miércoles, 13 de junio de 2018

126. Introducción al simbolismo, parte III

Llevamos dos semanas compartiendo un análisis muy interesante que realiza El vuelo de la lechuza sobre el poderoso sentido simbólico que la humanidad ha ido otorgando a lo largo de su Historia a las formas básicas de la geometría. Hoy damos por zanjado este tema con una breve reflexión sobre el símbolo, planteada por esta página web y comentada por nosotros. Os animamos a que dejéis en los comentarios vuestras opiniones. 

Dice que "un símbolo, manifestado en las formas simbólicas, puede tener dos destinos. O bien el sentido luminoso del símbolo perdura en el tiempo o bien ese sentido queda obsoleto, y deja de contribuir por tanto a la vida espiritual. En simbología importa la diferencia entre "formas vivas" y "formas muertas" de los símbolos." En primer lugar, hay que añadir que un símbolo puede ir más allá de las formas simbólicas, es decir, geométricas. La Geometría Sagrada configura probablemente su origen, pero el desarrollo humano ha permitido que actualmente la Geometría sea sólo una rama del enorme tronco que conforma la Simbología. No obstante, estoy muy de acuerdo con la teoría de los dos destinos del símbolo: o bien el ser humano permite que el pensamiento simbólico avance, se desarrolle y se siga actualizando a las necesidades, o bien permite que un símbolo quede anclado en un punto concreto del pasado y quede, por tanto, anticuado. Un ejemplo muy fácil que sirve para entender esto es el de la swastika, llamada también cruz gamada. En Occidente es un símbolo obsoleto, sólo pervive su "forma muerta" porque ha quedado anclado a un momento del pasado (un momento horrible y cruel, por cierto) y no se le ha permitido evolucionar. En Oriente, en cambio y por suerte, la swastika sigue cumpliendo su papel simbólico de evolución, suerte, paz, bienestar y sabiduría, sobre todo en las regiones de India y Nepal, donde nació (el origen del término es sánscrito, y significa "bienestar"). 


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No es menos cierto que la swastika tiene "trampa": cuando sus brazos doblados en ángulo recto giran hacia la derecha se denomina "esvástica". En cambio, cuando están girados hacia la izquierda, el nombre correcto es "sauvástica". Ambas representaciones han simbolizado conceptos muy diferentes: la suerte, el Brahman o el samsara. Los nazis la adoptaron al ser el símbolo de la Sociedad Thule 

Javier Benítez Láinez en El vuelo de la lechuza señala que el símbolo tiene una forma externa que es visible a los sentidos y a la inteligencia, y otra forma interna en la que late su luz; y que esta luz es inmanente al símbolo y no cognoscible por los sentidos, sino que sólo se puede llegar a su conocimiento a través de la revelación o de la catarsis o purificación. Corriendo el riesgo de ponerse demasiado místicos, diré de otro modo lo que creo que quiere exponer J. Benítez: un símbolo responde a una iconografía y a una iconología. Tomando de nuevo el ejemplo de la swastika, su iconografía responde a una similitud con cuatro letras gamma griegas unidas en un eje (de ahí el término "cruz gamada"); además de que "la pureza geométrica de la esvástica permite la legibilidad en cualquier tamaño o distancia, y su eje produce ilusión de movimiento", tal y como expresó el diseñador gráfico Steven Heller. Ésa es la forma externa, lo que absolutamente todo el mundo puede apreciar a través de sus sentidos. Y luego está esa "forma" interna que es la que otorga significado al símbolo. El cómo de una palabra en sánscrito deriva en un símbolo que significa una gran pluralidad de cosas y que ha ido evolucionando y siendo adoptado por infinidad de culturas a lo largo y ancho del mundo. El conocimiento de ese significado se puede obtener a partir del estudio, pero sólo se puede "vivir" a través de una comunión profunda con su sentido más puro (lo cual, cierto, no es nada fácil y quizá sí necesite algo de purificación o revelación de por medio). Debo reconocer que yo he experimentado la fuerza pura de un símbolo sólo en una ocasión: cuando descubrí el Grial. Jaime Buhigas dice muy a menudo, y yo estoy plenamente de acuerdo con él, que nunca se llega a conocer del todo un símbolo. Que cada símbolo implica una cosa distinta para cada persona y comunidad humana, y que intentar analizar los símbolos únicamente desde el raciocinio es un error garrafal y un increíble acto de soberbia. Que hay que sentirlo y vivirlo. Y que si no, solamente accederemos a una ínfima parte del conocimiento del símbolo.

