miércoles, 28 de marzo de 2018

117. Post Mortem

Ya que estamos en plena Semana Santa, y puesto que la semana pasada estuvimos hablando de la simbología del Via Crucis, he decidido esta semana traer una muestra iconográfica de cuadros guardados en el Museo del Prado que ilustran perfectamente los acontecimientos sucedidos después del Calvario. El primero es, lógicamente, la crucifixión. Y más concretamente "Cristo crucificado", de Velázquez. El momento de la muerte en su aspecto más puro, sin artificios. 

Cristo crucificado.jpg

Velázquez no incluye en su lienzo nada que augure la futura resurrección. Muestra a Jesús con la cabeza gacha, inerte, sus cabellos cayendo sobre su rostro mientras mana sangre de sus heridas. Con todo, Velázquez ha decidido incluir un soporte para los pies en la cruz, de manera que Jesús puede apoyarse en él. También es una de las pocas crucifixiones donde aparecen cuatro clavos en lugar de tres, y en la cintura del condenado aparece el perizonium o paño de pureza, la prenda que por motivos de pudor se utilizó para cubrir los genitales de Jesús, ya que a los condenados se les crucificaba desnudos. Él no debió ser una excepción. Todo en este lienzo denota soledad, respeto... es la imagen de la misma muerte, fondo negro incluido.

Muy distinto es el momento posterior, cuando José de Arimatea - miembro del Sanedrín y uno de los hombres más ricos de Jerusalén - le pide a Poncio Pilato que le entregue el cadáver de Jesús para darle un entierro digno, puesto que ha muerto en la cruz. Pilato se extraña de que haya fallecido tan pronto (pasó seis horas en el madero), pero acepta. En ese momento, los más fieles seguidores de Jesús le bajan de la cruz y le envuelven en un sudario blanco, momento que queda perfectamente reflejado en la pintura denominada "El Descendimiento de la Cruz", de Rogier van der Weyden. La semana pasada publicamos un vídeo en nuestro canal de YouTube analizando esta tabla.

 


En esta obra Van der Weyden refleja no solo el descendimiento de Cristo de la cruz, sino que incluye simbólicamente los tres elementos que convierten a Jesús en lo que es. El fondo dorado, típico del arte medieval, se usaba ya en el Antiguo Egipto como representación de la divinidad. Refleja a Jesús Dios. Por su parte, el hombre calvo en segundo plano, a la derecha del lienzo, sostiene una urna funeraria que es símbolo de muerte. El símbolo de Jesús Hombre. Y finalmente, en la parte baja de la tabla, a la izquierda, encontramos una calavera al lado de una pequeña planta en flor, junto a la mano de la Virgen María. Es el símbolo de la vida después de la muerte, la Resurrección. El emblema de Jesús Resucitado. Y Van der Weyden lo incluye todo en esta tabla, junto a otras cosas de las que hablamos en el vídeo y que aquí no vienen a cuento. Lo que ocurre después del descendimiento lo sabemos todos: Jesús es introducido en un sepulcro de piedra, en una cueva cercana al monte Gólgota, lugar de la crucifixión. Así lo muestra Tiepolo en su "Entierro de Cristo".

 

Tiepolo, ya en el siglo XVIII, hace gala de un exhaustivo naturalismo. Nicodemo, José de Arimatea y los hombres que dan sepultura a Jesús son hombres mortales, sin signos de divinidad. Solamente la Virgen María, a la izquierda del lienzo y vestida de azul, luce un discreto halo de santidad. El cuerpo de Jesús es cadavérico, blanco como el mármol, es realmente el cuerpo de un hombre muerto. Si no fuese por ese halo de santidad de María y los querubines que sobrevuelan la escena podría ser un enterramiento cualquiera, sumamente realista. Pero no lo es, porque todos sabemos lo que pasará al tercer día, una vez finalizada la Pascua judía. Nos lo muestra el Greco en su "Resurrección de Cristo".

