miércoles, 30 de agosto de 2017

87. Un laberinto español: ritual iniciático en Segovia

¡Más de 10.000 visitas! Wow, la verdad es que no me esperaba que esto
tuviese tanta aceptación. Muchísimas gracias a todos los que, semana tras
semana entráis en EL ARCA a leer las entradas publicadas, sin vosotros
esto no habría llegado a donde está hoy. Así que gracias a todos, de corazón.
Para "celebrar" este acontecimiento, he decidido que la entrada de hoy nos va
a llevar a una región de España muy conocida pero que a la vez esconde un
poderoso secreto. Un secreto que tiene que ver con el Viaje del Héroe, 
el camino del iniciado y la trascendencia del alma. Comenzamos. 

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Érase una vez una reina que decidió construir en los jardines de su palacio dos laberintos: uno falso y otro verdadero. El laberinto falso era pequeño y estaba alejado del palacio. Pertenecía a lo que los cortesanos llamaron "jardines de recreo" y generó mucho interés entre los frecuentes invitados de la reina. Era un laberinto hecho con setos frondosos que dibujaban calles curvas, cruces de caminos y plazoletas interiores. Niños y mayores de la más refinada aristocracia local jugaban en el falso laberinto a perderse y a encontrar la salida, y así pasaban las largas tardes de verano, entre risas y divertidas persecuciones.

El verdadero laberinto, por el contrario, era enorme y vivía integrado en los grandes jardines de protocolo que estaban repletas de fuentes y surtidores monumentales. En ellos se representaban preciosas esculturas de dioses clásicos y escenas de la mitología grecolatina. Sin embargo, el verdadero laberinto pasaba inadvertido porque en realidad estaba oculto. Esa fue la voluntad de la reina, que sólo desveló la existencia del verdadero laberinto a sus más allegados confidentes. La reina lo recorría antorcha en mano en las noches de luna llena, o bien en algunos amaneceres, cuando el sol marcaba la misma duración del día y de la noche. Para descubrir el itinerario secreto del laberinto verdadero era preciso conocer el significado profundo de los mitos representados en algunas fuentes y unir con astucia aquellas que componían en su secuencia una historia fabulosa, la verdadera historia de todo laberinto verdadero: el camino del héroe.

- Laberintos, de Jaime Buhigas

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Jardines de La Granja

El héroe del laberinto secreto y verdadero de la reina era el dios Apolo, señor de Delfos y patrón de las nueve musas del Parnaso. El recorrido del verdadero laberinto atravesaba episodios y personajes vinculados con la vida del dios, como metáfora del tránsito del alma humana en busca de la inmortalidad. La reina siempre fue amante de la Antigüedad y muy especialmente de las grandes religiones mistéricas: Delfos y Eleusis. Así, el misterioso laberinto imitaba en su trazado las grandes procesiones rituales que en aquellos legendarios santuarios se llevaban a cabo, según las propias investigaciones de la reina.

Aquella gran mujer se llamó Isabel de Farnesio, y fue la soberana más culta que ha habido en la historia de España. Muy cerca de la ciudad de Segovia, en la vertiente norte de la sierra de Guadarrama, se encuentran el palacio y los jardines del Real Sitio de San Ildefonso. A la manera de un pequeño Versalles, y para retiro y evasión del melancólico y desequilibrado Felipe V (primer Borbón en el trono español), su segunda mujer desplegó toda una corte de arquitectos italianos y jardineros franceses para llevar a cabo semejante conjunto monumental. Rondaba el siglo XVIII, y lo que Buhigas empieza como un cuento, no es tal: aún hoy existen los dos laberintos, el verdadero y el falso.

El falso laberinto es el que precisamente, aún hoy, todo el mundo sigue llamando "el laberinto de La Granja". Diariamente se pierden en él los turistas y paseantes del lugar, para desgracia de los guardas de seguridad, que quince minutos antes de cerrar siempre tienen que entrar a por aquellos visitantes despistados que son incapaces de encontrar la salida. Por otra parte, el verdadero laberinto está olvidado, pero sigue allí. Parecen ser pocos los que saben de su existencia. Su objetivo es, como el de todo laberinto que se precie, el de alcanzar su centro, que se corresponde con lo que hoy se llama la Plaza de las Ocho Calles. Desde un punto de partida secreto, el camino directo a dicha plaza se ve interrumpido por la presencia de una fuente con cuatro dragones que, como custodios de lo sagrado, obligan al transeúnte a emprender el recorrido iniciático, indirecto y prolongado. Como buen itinerario mistérico, tiene dos versiones: la masculina y la femenina, Delfos y Eleusis.