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La primera fuente literaria que menciona el Grial es Perceval ou le Conte du Graal, escrito en torno a 1180 por el trovador Chrétien de Troyes. Sin embargo, parece claro (y así lo deja entrever el último Premio Planeta) que su aparición en la historia de la simbología es bastante anterior...

Continuemos. En El vuelo de la lechuza se dice también que, en este sentido, el simbolismo no va más allá, a la trascendencia o a buscar sentidos o significados, respuestas y verdades; sino más bien adentro. Personalmente, creo que el símbolo es tan importante porque precisamente funciona en ambos sentidos. Es la manifestación de lo trascendente y de lo inmanente, que están en eterna conexión y que no pueden existir por separado. El símbolo es el puente entre la materia y el espíritu, haciendo de ello una misma cosa. Láinez comenta que "cuando impedimos que un símbolo continúe transmitiendo información, el sentido simbólico se pierde y el símbolo queda reducido a una simple realidad mecánica, desprovista de vida (…) esa luz (…) es la presencia divina. Es la daena de los iranios, la shejiná de los hebreos, la Eva de los cristianos y la Atenea de los griegos." Me parece interesante y sobre todo muy curiosa esta comparación. Tanto Javier Benítez en El vuelo de la lechuza como Raimon Arola en Ars gravis coinciden en hacer una comparativa entre esa especie de "luz interna" del símbolo con grandes figuras femeninas de la mitología mundial; y me parece también asombroso e interesante su concepción de Eva y Atenea como conceptos asociados a la intuición, a la revelación y a la "presencia" de Dios, que es lo que significaron tanto la daena zoroástrica como la shejiná hebrea. Como digo, me sorprende la comparación porque nunca la había visto planteada, pero me parece hermosísima. Y si estamos hablando de la necesaria actualización de los símbolos, ¿por qué no?

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El texto de Benítez termina con una sentencia con la que no podría estar más de acuerdo: "bajo el velo de la fábula, bajo los mitos y los ritos, en el interior de los símbolos, existe una alusión a los misterios fundamentales de la vida del ser humano. Y las obras de algunos artistas son tan potentes y significativas que fueron capaces de mostrar este mundo y, a la vez, el mundo otro." Como se comentaba en Introducción al simbolismo, parte I, la simbología nace cuando el ser humano asume en su conciencia que existe un mundo material (que puede apreciar con los sentidos) y un mundo espiritual o abstracto (que se le escapa pero con el que puede conectar a través de muchas formas). Una de esas formas es la simbología. Y la simbología nace tras la firme creencia de que, efectivamente, detrás de todo arte, de toda religión y de todo ritual, se esconde una verdad sublime que eleva al ser humano a las más altas esferas y le ayuda a alcanzar la realización: la paz, la felicidad, el bienestar, el Nirvana... ese estado de la Edad de Oro que en la India y Nepal representaron con la swastika. Con esta breve reflexión termino: un símbolo es importante porque es poderoso. Porque nos remite a nuestra realidad última, a un contacto con la abstracción que de alguna manera materializamos, otorgándole un significado móvil, que evoluciona, pero que nos religa con algo más grande que nosotros mismos: la propia vida. Y esto sí que es lo único que nos diferencia de los animales. Creo recordar que era fray Guillermo de Baskerville, en El nombre de la rosa, quien decía que la diferenciación entre el ser humano y otros animales era la risa. Sin ánimo de restar mérito al mejor fraile-detective que ha dado la literatura, estudios posteriores han demostrado que perros, chimpacés, gorilas, ratas e incluso pájaros pueden reír. Pero no se han recogido por el momento testimonios que demuestren que ningún animal tenga acceso al pensamiento simbólico del ser humano, por lo que me atrevo a afirmar que es lo que nos diferencia. Sin embargo, y esto también hay que decirlo, que no tengan (o al menos no muestren) pensamiento simbólico (en tanto que concebir y plasmar de manera iconográfica cualquier tipo de símbolo), eso no quita que algunos animales no tengan nociones de trascendencia: los expertos hablan de algunos chimpacés, elefantes o gorilas... pero eso ya es otra historia que dejaremos, quizá, para otro momento. Por último, sólo queda referir que los seres humanos estamos aquí, y aquí seguiremos para, quizá, conseguir apartar, aunque sea un poco, el velo de Isis y acceder al misterio.

Ultreia.

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