miércoles, 5 de abril de 2017

79. ¿Fue el Bosco un heterodoxo?


Hace unos días estaba con unos clientes en el Museo
del Prado explicándoles la simbología de la obra del Bosco y
sus ideas heréticas cuando un hombre empezó a increparme y a
gritar, diciendo que lo que decía yo no tenía sentido. Después de
haberme sermoneado durante unos minutos, y sin darme oportunidad
a réplica, se marchó farfullando y maldiciendo. De manera que hoy me
aprovecho de este espacio para mostrar si hay posibilidad de que lo
que digo sobre el Bosco en mis visitas sea cierto o no

Vista de Bolduque, la ciudad natal de El Bosco, y de la Catedral de San Juan.
Vista de Bolduque, la ciudad que vio nacer al Bosco, y la catedral de San Juan

El primer enigma que se nos aparece al enfrentar la figura del Bosco es: ¿cuándo y dónde nació? Y es que se cree que fue en la localidad holandesa de Bolduque, pero demostrado al 100% no está. Eso sí, de aquella próspera metrópoli del antiguo Ducado de Brabante vinculado a los Habsburgo nos ha llegado mucho más de lo que podría imaginarse. Para empezar, allí trabajó gran parte de su vida (si no toda) el hombre que sería conocido como Hieronymus Bosch, aunque su nombre de nacimiento fuese Jeroen van Aeken. ¿Por qué este cambio de nombre? Bueno, sobre esto hay también opiniones encontradas. La tesis más aceptada es que el Bosco debía tener al menos un hermano mayor, ya que en aquella época sólo el primogénito de una familia tenía derecho a heredar el apellido. Si había más hermanos, debían adoptar otro nombre. Sin embargo, aquí hay un factor a tener en cuenta: el Bosco fue un iniciado, y como tal formó parte de una sociedad hermética: la Hermandad de Nuestra Señora de Hertogenbosch (el nombre flamenco para Bolduque). Pasados cuatro años de su ingreso, lo que duró la iniciación, Jeroen estaba preparado para adoptar su nombre iniciático. Latinizó su propio nombre, convirtiéndose en Hieronymus, y después adoptó el sufijo de la localidad holandesa en la que nació allá por 1450: Bosch. Lo cual ya nos tiene que dar una pista de su carácter peculiar. Su nuevo nombre significaba, literalmente, "El Bosque de Nombre Sagrado", lo que le vincula con ancestrales cultos paganos de devoción a la naturaleza, incluso con tintes druídicos. Después de todo estamos en el norte de Europa, desde donde la cultura celta se expandió al resto del mundo conocido. 

 
Cornelius Cort realizó este grabado del Bosco en 1572, cuando el artista ya llevaba más de cincuenta años muerto (falleció en 1516). Es el único retrato que conservamos del Bosco, por lo que no podemos estar seguros de que fuese realmente así. La inscripción bajo su efigie es un epigrama latino redactado por Dominicus Lampsonius, cuya traducción más o menos aproximada sería: "¿Qué ven, Jheronimus Bosch, tus ojos atónitos? ¿Por qué esa palidez en el rostro? ¿Acaso has visto aparecer ante ti los fantasmas de Lemuria o los espectros voladores de Érebo? Se diría que para ti se han abierto las puertas del avaro Plutón y las moradas del Tártaro, viendo cómo tu diestra mano ha podido pintar tan bien todos los secretos del Averno". No está mal, ¿verdad? Cuando uno ve la pintura del Bosco se pregunta en efecto por el origen de todo ese mundo onírico que el maestro desarrolló en tiempos pre-reformistas. Algunos apuntan a una corriente mística influenciada por el predicador Gerardo Grote, pero tampoco sería descabellado vincularla, como indica el estudioso de su obra W. Fraenger, a la Hermandad del Espíritu Libre. Más aún teniendo en cuenta que Jacob de Almaigen, gran maestre de esta secta, residía en Bolduque. Y esta realidad no es incompatible con formar parte de la influyente Hermandad de Nuestra Señora, que el Bosco llegó a presidir y cuya sede (la Casa de los Cisnes) sigue en pie, aunque remodelada, en el número 94 de Hinthamerstraat. ¿Por qué digo que no es incompatible? Para empezar, se llama la Casa de los Cisnes porque entre los miembros de la Hermandad (que eran, por cierto, hombres y mujeres laicos en un estado de absoluta igualdad) se llamaban unos a otros "hermanos y hermanas cisne", y el cisne para los celtas representaba la apoteosis, la conversión del hombre en dios. ¿Acaso hay alguien que todavía cree que todo esto es coincidencia? Pues se ve que sí.

