miércoles, 5 de junio de 2019

173. Mi experiencia de Ramadán

Ayer finalicé mi ayuno de Ramadán. Igual que cerca de 1.500 millones de personas más en todo el mundo. Y quiero contaros cómo lo he vivido. Antes de nada, quisiera pedir perdón a aquell@s musulmanes y musulmanas que se puedan sentir ofendidos. Aseguro que no es ni ha sido en absoluto mi intención. Yo no soy musulmán, y he hecho el Ramadán. Me consta que varias personas que no practican la fe islámica lo hacen, bien como curiosidad, bien como experiencia, bien por cualquier otro motivo. Yo lo he hecho por dos motivos. Uno es que en mis clases bastante a menudo sale el tema del ayuno como vía de la trascendencia, vari@s de mis alumn@s lo han vivido en alguna ocasión, y se habla mucho mejor de algo que se conoce de primera mano. El otro motivo por el que he celebrado el Ramadán es porque ha coincidido en unas fechas en las que, dentro de una semana, me marcho a Tierra Santa. Así que me lo he tomado como una especie de purificación y de limpieza interior antes del que es, sin duda, el viaje de mi vida. Los motivos por los que el mes de Ramadán es importante para los musulmanes y musulmanas ya los expuse en un vídeo:



He querido empezar disculpándome por si algún musulmán o musulmana que me lea y no me conozca piense que he experimentado el Ramadán a modo de mofa. El Ramadán no se celebra como una burla, y eso cualquiera que haya pasado por un ayuno lo sabe. Y para los musulmanes y musulmanas es un acto profundamente sagrado, que aparece indicado en el Corán. Por eso, lo he hecho desde el más profundo de los respetos, como creo que se debe afrontar cualquier cosa que tenga que ver con la fe de las personas.

Aclarado esto, quiero decir que ha sido toda una experiencia. Lo peor ha sido estar sin beber, la segunda semana, los últimos días y las últimas horas de cada día. Lo mejor, saber que he sido capaz. Que, cuando no había nadie en mi casa o iba yo solo por la calle, he resistido la tentación de comer y beber algo. Y cuando surge la tentación acompañada del pensamiento "nadie lo sabría", inmediatamente salta un resorte que te hace decir: "yo lo sabría". Y eso es la conciencia y el compromiso de llevar algo hasta el final. Otra cosa buena es, por supuesto, el autocontrol y la mesura. Soy una persona a la que le encanta comer, y durante este último mes he sido mucho más medido en cantidades y en calidades. Ahora el reto está en que lo obtenido se prolongue en el tiempo. Habrá quien diga "bueno, pero para eso no hace falta hacer el Ramadán". Y no le falta razón. Pero, como ya comenté en el vídeo, el Ramadán implica mucho más. 

La medida, la mesura, el autocontrol. El ayuno, como toda práctica espiritual que requiere sacrificio, no se hace porque guste pasarlo mal. Se hace porque el aspecto exterior (no ingerir nada por la boca ni por la nariz desde la salida hasta la puesta de sol) se corresponde y apoya en el aspecto interior. El término es "ayuno moral". Si no hay, al menos, una voluntad de desarrollo interior a mejor, el ayuno no sirve para nada. Todo está dirigido a transformar a la persona y mejorarla, para ella y para su comunidad. También tenemos otro vídeo en el que hablamos detalladamente de eso:



Quiero pensar que celebrar este año el Ramadán me ha ayudado a, si no entender (quizá sea muy pretencioso ese término), al menos sí a respetar otras realidades. La sensación de hacer algo al mismo tiempo que millones de personas en todo el mundo es muy fuerte, y es especial. Digamos que tomas conciencia de que no importa que las personas vivan en Taiwán, en Francia o en Tánger: tod@s tenemos los mismos anhelos y necesidades. Bien es cierto aquello que dicen "uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde". Cuando pasas 15 o 16 horas sin beber (insisto, es lo que peor he llevado yo), cuando el primer trago de agua riega tu garganta, la oración de gracias te sale sola. Y te hace pensar en todas aquellas personas que, por circunstancias ajenas a ellas mismas, la puesta de sol no viene acompañada de agua. Algo tan sencillo como el agua, que en nuestro primer mundo damos por sentado. Todavía recuerdo la entrevista que le hicieron hace ya muchos años a un tuareg, uno de los "hombres azules" del desierto. Este hombre estaba dando un ciclo de conferencias en varios países sobre las comunidades que vivían en el desierto, y alguien le preguntó cuál era el detalle que más le había llamado la atención de diferencia entre ambos mundos. Y el tuareg no lo dudó ni un momento: "el agua. Cuando llegué por primera vez a un hotel y abrí el grifo, lloré al ver correr el agua. ¡Toda mi vida había consistido en ir a buscar agua!". El sacrificio que realizan los musulmanes y musulmanas durante el Ramadán es también para hacerles conscientes de la realidad de aquellos que no tienen nada que comer o beber. Es la forma que tiene esta religión de identificar al creyente con el necesitado, mientras otras religiones tienen otras. Y cuando te paras a pensarlo y, sobre todo, a experimentarlo... bueno, muchas cosas cambian. 

También habrá quien dirá: "no hace falta seguir una religión para ser buena persona y tener principios y valores". Y por supuesto que no. A eso, como todo, me gusta responder con una frase que tienen los franciscanos para referirse a los padres de su orden: "creyeron porque amaron y amaron porque creyeron". Todo se basa en el Amor, y la religión no es un destino, sino que es una manera de viajar. Y creo sinceramente, no sólo con el Ramadán (aunque esa experiencia ayuda a ver más claramente las cosas) sino con cualquier otra práctica de cualquier otra religión, que en realidad todos estamos hablando de lo mismo en distintos idiomas. Y eso no hace menos que emocionarme.

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