miércoles, 17 de enero de 2018

107. Prisciliano, Boanerges y el Campo de Estrellas

La semana pasada, al final de mi clase, estaba explicando a mis alumnos la temática de los libros recomendados que les había llevado, como todas las semanas. Y fue respecto al último de ellos que se me ocurrió escribir algo al respecto. El libro en cuestión era Hijos del Trueno. Mitos y símbolos en el Camino de Santiago, de José Tono Martínez. Dije a mis alumnos que el libro me gustaba no sólo por la exposición completa que hacía de las rutas de peregrinación hacia Occidente (de las que hay constancia desde el Neolítico) y de la detallada explicación sobre cómo se forjó el moderno Camino de Santiago en torno a esa primera ruta pagana, sino que además planteaba la hipótesis, cada vez más aceptada, no sólo de que Santiago el Mayor no hubiese sido enterrado en España, sino que la tumba que hoy millones de personas presuponen suya pertenecería en realidad a Prisciliano. Y he aquí el punto de inflexión: uno de los alumnos me dijo, socarronamente, que eso ya lo sabía todo el mundo. Sin embargo, dudo mucho que eso sea así. Lo saben, evidentemente, aquellos que estudian la simbología del Camino de Santiago. Pero para aquellos para los que el Camino es una más de las muchas rutas de peregrinaciones católicas y no se han interesado nunca por profundizar en su historia, dudo que conozcan siquiera quién fue Prisciliano, el peso que tuvo en nuestro país y por qué alguien asociaría su sepultura con la del apóstol. Es por eso que esta semana voy a intentar dar respuesta a los posibles interrogantes que vayan surgiendo en torno a esta realidad. A propósito de esa clase (la primera del segundo trimestre del curso Iniciación a la Mitología Comparada. De las Cosmogonías a los Apocalipsis que estoy celebrando en Escuela de Atención, para aquellos que no lo sepan), a continuación dejo un breve fragmento de la misma:



Antes de nada, ¿quién fue Santiago el Mayor? Como ocurre con prácticamente todas las figuras presentes en los Evangelios, es muy importante separar al personaje histórico Jacob del mitológico Santiago. Sobre este personaje ya escribimos una entrada en El Blog de Bianor un 25 de julio, festividad de Santiago, que podéis leer aquí: ¡Santiago y cierra, España!. Sin embargo, en su momento nos dejamos muchas cosas en el tintero. Antes de nada, aclarar quién fue Jacob, el personaje histórico. Hermano de Juan, que también se convertiría en discípulo de Jesús, era hijo de Zebedeo y de María Salomé, hermana de María de Nazaret (a quien nosotros conocemos como Virgen María). Santiago y Juan eran, por tanto, primos de Jesús. Y fueron ellos, junto a Simón bar Ioná (llamado Pedro), los que conformaron el Círculo Interno del Maestro, quienes recibieron sus enseñanzas más elevadas: fueron testigos de la Transfiguración, de la resurrección de la hija de Jairo o de la oración en el Monte de los Olivos. Ahora bien, el papel de Jacob (Sanctus Iacobus = San Iago = San Yago = Santiago) en los Evangelios es más bien menor. Jesús le puso por sobrenombre, a él y a su hermano, Boanerges, que significa "hijo del trueno". Los expertos dan dos explicaciones a este apodo: para unos se debe a que tenían una voz potente y grave, mientras que para otros el término haría referencia a su carácter vehemente y tormentoso. Sea como fuere, igual que a Simón le llamó "Pedro", Jesús puso a los hijos de Zebedeo y Salomé el sobrenombre de "Boanerges". Ahora bien, por lo que sabemos, tras la crucifixión de Jesús la mayor parte de los apóstoles huyeron de la región y se desperdigaron por el mundo. Por ejemplo, Pedro marchó a Antioquía, mientras que Juan y María Magdalena se desplazaron hasta Éfeso. En cambio, Jacob "el Mayor" (para distinguirlo de otro apóstol llamado también Jacob, "el Menor") decidió quedarse en la tierra de sus antepasados, donde fundó la Iglesia de Jerusalén. Esta Iglesia se extendió por Galilea, Judea y probablemente Samaria; y Jacob y los suyos lucharon contra los intentos de divinización de Jesús. Se estableció de este modo la vía jacobea del cristianismo, que alcanzó su auge en la Edad Media, junto a la vía joánica (más enfocada en el misticismo y en la escatología) y la vía ortodoxa (fundada por Pedro y Pablo y marcada por una jerarquía organizada, reglamentada y legislada).


