miércoles, 19 de junio de 2019

175. Cultura y religión en la Hispania romana


Si resulta fácil dejar constancia de los elementos de la cultura material de una época, no lo es tanto interpretar su sentido. Todo el mundo sabe que la exploración de superficie y las excavaciones arqueológicas están aportando constantemente puentes, acueductos, teatros, circos, anfiteatros, templos, plantas de ciudades y de casas, objetos de uso doméstico y de decoración personal, etc. No pretendemos presentar un catálogo de todos estos restos, ni siquiera mencionar todos los que son considerados más "importantes" (¿desde qué óptica?), sino, a través de ellos, acercarnos al conocimiento del sentido de los cambios culturales y religiosos en la Hispania de los primeros siglos del Imperio.

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Ya Levi-Strauss ha hecho advertir que las llamadas "sociedades primitivas" alcanzaron frecuentemente una compleja elaboración en la explicación del mundo y de sus múltiples fenómenos. El mal llamado "primitivo" ofrece sistemas de pensamiento altamente coherentes que, en ocasiones, han superado áreas de la ciencia desacralizada moderna: tal es el caso, por ejemplo, de los métodos clasificatorios de las plantas y de sus propiedades curativas. Ahora bien, los principios de donde se deriva la coherencia del primitivo (que no es ni infantil ni irracional) son generalmente distintos de los seguidos por la ciencia occidental moderna, y frecuentemente imbuidos por las creencias religiosas. No es posible entender las llamadas sociedades primitivas sin tener presente el contenido de sus creencias religiosas; incluso la historia griega y romana antiguas quedarían falsificadas si se olvidase del enorme peso de la religión en todos los sectores de la actividad privada o pública. Y esto es igualmente válido para la Hispania antigua. 

Los numerosos dioses que conocemos de la Hispania antigua corresponden realmente a cuatro bloques religiosos: el indígena, el romano, el oriental y, dentro de este, el cristianismo. Mientras que la religión romana, desde que en los últimos siglos de la República se asimiló con la griega, de la que tomó gran parte de sus mitos, se presenta como una religión orgánica y coherente (naturalmente, con la limitada coherencia de toda religión, y más si es politeísta), lo mismo que es coherente el monoteísmo cristiano, los bloques religiosos indígena y oriental estaban realmente formados por religiones muy diversas. La unidad interna de cada uno de ellos es más bien artificial al hablar de Hispania: siendo precisos, hay que hablar más bien de "religiones indígenas" y de "divinidades orientales", pues no era la única religión de los diversos pueblos de Hispania, como tampoco, a excepción del cristianismo, llegó a la Península una religión oriental completa sino divinidades de diversas religiones (siria, capadocia, fenicia, egipcia). Habrá que abandonar, por impreciso, el empleo de la expresión "religiones prerromanas" de Hispania, ya que estas no desaparecieron con la conquista ni bajo la administración romanas. 

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La documentación no siempre nos permite conocer la advocación bajo la que era venerada la divinidad, y esto es válido incluso para algunos romanos. El toro como símbolo de fuerza, fecundidad o fiereza se representa como símbolo religioso, sin tener siempre una clara relación con la advocación del dios a que acompaña. Es cierto que el significado de los símbolos religiosos difícilmente se comprende sin conocer el mito: el símbolo puede representar una teofanía, como un animal u objeto del que se sirvió el dios, etc. Como sugería Dumèzil, la cruz de los cristianos, tan fácilmente comprensible en la cultura occidental ¿qué interpretaciones recibiría de pueblos que nunca conocieron el cristianismo? Y en análoga situación nos encontramos ahora respecto a algunos símbolos religiosos que nos aparecen desligados del dios y del mito.

En las cuevas-santuario y en los santuarios ibéricos se han hallado varios miles de exvotos, pero desconocemos el nombre del dios o dioses allí venerados. Entre los exvotos se hayan piernas, brazos, estatuillas de orantes, jinetes, animales de diversas especies, etc. ¿Se veneraba a un dios de la salud o de la fecundidad animal o protector de los guerreros... o se veneraba a varios dioses? ¿Eran dioses personificados o fuerzas de la naturaleza vagamente concebidas? Estas y otras preguntas no pueden ser respondidas con garantía, aun cuando ciertas analogías con otros lugares de culto del Mediterráneo permitan introducir hipótesis razonables. Nos encontramos pues, con un amplio abanico de cuestiones aún no resueltas.

Historia de España. I Introducción. 
Primeras culturas e Hispania romana
Manuel Tuñón de Lara

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