Entre los muchos símbolos que configuran la historia de las religiones, uno de los más importantes y bellos es el de la montaña. La semana pasada habíamos empezado a hablar de algunos montes en los que el hombre había entrado en contacto con lo divino, debido a la exposición "Mons Dei" perteneciente a Las Edades del Hombre que se expone actualmente, como dijimos, en Palencia. La semana pasada habíamos estado viendo los montes Nisir, Ararat y Horeb; que se corresponden con Utnapishtim - Enlil el primero y Noé / Moisés - YHVH los restantes. El siguiente monte sagrado que nos ocupa es bien conocido.
El monte Olimpo, con sus nada desdeñables 2.919 m., era la montaña más sagrada de Grecia por estar considerada la morada del panteón griego, los famosos dioses olímpicos, con Zeus a la cabeza. Se creía que en su cima los dioses se habían construido palacios de cristal para habitar en ellos. Y esto es muy importante y no debe pasarnos inadvertido: el Olimpo es el lugar de RESIDENCIA de los dioses, no de CONTACTO del hombre con Dios. Esta diferencia fundamental me lleva a pensar en al menos otros dos montes donde reside la divinidad (los propios griegos tenían divinidades menores o daimones asociados a muchos de los montes y montañas de su geografía); y donde el ser humano puede conectar con ella de una forma más directa:
El primer ejemplo es el Teide, hogar del demonio Guayota de acuerdo a la tradición guanche, la de los antiguos aborígenes de la isla de Tenerife. Aunque más que "hogar" debería decir prisión. El mito al respecto es muy interesante. Cuentan los guanches que hace mucho tiempo Magec, el Sol, brillaba en el cielo dando luz, calor y tranquilidad a la isla y a sus habitantes. De repente, el aire se enrareció, las nubes se arremolinaron y los animales se mostraban inquietos, sabedores de que algo malo iba a suceder. Y en efecto, de las entrañas de Echeyde (el actual Teide) surgió Guayota, al que llamaron "el Maligno". Éste secuestró a Magec y lo encerró en el interior de la montaña, para así crear un reino de noche y oscuridad perpetua en la isla. Los guanches, aterrorizados, rogaron por ayuda a Achamán el Grande, creador y sustentador de los Cielos y la Tierra. Éste, dispuesto a ayudar a los guanches e impedir que reinase la oscuridad eterna, se dirigió a Echeyde para encontrarse con Guayota. Y en la cima de la montaña tuvo lugar un intenso combate, la tierra tembló y se quebró, y de Echeyde comenzó a salir lava, fuego y cenizas: Guayota intentaba por todos los medios derrotar a Achamán. Sin embargo, finalmente éste salió victorioso de la contienda y liberó a Magec, que volvió a dar luz y calor a la tierra. Por otra parte, Achamán castigó a Guayota encerrándole en el interior de Echeyde, y taponó su cráter para evitar que escapara. Dicen que aún hoy permanece ahí Guayata, en el interior de Echeyde, y que cerca del cráter se le puede oír respirar...
Es una bonita historia, que tiene un poso de verdad: las fuerzas telúricas y la energía y fuerza volcánica siempre han sido muy evocadoras para el ser humano, atribuyéndoles naturalezas metafísicas (aparte del característico conflicto Bien-Mal). Y esta idea de una deidad (que en este caso sea "maligna" no importa) que vive en el interior de la montaña me lleva a nuestro segundo punto:
El macizo de Montserrat y su monasterio, cerca de Barcelona, en España. La divinidad que aquí habita es ni más ni menos que una Virgen Negra, deudora de los cultos a Isis y a la madre Tierra como emblema de la fertilidad y prosperidad, pero también de aquello que está oculto y que debe requerir una iniciación previa para acceder a su conocimiento. Existen muchísimas vírgenes negras alrededor del mundo: la Virgen de Montserrat, Nuestra Señora de Guadalupe, Nuestra Señora de Czestochow, la Virgen de Atocha, la Almudena, el Pilar, etc., etc. De las vírgenes negras deberíamos hablar en otro momento, y por hoy vamos a dejarlo aquí.
Gracias por leernos una vez más y espero que os haya gustado. Ultreia!
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