No hubo de pasar mucho tiempo: una década después de la crucifixión de Jesús, en el 44 d.C., Jacob fue detenido por los soldados del rey Herodes Agripa I y decapitado, siendo el primer apóstol en padecer el martirio. Hasta aquí lo que sabemos de la vida y la muerte del apóstol Jacob, que fue llamado Santiago. No hay ninguna prueba histórica que nos permita afirmar que vino hasta Hispania, que estuvo predicando aquí ni por supuesto que su cadáver fuese devuelto a tierras hispanas en una barca de piedra ni ninguno de los mitos posteriores de la reina Lupa y sus bueyes ni nada de la leyenda jacobea forjada en tierras gallegas. Como muy bien dejó escrito el historiador Claudio Sánchez Albornoz (1893 - 1984):

... pese a todos los esfuerzos de la erudición de ayer y de hoy, no es posible,
sin embargo, alegar en favor de la presencia de Santiago en España y de su
traslado a ella , una sola noticia remota, clara y autorizada. Un silencio de más
de seis siglos rodea la conjetural e inverosímil llegada del apóstol a Occidente,
y de uno a ocho siglos la no menos conjetural e inverosímil traslatio. Sólo en el
siglo VI surgió entre la cristiandad occidental la leyenda de la predicación de
Santiago en España; pero ella no llegó a la Península hasta fines del siglo VII.

C. Sánchez Albornoz, En los albores del culto jacobeo (1971)

La tradición de la presencia de Santiago y el conocimiento de la doctrina cristiana de acuerdo a la Iglesia de Jerusalén no aparece en Hispania hasta finales del siglo VII, es decir, en los últimos años del gobierno visigodo (que por cierto eran arrianos, una de las primeras herejías oficiales de la Iglesia Católica). Por tanto, la expansión de las ideas cristianas jacobeas no se desarrolla en Hispania sino bajo dominio árabe. No es de extrañar por tanto que importantes figuras de la tradición mitológica cristiana en lo que más tarde sería España se fraguasen en el contexto de Al-Ándalus (el patrón de Madrid, San Isidro, es el ejemplo más catacterístico). Sin embargo, el punto de inflexión más notable de la leyenda jacobea en los reinos hispanos se dará un poco más tarde, en el siglo IX. Alrededor del 813, en tiempos de Alfonso II el Casto, rey de Asturias, un ermitaño cristiano llamado Paio (Pelayo) contactó con Teodomiro, obispo gallego de la ciudad de Iria Flavia, ya que había visto unas extrañas luces flotando sobre un monte. Teodomiro y Paio siguieron esas luces hasta que dieron con una tumba, aparentemente de origen romano, que contenía un cuerpo decapitado con la cabeza bajo el brazo. Rápidamente dan noticia de su descubrimiento al rey Alfonso, el cual no duda en atribuir ese cuerpo a Santiago, ordenando edificar una iglesia encima de la tumba, antecedente de la actual Catedral de Santiago de Compostela. El término "Compostela" proviene de campus stellae ("campo de estrellas"), debido a las luces que revelaron al ermitaño dónde se encontraba la tumba. Estas luces podrían estar directamente relacionadas con el fenómeno de los fuegos fatuos, tan característicos de las culturas gaélica y eslava.
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En la tradición de muchos pueblos, la manifestación en la Tierra de las estrellas
o luces celestes han supuesto importantes acontecimientos 

    
El hallazgo de la tumba de Santiago no pudo venirle mejor al rey asturiano: gracias a ello pudo aglutinar todos sus territorios como un solo reino, bajo la especial protección del Apóstol. No podemos dejar de considerar que Santiago fue uno de los discípulos "elegidos" de Cristo. A Pedro ya se lo había apropiado la Iglesia de Roma, convirtiéndolo en primer Papa y por lo tanto líder de la Iglesia Universal con sede en el Vaticano. Juan, por su parte, era el redactor del Apocalipsis y del Cuarto Evangelio, su cuerpo estaba perdido en algún lugar del remoto Éfeso. Pero sobre Santiago nadie sabía nada, y la leyenda de que había estado predicando en Hispania fue ganando fuerza, como hemos visto, en el siglo VIII. De modo que en el siglo IX, el rey Alfonso tuvo la "suerte" de encontrar la tumba del apóstol cerca de Iria Flavia, y le sirvió para algo más, ya que pudo cristianizar uno de los puntos fuertes del paganismo que aún había en estos reinos: la llamada Via del Finisterre, una ruta seguida tradicionalmente por muchos pueblos celtas hasta el supuesto fin de la tierra (aunque hoy sabemos que esta peregrinación hasta el lugar donde el sol moría se repetía desde el Neolítico, y que los pueblos de la Antigüedad hasta los romanos levantaban numerosos altares dedicados al sol o ara solis). Los celtas, en el primer milenio de nuestra era, recorrían toda Europa para llegar a estos lugares, donde celebraban sus matrimonios y rituales. Todo estaba vinculado con su dios Lug, el dios del sol y la luz, y con su muerte en el lugar más remoto de Occidente; sólo para volver a resucitar en Oriente (de hecho, vestigios de este pasado ceremonial celta vinculado al dios perviven aún hoy en muchas zonas de Galicia, como la ciudad de Lugo, su comarca y provincia homónimas). Esta ruta de peregrinaje precristiana se convirtió así en el Camino de Santiago o Ruta Jacobea, transformándose Compostela en el tercer núcleo de peregrinaje medieval, y el más importante, superando incluso a Roma y Jerusalén en varios miles. 
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Las distintas rutas del Camino de Santiago que aparecen recogidas en el Codex Calistinus son vestigios de las antiguas rutas de peregrinaje de los celtas galos hasta el fin de la tierra, aunque barnizadas con el conveniente velo del cristianismo

