De las catorce cartas que componen el "corpus paulino", hay siete que son apócrifas, o con casi total seguridad, pseudoanónimas. No fueron escritas por Pablo de Tarso, sino por sus seguidores, con mentalidades diferentes a las del maestro. Las siete auténticas - 1 Tesalonicenses, Gálatas, 1 2 Corintios, Filipenses, Filemón y Romanos - presentan una imagen de Jesús que solo atiende a dos hechos de su vida, su muerte y resurrección, siendo el segundo algo no comprobable históricamente sino adscribible al ámbito de la fe. La imagen de Jesús de Pablo poco tiene que ver con la realidad de lo que fue históricamente el Nazareno, ya que une a este personaje la idea, pura teología judía, de que fue el mesías prometido, pero un mesías con características especiales, adoptado como hijo de Dios, cuya apoteosis al ámbito de lo divino se produjo totalmente solo tras su muerte y resurrección. Según la doctrina del Pablo auténtico, este mesías celeste, hijo de Dios, fue enviado al mundo no solo para redimir a los judíos, sino también a todos los seres humanos, es decir, a los gentiles y paganos que abandonaran el culto a los dioses falsos y lo aceptaran como mesías salvador. Por tanto, no solo es el salvador de los judíos, sino de la humanidad entera, al menos potencialmente. El fin del mundo estaba totalmente cercano, según Pablo, ya que la aparición del mesías supondría el fin de la historia. En muy pocos años, en vida del mismo Apóstol (1 Tesalonicenses 4) se acabaría el mundo, y todos los fieles al mesías, tras un juicio rápido de todas las gentes, irían al cielo para estar con él y con Dios Padre por siempre jamás. El reino de Dios terrenal que había predicado el Jesús terreno quedaba así transmutado en un reino puramente celestial. Una buena parte de estas novedosas ideas del maestro Pablo fueron conservadas por el cristianismo inmediato, y el que siguió hasta hoy. Pero este punto de vista poco tiene que ver con la mentalidad del Jesús de la historia. No hay una relación de continuidad entre Pablo y el Jesús histórico, como se pretende.
Pablo tampoco pretendió fundar religión nueva alguna, sino interpretar el judaísmo a la luz de la venida del mesías, tal como él la entendía, y su repercusión en la salvación de algunos paganos. Estos complementarían el número de elegidos para salvarse, que eran ante todo judíos. Los gentiles no eran más que un injerto de oleastro en el cuerpo del Israel auténtico, el olivo verdadero.
Nada sabemos de cierto de algo tan importante como fue la construcción de un canon, o lista, de los libros sagrados del cristianismo primitivo, aunque este fue el primer y definitivo paso para la constitución del nuevo movimiento - en principio una rama del judaísmo pluriforme del siglo I d.C. - en una religión diferente. Por muy extraño que parezca, la Iglesia no ha dejado documento alguno que nos explique este proceso.
Tampoco sabemos cuáles fueron los criterios que impulsaron o ayudaron a la formación de tal canon, ni qué personaje, o iglesia importante, inició el proceso ni cómo fue su desarrollo. Lo que sí es cierto es que no fue precisamente la inspiración divina de un escrito lo que motivó su canonización (ya que en el cristianismo primitivo abundaban los profetas y, por tanto, sus posibles obras estaban igualmente inspiradas). El soplo del Espíritu en la confección de un escrito que sirviera de guía al grupo cristiano era indispensable, pero esa no fue la motivación, sino probablemente el que los escritos procedieran de algún modo, vía directa o indirecta, de los apóstoles (o se creyera que así era); que en conjunto estuvieran de acuerdo con una cierta "regla de la fe", de gran componente paulino sin duda; y que tuviera el refrendo de ser leído en las lecturas dominicales de los oficios litúrgicos de las iglesias importantes.
Pero lo que sí es totalmente cierto es que hasta hoy en día los diferentes cristianismos no se ponen de acuerdo en el número de obras que componen la Biblia completa, Antiguo y Nuevo Testamento. Los judíos y protestantes rechazan como canónicos los libros 1 y 2 Macabeos, Eclesiastés, Judit, Tobías, Sabiduría, Baruc, Epístola de Jeremías. La iglesia abisinia acepta como canónicas cuatro obras más: el Sínodo (colección de cánones, plegarias e instrucciones), Clemente (un libro de revelaciones de san Pedro a Clemente), el Libro de la Alianza (que contiene ordenanzas eclesiásticas y un discurso de Jesús a sus discípulos tras la resurrección) y la Didascalia o Disposiciones eclesiásticas. La iglesia armenia no aceptó el Apocalipsis de Juan hasta el siglo XII, y aún hoy - aunque relegada a un apéndice - se venera como canónica la 3ª Epístola de Pablo a los corintios, derivada de los Hechos apócrifos de Pablo y Tecla.
Y por último nada sabemos de cierto acerca de la existencia en el cristianismo primitivo de una "iglesia petrina", unificada y unificante en torno a su figura, como el elemento que reunió en torno a sí a los más diversos cristianismos, y en concreto a los paulinos, un tanto "exagerados" en su teología, como debía de opinarse. Que es así se muestra con cuatro argumentos:
1. La estructura del Nuevo Testamento, desmiente la idea de una iglesia petrina, ya que está formada en torno a los Evangelios (todos de influencia paulina) y de la figura de Pablo.
2. Carecemos de textos suficientes para sustentar la existencia de una teologís particularmente petrina, y menos aún con esa fuerza atractiva y aglutinante que se le atribuye.
3. No tenemos más pruebas estrictas sobre un intento de unificación e institucionalización que el que parte de las iglesias paulinas, en especial las Cartas comunitarias, paulinas, que dan toda la impresión de haber fagocitado los restos de cualquier otra subdivisión del primer cristianismo.
4. La gran iglesia comienza a formarse de verdad con las ideas mostradas con claridad por el autor de los Hechos de los apóstoles - obra compuesta bastante más tarde que el evangelio de Lucas, quizás entre 110-120, y quizás por un discípulo muy cercano al tercer evangelista - acerca de la necesaria unión de la primitiva iglesia. Ahora bien, los Hechos son, a pesar de que omita conscientemente evocar la correspondencia de Pablo, una obra netamente paulina.
Lo dicho no son más que botones de muestra, aunque ciertamente los más importantes. No es, pues, exagerado afirmar, desde el punto de vista de hoy, que "en el cristianismo primitivo, casi nada es lo que parece."
Segunda parte del artículo de Antonio Piñero, catedrático de filología griega
(emérito) de la Universidad Complutense de Madrid aparecido en la revista
Claves de Mayo/Junio de 2019, número dedicado a la Religión
Claves de Mayo/Junio de 2019, número dedicado a la Religión
La historia del Arca de Noé es una muy bonita, donde podemos ver que Dios empieza a salvar a una pareja de animales para que posteriormente puedan seguir reproduciéndose, no olvidemos jamás que debemos orar todos los días como agradecimiento por un día más de vida.
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