Una parte importante de los cultos paganos estaba dedicada a venerar la Naturaleza. Ahí tienen su origen los famoso y enigmáticos "hombres verdes" que pueden verse esculpidos en el interior de algunos templos. Son los guardianes del recinto sagrado y el recuerdo de que cualquier iglesia remite a las antiguas cavernas y bosques donde se celebraban los cultos precristianos
Antes que nada, es importante hacer un ejercicio de etimología. O, como suele decirse de una forma mucho más poética, "desnudar las palabras". Y es que el término paganus fue utilizado por la Iglesia del siglo IV d.C. para referirse a los habitantes de los pagus o aldeas rurales. Es decir, eran aquellos que vivían en el campo y que aún no habían sido evangelizados, por lo que representaban un peligro para el nuevo orden. Pero vayamos un poco más atrás en el tiempo. Concretamente, al 27 de Febrero de c. 272. Ese día nacía en Naissus (actual Niš, en Serbia) el que sería el emperador romano Constantino. Después de su coronación su madre, Helena de Constantinopla, tendría un papel muy activo en la corte. Y de hecho fue ella, la que posteriormente fue santificada, quien se convirtió al cristianismo. El propio Eusebio de Cesarea, obispo de Cesarea Marítima (Palestina) y padre de la historia de la Iglesia; da detalles del peregrinaje de esta mujer a Tierra Santa y a otras provincias de Oriente Medio. Y, aunque Eusebio no se lo reconoce, la tradición quiere que Helena fuese a buscar las reliquias de la Vera Cruz (la cruz en la que Jesús fue crucificado), los restos de los Reyes Magos (que actualmente se conservan en la catedral de Colonia) y los del apóstol Matías (hoy depositados en la Abadía de San Matías, en Tréveris, Alemania). En su búsqueda de la cruz de Cristo, demolió el templo de Venus que había sido erigido en el Monte Calvario e hizo cavar hasta que le dieron noticias de que se había encontrado una cruz. Helena la consideró "LA cruz", y mandó construir un templo allí y otro en el Monte de los Olivos. Hay que tener en cuenta que esta peregrinación/búsqueda tuvo lugar en el 326 d.C., cuando en el 313 a.C. su hijo, el emperador Constantino, había dictado el llamado "Edicto de Milán", por el cual se promulgaba la libertad de culto en el Imperio. Los cristianos dejaron de ser perseguidos y fueron respetados como un culto más. Ya no tenían necesidad de ocultarse. Y esta medida se tomó probablemente porque la propia madre del emperador, Helena, se había convertido.
"Santa Helena", de Cima da Conegliano (1495). Galería Nacional de Arte de Washington D.C.
¿Cuál fue la consecuencia de este Edicto? Los cristianos, al no tener que ocultarse más, podían difundir sus ideas mucho más libremente. Y reconozcámoslo, en una sociedad en la que el grueso de la población estaba puteado, era una espiritualidad que caló hondo. Tan profundamente llegó a impregnar los cimientos de la sociedad imperial que pasó poco más de una década (12 años, concretamente) hasta que la situación fue insostenible. Los cristianos habían aumentado escandalosamente su número, y empezaron a atacar a los paganos. ¿O fueron los paganos quienes primero atentaron contra los cristianos? Siendo sinceros, nadie sabe quién comenzó los disturbios en aquella época. Pero lo que sí se sabe es que la situación alcanzó unas cotas tan críticas que amenazaba con dividir al Imperio en dos. De manera que Constantino I, haciendo gala de una visión de futuro sin precedentes y con un instinto para los negocios prodigioso, unificó Roma bajo una sola religión: el cristianismo. Constantino era un pagano como el que más, pero también era pragmático. Y sabía que, de no tomar esa decisión, el cristianismo en pleno auge habría destruido el Imperio. Es por eso que convocó en el 325 d.C. la primera reunión ecuménica de la historia, conocida como el Concilio de Nicea. Y en ese concilio, numerosas sectas cristianas votaron y debatieron sobre todo: la aceptación o rechazo de qué Evangelios, la fecha de la Pascua y demás festividades, la administración de los Sacramentos y por supuesto, la divinidad de Jesús. Y es que hasta ese momento de la historia Jesús para muchos de sus seguidores había sido un gran maestro, un gran hombre... pero un mortal. Aunque eso ya es otra historia.
