miércoles, 12 de junio de 2019

174. Por qué el elefante

En este tercer y último ejercicio de la etimología de mi nombre vamos a hablar de lo que implica el simbolismo del elefante. Casi todo lo relacionado con los elefantes africanos y asiáticos tiene proporciones enormes: su imponente arquitectura, la grandeza de sus almas, la elocuencia con la que residen en su espléndido gigantismo cada vez más vulnerable. Nacieron con pies acolchados que están en armonía con las vibraciones de la Tierra, tienen mil tipos diferentes de células olfatorias y táctiles en sus trompas, viajan con sigilo y agilidad por las cambiantes superficies de las selvas pluviales y estribaciones de las montañas, de la sabana africana y de la periferia de los desiertos, de los bosques rurales de un santuario en Tennesse y las vistas de los sueños de la psique humana. Por el camino reconfiguran la topografía, abren los espacios oscuros a la luz, eliminan obstáculos, cavan pozos para acceder a corrientes subterráneas. Disfrutan de la compañía de otros elefantes, se comunican secretos infrasónicos y se tocan la cara y los costados. Celebran y sufren. Saludan con gritos estrepitosos a los viejos amigos en sus abrevaderos preferidos. Recubiertos de lodo marrón dorado o transformados en apariciones calcáreas bajo una fina capa de polvo; encantadores al ir coronados con matas de hierba o confeti arenoso, podrían ser los arquitectos tutelares que han venido a enseñar a los menos ilustrados cómo ser elefante de verdad en un mundo que se encoge con rapidez.

A las manadas de elefantes siempre las conduce una matriarca en cuyas larga experiencia y prodigiosa memoria se destilan las complejidades de la cultura y la socialización del elefante, el cuidado, la protección y la educación de los jóvenes, así como las ubicaciones estacionales del agua y para pacer, y la constancia en todas las exigencias que hacen posible la supervivencia

Los elefantes no sólo guardan una relación íntima y devota con la "esfera en la que están de pie", sino que sus primeros progenitores míticos fueron 16 elefantes que surgieron de las doradas mitades del cascarón del huevo cósmico y por siempre jamás sostuvieron la Tierra en sus amplios lomos. Sus descendientes, alados y parecidos a nubes, tenían la habilidad de cambiar de tamaño y forma a placer, atravesaban velozmente el mundo de norte a sur y de este a oeste, y estaban a sus anchas en el agua, en la tierra o en el aire. Incluso hoy en día, los poetas aún ven elefantes en el cielo: los enormes y oscuros nubarrones, cargados de lluvia, despiden sus colmillos de relámpagos y contestan con trompetazos profundos y sonoros al llamamiento mágico y eficaz de sus homólogos de abajo. En general, se cree que la presencia de los elefantes es propicia, asegura la fecundidad, la vitalidad y el resurgimiento de la vida física y espiritual del universo. Gaja Lakshmi (Lakshmi de los elefantes), la adorable Madre Tierra cuya benevolencia maternal hace que los jugos que sustentan la vida fluyan por cada planta y animal, aparece en los relatos tradicionales con dos elefantes, uno a cada lado, que vierten poderosas libaciones de agua sobre su exuberante figura. Ganesha, dios de la Sabiduría, hijo de Shiva y Parvati, el amado eliminador de obstáculos y guardián de los umbrales, otorga riqueza material y creativa a sus devotos.  Y Airavata, maravilla de un blanco lunar y seis colmillos que surgió del Océano Lácteo primordial, es la forma totémica y vehículo divino de Indra, el señor de los cielos que maneja el arco iris y libera la fecunda fuerza de la lluvia. 

Resultado de imagen de ganesha
Pequeña figura de Ganesha. Su cuerpo de hombre es el microcosmos, la manifestación, y su cabeza de elefante el macrocosmos, la no manifestación; es el comienzo y el fin

Pero los elefantes también pueden representar la destructividad colosal. La agresividad intensificada de un toro en estado de must o el casi delirio de un elefante provocado por el dolor, el miedo o la rabia son los emblemas proverbiales de la furia del cuerpo y la mente. Los elefantes pueden dejar un yermo donde pacen en exceso debido a la continua invasión humana de su hábitat. Cada vez más, los elefantes se están trastornando, en lo social, lo emocional y conductual, por el trauma que suponen la caza furtiva del marfil, la caza y las matanzas de manadas enteras, pese a las sanciones gubernamentales.


Compete al poder de los seres humanos dar un acomodo adecuado al tamaño de los elefantes, en todos los sentidos del término. Si les permitimos ser elefantes con sencillez y de ese modo nos enseñan también cómo ser elefantes, daremos cabida a algo grande, algo que de otra forma languidecería en nosotros mismos. Tal como la larga evolución de los elefantes consiste, en general, en la adaptación de su gigantismo a la miríada de movimientos íntimos de la existencia en el suelo, podríamos renunciar a nuestra abstracción de la vida terrenal y residir en nuestra animalidad más profunda. Dar cabida a los salvajes y los amaestrados. Adquirir la capacidad de eliminar obstáculos y dejar vía libre. Impregnarnos de nuestra grandeza latente: con un tamaño que no tiene nada en común con la grandiosidad de un yo henchido, sino más bien con la gravitas: la plenitud, la influencia, la fuerza interior de nuestra propia esencia.

En esta conocida representación de la concepción de Buda, su madre Maya sueña con un elefante blanco de buen augurio que desciende como una nube para entrar en su matriz. El hecho de que un espíritu elefantino ensombreciera su concepción se refleja en la sabiduría perfecta del Buda, en su amabilidad y autoridad real, así como en sus notables habilidades docentes

No hay comentarios:

Publicar un comentario