El verdadero laberinto de los jardines de la Granja de San Ildefonso

¿Por qué contamos todo esto? Hace poco hablamos sobre el Sacro Bosco o Parque de los Monstruos de Bomarzo, en Italia, edificado por Francesco Orsini (que podéis leer aquí), y antes de eso comentamos el parque de El Capricho (disponible también aquí). Con el laberinto de La Granja de San Ildefonso completamos la Tríada de jardines iniciáticos de la que prometimos hablar hace ya muchos meses. Además, en este caso contamos con un laberinto, símbolo primordial del viaje del héroe/recorrido vital.

¿Qué nos ocurre en este laberinto? Lo mismo que a Dante. Él quiere ascender por la montaña hasta la cima, nosotros queremos acceder al centro siguiendo la calle directa. Ambos lugares, el centro del laberinto y la cima de la montaña, son en realidad el mismo: nuestro templo interior. Es el lugar que nos permite conocernos a nosotros mismos y vivir nuestra apoteosis. Pero es un camino largo e indirecto. La cima de la montaña que busca Dante está custodiada por una horrible bestia, el centro de nuestro laberinto lo custodian los cuatro dragones. ¿Qué debemos hacer? Bueno, todo depende del camino que escojamos. 

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Siguiendo el sentido de una espiral inversa, el recorrido masculino del héroe evoca en su primer tramo la juventud del dios Apolo, representada por su ansiosa persecución de la ninfa Dafne, primer y desdichado amor del dios. Preside esta etapa del camino la escultura de la Fama, como sueño anhelado por el espíritu fogoso e inexperto de la primera juventud.

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Llega el caminante, que encarna simbólicamente al dios, frente a la fuente de Diana, su hermana gemela, representante aquí de la parte femenina que completa la integridad del héroe, poniendo definitivamente fin a las trivialidades de la primera juventud, y capacitándole para encontrar su verdadera identidad y su misión vital. 

Fuente de los Baños de Diana

El trayecto cambia entonces de dirección y alcanza la siguiente fuente, que representa a Leto o Letona, madre de los gemelos Apolo y Diana. Una maldición familiar le es revelada al héroe en ese momento: la terrible serpiente Pitón, enviada por la celosa Hera, que atormentó a su madre tras el parto de los hermanos, debe morir a manos del dios para completar la venganza y limpiar así el honor de su familia. La estirpe, y sólo la estirpe, es la que guarda siempre la identidad del héroe clásico.

  Fuente de Latona | La Granja de San Ildefonso Segovia | mmarftrejo ...

En ese punto del recorrido el héroe ya sabe quién es y asume su reto épico. Pero antes de enfrentarse al gigantesco reptil, debe cambiar de nuevo su dirección para conseguir sus armas. Éstas les son otorgadas por los dioses en las fuentes llamadas de la Taza Baja y de la Taza Alta. La primera, símbolo del aprendizaje material y la excelencia corporal. La segunda, emblema del aprendizaje mental y espiritual. El trayecto en espiral inversa, típico de las liturgias iniciáticas, se empieza a cerrar sobre sí mismo.

Preparado para culminar su misión, el héroe se topa con la fuente de los Cuatro Dragones, la misma que interrumpió el camino inicial, pero ahora desde un nuevo punto de vista: el del héroe armado. Las armas de la Taza Baja matan a los primeros cuatro dragones, mitad de la terrible Pitón. 

El camino continúa hasta llegar a un punto crucial. De frente, los cuatro dragones restantes. A la derecha, la Fama, aquel objetivo ansiado de la juventud. A la izquierda, el templo y la trascendencia del alma. Los últimos cuatro dragones que completan la Pitón no se vencen con la materia y no es por lo tanto necesario llegar físicamente hasta ellos. La batalla para aniquilarlos consiste en decidir: derecha o izquierda. Fama o trascendencia. Gloria o inmortalidad del alma. Las armas de la Taza Alta, la sabiduría y la grandeza de espíritu, encuentran ahora su función. Sabio y certero, el héroe da la espalda a la Fama y accede triunfal al templo.