 
La Casa de los Cisnes en Bolduque, hoy

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La plaza del mercado de Bolduque, con una estuatua en bronce de su habitante más ilustre

El principal obstáculo a la hora de defender esta tesis es, según la historiografía oficial, la falta de documentos que lo demuestren. Y es que lo más probable es que esos documentos nunca los encontremos, en una época en la que poner según qué ideas por escrito era un pasaporte directo a la hoguera. No olvidemos que tribunales y agentes inquisitoriales llevaban dando vueltas por Europa desde que en el siglo XIII acabaron con los cátaros. Pero quizá no hagan falta documentos. Tal vez la respuesta esté en los testimonios de aquellos que lo conocieron y, sobre todo, en la propia obra del Bosco. Por ejemplo, el fraile jerónimo José de Sigüenza, historiador de El Escorial y discípulo de Arias Montano, decía sobre él: "mientras que los demás procuran pintar al hombre tal como parece por fuera, ése se atreve a pintarle tal cual es por dentro". Esta diferencia entre "parecer" y "ser", que utiliza para explicar la devoción que Felipe II sentía por el Bosco, no es baladí. Lo que quiere transmitir es que el Bosco pinta el interior de los hombres, nuestra psicología más profunda, y eso es algo que no se le escapa a un miembro destacado del Círculo de El Escorial. No tiene sentido seguir alargando esta entrada, pues para entender al Bosco hay que ver lo que nos dejó plasmado en su obra, y eso hay que hacerlo en el Museo del Prado. De manera que os animo, lectores, a que contactéis conmigo y que juntos vayamos un día a ver la obra de un pintor que, a todas luces, era un transgresor en su época. Representa una moral propia, condicionada por el cristianismo, pero liberada del yugo de la Iglesia de su época. Aboga por la igualdad no sólo entre hombres y mujeres sino entre razas, como demuestra representando personas blancas y negras conviviendo juntas en su Jardín, a veces incluso como pareja interracial. Nos advierte también de que el mundo se está corrompiendo, que es pecaminoso y que hay que tener cuidado porque el hombre es débil y puede caer en cualquier momento en la tentación de dañar a su prójimo para beneficio personal (en eso consiste el pecado), pero que hay que ser fuertes y comprender que cualquier placer material que podamos obtener en este mundo es finito, y que lo que importa es que disfrutemos de la vida como regalo de Dios. Todo esto y mucho más nos está diciendo un hombre que consideraba sus trípticos como libros, que se debían abrir y "leer" en sus imágenes. La prueba de que consideraba sus pinturas como libros es que, en las pocas que aparecen firmadas, realiza su firma con letras de imprenta. Pero esto de "leer en imágenes" es una técnica que muchos de nosotros hemos perdido, mientras que otros tantos niegan que alguna vez haya existido. Pero el Ars Memoriae del que hablaba Giordano Bruno es tan antiguo como la propia Humanidad, y personalidades como Platón o Cicerón ya dan cuenta de él. Antes de la invención y popularización de la imprenta, el arte de la memoria (el arte de asociar conocimientos a imágenes para después, al visualizar la imagen, recordar el conocimiento asociado a ella) era el pan de cada día para los difusores de la cultura, ya fueran estos juglares, filósofos o artistas. Pero sigo predicando en el desierto. Insisto, si alguno de vosotros no me cree, acercaos un día conmigo al Museo del Prado y estaré gustoso de mostraros esos detalles que se escapan al ojo inexperto pero que revelan en la pintura del Bosco mucho más que cualquier otro documento. De todas formas, la semana que viene comentaremos la que se piensa que fue la obra final del Bosco, "El Carro de Heno", donde todo su credo aparece transparente.

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