miércoles, 24 de octubre de 2018

145. Himno homérico al dios Pan

Traducción del Himno homérico dedicado al dios Pan
nombre que en griego significa "todo"

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1. Himno homérico a Pan
(La traducción es de A. Bernabé, Himnos homéricos, ed. Gredos, Madrid, 1978)

Háblame, Musa, del amado vástago de Hermes, el caprípedo, bicorne, amante del ruido, que va y viene por las arboladas praderas junto con las Ninfas habituadas a las danzas. Caminan ellas por las cumbres de la roca, camino de cabras, invocando a Pan, el dios pastoral de espléndida cabellera, desgreñado, bajo cuya tutela se hallan todas las nevosas colinas, así como las cimas de los montes y los senderos pedregosos.

Va y viene de aquí para allá por entre los espesos breñales, atraído a veces por las suaves corrientes de un río. A veces, por el contrario, vaga por entre los escarpados roquedales, trepando hasta la más alta cima, atalaya de rebaños.

A menudo corre a través de las altas montañas de resplandeciente blancura, atraviesa por entre las laderas matando fieras, tras escrutarlas con penetrante mirada.

De vez en cuando, al atardecer, se deja oír él solo al regreso de la montería, tocando suave música con su caramillo. No lo aventajaría en sus cantos el ave que, entre las frondas de la florida primavera, difunde su lamento y derrama su melifluo canto. 

Acompañándolo entonces las montaraces Ninfas de límpido canto, moviendo ágilmente sus pies sobre el veneno de oscuras aguas, cantan. Y gime el eco en torno a la cima del monte.

El dios, de una parte a otra de los coros, a veces deslizándose al centro, los dispone, moviendo ágilmente los pies. Sobre su espalda lleva una rojiza piel de lince, enorgullecido en su fuero interno por los melodiosos cantos, en el suave prado donde el azafrán y el fragante jacinto se mezclan indistintos con la hierba al florecer. 

Cantan a los dioses bienaventurados y al grande Olimpo. De tal modo, y de forma señalada sobre los demás, se referían al raudo Hermes, a cómo es un veloz mensajero para los dioses todos, y cómo llegó a Arcadia, pródiga en veneros, madre de ganados, donde dispone del recinto Cilenio. Allí, aunque era un dios, apacentaba ganados de áspero vellón, en el predio de un varón mortal. Pues florecía en él un lánguido deseo, que le había invadido, de unirse en amor con la ninfa de hermosos bucles, hija de Dríope.

Consiguió por fin una florida boda y ella le engendró, en sus moradas, a Hermes un hijo, desde el primer instante prodigioso de verse, caprípedo, bicorne, amante del ruido, de dulce sonrisa.

Huyó de un salto y abandonó al niño la nodriza, pues sintió temor cuando vio su rostro desagradable, bien barbado.

Mas el raudo Hermes lo tomó en sus brazos, acogedor. Se alegraba extraordinariamente en su fuero interno el dios. Rápidamente ganó las sedes de los inmortales, tras haber envuelto a su hijo en las espesas pieles de una liebre montaraz. Se sentó junto a Zeus y a los demás inmortales y les presentó a su hijo. Los inmortales todos alegraron naturalmente su corazón y en especial el báquico Dionisio. Solían llamarlo Pan porque a todos les alegró el ánimo. 

Así que te saludo a ti también, soberano. Te propicio con mi canto, 
pero yo me acordaré además de otro canto y de ti.



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