Python ab Apolline interficitur (Apollo Killing the Python), pl. 9 ...

El recorrido femenino del héroe parte desde el mismo punto secreto que el masculino, pero siguiendo una dirección perpendicular. Llega hasta una estatua del dios patrón del laberinto, Apolo, girando a la derecha para atravesar toda la superficie del mismo en una monumental vía recta custodiada por la presencia de las nueve musas del monte Parnaso. El recorrido pasa por el centro del laberinto hasta alcanzar un punto concreto donde esta vía sacra femenina se cruza con el recorrido masculino, justo enfrente de la imagen de la madre de Apolo y Diana, la diosa Leto. Simbólicamente, ese cruce significa la unión mística de los opuestos en su dimensión carnal, tras la cual la comitiva femenina regresa al centro del laberinto. Su camino ha concluido y debe esperar allí, como Ariadna o como Penélope, a que el héroe masculino concluya sus hazañas, y se una a ella en el acto de trascendencia final, cuando los dos sean Uno y Todo. 

Templo de La Granja (plaza de las ocho calles)

En el centro del laberinto todo es equilibrio y precisión. El espacio está limitado por ocho arcos que albergan una divinidad diferente, que se corresponde con los ocho dragones asesinados que componían la Pitón. Cuatro dioses y cuatro diosas habitan las ocho casas en dos cruces superpuestas. Cada grupo, en oposición diametral, cuenta con dos dioses jóvenes, los otros dos pertenecen a una generación anterior. Son Atenea, Hércules, Deméter, Poseidón, Niké (la Victoria), Ares, Cibeles y Hades. El extraordinario equilibrio simbólico y geométrico de los lugares que ocupan estos dioses configura el espacio sacro octogonal, eterno símbolo del renacimiento. Unidos dan vida a la metáfora del héroe pleno. En el centro del octógono se nos aparece la mística representación de Eros, el amor, y Psique, el alma universal que, ayudada por Hermes, dios de la unión de los opuestos, asciende a los cielos en una maravillosa apoteosis. En este conjunto se unen el cielo y la tierra: es un axis mundi, árbol de la vida que funde toda la realidad en una sola cosa, viva y eterna.

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Ni Jaime, ni yo ni nadie sabremos nunca si la reina otorgaba ese significado (o uno similar) a la sucesión de fuentes y esculturas que, sin duda, trazan en La Granja de San Ildefonso uno de los mejores ejemplos de laberinto simbólico. Resulta insensato y casi insultante pensar que la colocación de la secuencia iconográfica en las fuentes, tan rotunda y tan coherente, sea por el contrario fruto de la simple casualidad. Yo, al menos, no lo puedo creer. Clío, musa de la Historia, fue en la Antigüedad una de las artes y jamás una ciencia. Afortunadamente no escribo esta entrada como historiador, sino como creador. Me resulta apasionante imaginar, en un ejercicio de fantasía absolutamente libre y antiacadémico, a la oronda de la Farnesio sorprendiendo a sus invitados más selectos con esta bellísima metáfora de las procesiones rituales mistéricas de la Antigüedad que ella tanto amó. Más aún: la imagino completamente absorta, como en un arrebatamiento de misticismo, recorriendo ella misma su laberinto esotérico para alcanzar y vivir esa experiencia sublime y arrebatadora, digna de los grandes arquetipos mitológicos. A la reina humanista, altiva y genial, siempre le gustó hacer gala tanto de su erudición como de su megalomanía.

Lo cierto es que gracias a ella el laberinto secreto y verdadero de La Granja está ahí, eterno, rotundo e inadvertido, a disposición de cualquier héroe anónimo que quiera adentrarse en sus entrañas y someterse a su infalible metamorfosis. Doy fe de su poder y eficacia si se camina sin prisa y mucho silencio, a ser posible en una fría tarde de otoño, cuando la espectacular arboleda del conjunto se viste de tonos cálidos y el aire penetrante y gélido de la sierra de Guadarrama despierta poderoso su murmullo. Tan solo hay que caminar decidido y muy alerta para seguir la correcta secuencia de esculturas y descubrir en cada una de ellas los sutiles mensajes de sus miradas, posturas y gestos. Entonces uno sabe que el genio de ese lugar sigue vivo, y que el destino del héroe se cumple. Ahí queda ese regalo secreto para quien se atreva a vivirlo. Ultreia.

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