iluminada (de curiosidad/interés o conocimiento). Lo he dicho muchas veces, pero lo vuelvo a repetir: una no es mejor que la otra, no se trata de hacer un juicio moral. Digo lo de la luz por poner otro ejemplo de la profundidad del pensamiento cabalístico: en hebreo, luz (or) y misterio (raz) comparten valor numérico, 207. Así que, cuando en el Génesis se nos dice: vayo'mer 'Elohim, yehi 'or vayehi 'or ("Y Dios dijo hágase la luz, y fue la luz"), lo que se crea no es solamente la luz, sino también el misterio. Un misterio que se transparenta, para aquellos que lo buscan, en la Torá. Estudiarlo se convierte entonces en un acto de fe, en un acto de amor.