Fue en ese Concilio de Nicea del 325 d.C. cuando nació lo que en su día se denominó "cristianismo niceno" o "cristianismo constantiniano", ya que todo el Concilio estuvo presidido por el emperador en persona. Y ese cristianismo niceno es lo que hoy nosotros denominamos catolicismo: la fusión de las doctrinas cristianas con el poder imperial. Algo que a todas luces parecía imposible, se consiguió. Y no sólo eso, sino que ha venido durando casi 2000 años. Evidentemente, el catolicismo ha venido sufriendo muchos cambios desde aquella época hasta hoy (de otra manera no habrían sido necesarios todos los padres y doctores de la Iglesia), pero los cimientos se establecen en Nicea en el siglo IV. Claro, Constantino quería organizar el cristianismo, pues lo que había hasta ese momento eran innumerables sectas con ritos, credos y textos sagrados completamente distintos y a veces incluso opuestos. Y es que Jesús nunca dejó nada en sus enseñanzas que permitiesen fundar una nueva religión. Los padres de la Iglesia tuvieron que empezar de cero, y lo que hicieron fue tan sencillo como brillante: adoptar los ritos y credos que ya existían a lo largo y ancho de todo el Imperio. Incluido, por supuesto, la naturaleza divina de Jesús. Establecer como figura de culto a un judío rebelde no habría convencido a griegos ni a romanos, pero si esa figura se convertía en un dios... Hay que recordar que en aquella época había dioses por doquier. Así que Constantino utilizó a Jesús, que hacía cuatrocientos años que había andado entre los hombres, para organizar la nueva teología. Sin embargo, él mismo continuó siendo pagano toda su vida, y sólo le bautizaron en su lecho de muerte, el 22 de mayo de 337 d.C. (seguramente por petición de su madre Helena). Eso sí, dato interesante: Constantino se hizo bautizar por un sacerdote arriano, precisamente un seguidor de las teorías que habían sido denostadas y condenadas en Nicea.
Pedro y Pablo, los dos pilares del cristianismo niceno,
en el lecho de muerte del emperador Constantino
Constantino había organizado el poder terrenal del cristianismo creando una nueva religión, el catolicismo, pero los demás cultos paganos seguían existiendo y celebrando sus ritos. Lo que podía haber sido una época de convivencia, en realidad no lo fue. Tras la legalización del cristianismo por Galerio (Edicto de Tolerancia en 311 d.C.) y los privilegios otorgados por Constantino (Edicto de Milán en 325 d.C.), poco a poco el cristianismo fue conquistando las esferas del poder, apoyado por los sucesivos emperadores. Una espiritualidad que había nacido para consolar a los pobres, en cuatrocientos años se hizo aliada de los ricos. Durante 70 años el cristianismo fue arrinconando legalmente al paganismo, destruyendo sus templos y eliminando su financiación ante la indiferencia del Estado, aunque teóricamente había libertad de culto. Y el 28 de Febrero del 380 el emperador Teodosio tomó la trascendental decisión de convertir el cristianismo niceno o catolicismo en la única versión oficial del cristianismo y en la religión oficial del Imperio mediante el Edicto de Tesalónica. De esta manera, el cristianismo fue la religión oficial romana (salvo en dos excepciones, con Juliano y Eugenio, muy breves y con poca aceptación popular) hasta la caída del Imperio de Occidente en el 476 d.C. y el Imperio romano de Oriente en 1453. Sin embargo, el paganismo había quedado desprestigiado y ya no volvería a resugir... hasta hoy.
En el siglo XXI, son ya muchos los colectivos de personas, hombres y mujeres, que intentan rescatar del olvido en sus países de origen al paganismo de sus antepasados (o, al menos, una revisión del mismo); debido en gran parte a la insatisfacción que les produce la religión en nuestra época. ¿Qué hará la Iglesia esta vez para impedir que el paganismo se alce de nuevo y vuelva a declararle la guerra? El tiempo lo dirá.
"El triunfo del cristianismo", de Tommaso Laureti (c. 1530). Palacio Vaticano, Roma
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