Resurreccion Prado.jpg

Jesús reaparecerá como vencedor de la muerte, saliendo de su sepulcro. Sin embargo, esta escena no la describen los Evangelios. Tampoco se dice en los textos originales que hubiese soldados romanos custodiando la tumba de Jesús - ¿por qué habría mandado Pilato vigilar la tumba de un muerto? -. Todo esto son interpretaciones de exégetas posteriores, quienes habrían interpretado que Pilato tenía miedo de lo que decían algunos seguidores de Jesús, de que resucitase, y por eso ordenó a sus hombres que guardasen la entrada del sepulcro. Hay otros que dicen que en realidad tenía miedo de que robasen el cuerpo para poder decir que había resucitado. Sea como fuere, lo que el Greco - y otros tantos artistas - representó es a Jesús saliendo del sepulcro, con la consiguiente sorpresa y temor de los soldados romanos. ¿Y qué ocurrió después? ¿Fueron a dar parte a Pilato? En la Biblia no se dice nada al respecto. Lo único que se dice es que, pasado el Sábado Santo, María Magdalena, María Salomé - la madre de Santiago el Mayor y Juan - y María Cleofás - la hermana de la Virgen - fueron al sepulcro de Jesús y se encontraron con que la enorme piedra que tapaba la entrada estaba corrida, y la tumba vacía. Se dice que en el interior encontraron a un ser con blancos ropajes brillantes, y que tuvieron miedo. Pero el ser les dijo:

"No os turbéis. El que buscáis, Jesús nazareno, el crucificado, resucitó, no está aquí.
Ved el lugar en el que lo pusieron. Pero id, decid a sus discípulos y a Pedro que
él irá delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como él os dijo." 

Marcos 16:7-8

Las tres Marías salieron huyendo de allí, porque estaban aterrorizadas. Pero una de ellas, María Magdalena, viviría un momento aún más sorprendente. Es lo que representa Corregio en su "Noli me tangere": el encuentro de la Magdalena con Cristo.

 Correggio Noli Me Tangere.jpg

Noli me tangere significa en latín "no me toques". Es lo que le dice Jesús a María Magdalena después de haber resucitado y encontrarse con ella - lo que la convierte en primera testigo de la Resurrección -. Y es que María, al verle, pretende abrazarle y besarle al grito de "¡Maestro!", pero Jesús le prohíbe tocarle "porque aún no he ascendido al Padre". Este es uno de los momentos más místicos de la vida de Jesús. Después de la muerte ha resucitado, cierto, pero aún se encuentra a medio camino entre el mundo de la materia y el del espíritu. Si entra en contacto directo con la materia - el cuerpo de María Magdalena - volverá a estar corrupto y no podrá ascender al mundo del espíritu. Éste es el momento de la transmutación de Jesús, cuando su cuerpo (materia) debe morir (crucifixión) para volver a ser espíritu (resurrección) y ascender de nuevo al mundo sutil, su verdadero hogar. Y ese regreso a su mundo natural, al lado de Dios, es lo que plasma Juan de Flandes en su tabla titulada "La Ascensión del Señor".  

 

Éste es el último instante que Jesús pasa en el mundo de los hombres. Después de decirles a sus discípulos que vayan y prediquen su mensaje por todo el mundo conocido, asciende en una nube, de vuelta al mundo de Dios. Y son sus seguidores los que deben difundir su mensaje por todos los pueblos. Y será aquí cuando se formen las dos Iglesias. Por una parte estará la de Pedro y Pablo, la ortodoxa, la Iglesia de Roma, la oficial y la que contará con la protección del emperador Constantino cuatrocientos años después de que Jesús haya subido al Padre. Por otra parte estará la Iglesia de Juan y María Magdalena, la Iglesia gnóstica y mística, que entenderán el mensaje de Jesús de una forma única: que Dios está en cada uno de nosotros, porque todos somos Dios (Uno es Todo y Todo es Uno), que el Reino de Dios está en nosotros y que la salvación debemos buscarla en nuestro interior, porque el mundo cambiará cuando nosotros cambiemos. La resurrección de Jesús es una enseñanza más, nosotros también podemos purificarnos cuando llegue nuestra hora. Eso es lo que aprendieron María Magdalena y Juan "el discípulo amado". Lógicamente, entre estas dos Iglesias hubo un enfrentamiento brutal que se saldó con las persecuciones de herejes, la quema de brujas, la censura, los asesinatos de la Inquisición, las cruzadas... todo ello llevó a la victoria de la Iglesia de Pedro y Pablo. Mas el mensaje de la Iglesia gnóstica no se perdió. Juan de Flandes lo sabe al pintar esta obra. Pues, ¿quién es la figura que está frente a la Ascensión de Jesús y que da la espalda al espectador? ¿Es Juan, con su característica túnica roja? ¿Es María Magdalena, de largos cabellos? No importa. Porque el mensaje que pretendían transmitir ambos es el mismo. Y Juan de Flandes, al pintar a ese personaje en tal posición, se convierte a sí mismo y a todo el que lo contempla en un seguidor de esta Iglesia.

 

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