Resuelta la cuestión de Boanerges y del campus stellae, sólo nos queda una cuestión que tratar: ¿de quién era la tumba que encontraron Teodomiro y Pelayo en lo que hoy es Santiago de Compostela y que actualmente se venera en su Catedral? Son numerosos los estudios que se han hecho al respecto. Lo único que actualmente está fuera de discusión es que el terreno sobre el que se alza la Catedral (la actual Praza do Obradoiro) fue en tiempos una necrópolis prerromana. Primero fue un cementerio dolménico, utilizado después por los romanos y los suevos. Sin embargo, esto no demuestra nada referente a los restos que se conservan en el sepulcro. De hecho, la tradición quiere que sean tres los sepulcros: el del propio Apóstol, acompañado de sus discípulos Atanasio y Teodoro, que fueron quienes trajeron su cadáver desde Judea hasta Iria Flavia, donde le enterraron y donde ellos mismos fueron enterrados con él. También se encontró en las proximidades de la tumba, en 1955, el sepulcro de Teodomiro, lo que demuestra que quiso enterrarse en el mismo lugar de su hallazgo. Los estudios más recientes sobre la tumba del Apóstol proceden de un estudio desarrollado por Enrique Alarcón, profesor de Metafísica en la Universidad de Navarra y publicado el 24 de junio de 2011. Este estudio se realizó a partir de investigaciones anteriores (sobre todo de 1988) y de reproducciones de la tumba, por no tener acceso a la misma. Alarcón afirmó haber encontrado en el sepulcro la inscripción Jacob, acompañada de la simbología propia de un cementerio judeocristiano de Israel del siglo I d.C.. Además, otra supuesta inscripción contendría referencias a la fiesta judía del Shavu'ot, con representación de los panes rituales. Esta fiesta, de la que se tiene conocimiento por el Levítico, desapareció en el 70 d.C. con la destrucción del Templo de Jerusalén a manos de las tropas romanas de Tito, poniendo fin a las revueltas judías. Si estos datos se confirman (el estudio continúa actualmente, pues faltan las investigaciones que pueda aportar la propia Universidad de Santiago y el Cabildo de la Catedral), quedaría invalidada cualquier atribución de los restos a Prisciliano, otra posibilidad. Pero, ¿quién fue este señor?

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Prisciliano nació en la provincia de Gallaecia en el 340 aproximadamente, en el entorno de una familia senatorial. En torno al 370 marchó a Burdigala (Burdeos) para formarse con el retórico Delphidius, fundando a las afueras de la ciudad una comunidad de carácter rigorista. Su principal adversario, Itacio de Ossonoba, atribuye sus conocimientos de astronomía y magia a un tal Marcos de Memphis, sin embargo éste fue un mago alejandrino del siglo I citado por San Agustín en su Adversus haereses, por lo que tal atribución resulta, cuanto menos, poco probable. No fue hasta 379 cuando regresó al noroeste peninsular y comenzó su predicación. Sus ideas tuvieron gran éxito, sobre todo entre las mujeres y las clases populares, en cuanto que rechazaba la unión entre Iglesia y Estado, criticando el enriquecimiento y la corrupción de las jerarquías. Ante la rápida extensión de sus enseñanzas se envió una carta informando de la situación al obispo de Augusta Emerita (Mérida, que era entonces la capital de la Diócesis hispana).

Este obispo, acompañado de Itacio de Ossonoba, convocarán el Concilio de Caesaraugusta (Zaragoza) en el 380 únicamente para condenar las ideas priscilianistas. A esta reunión acudieron dos obispos aquitanos y diez hispanos, pero no se alcanzó ningún resultado definitivo. Ante la ausencia de los dos principales obispos considerados priscilianistas, se evitó una condena definitiva. Las actas dicen incluso que el obispo de Astorga abandonó el Concilio al segundo día, y este prelado (de nombre Simposio) ocuparía años más tarde un lugar destacado entre los discípulos del hereje gallego. Poco después los dos obispos ausentes, Instancio y Salviano, elevaron a Prisciliano a la sede vacante de Abula (Ávila), convirtiéndole así en obispo de dicha ciudad. En un intento de acercar posturas, también estos dos obispos marcharon a Augusta Emerita (Mérida) para entrevistarse con el obispo Hidacio, pero tuvieron que huir perseguidos por una turba alentada por el propio religioso. Hubo entonces un enfrentamiento epistolar bastante severo entre priscilianistas y ortodoxos. No hay que olvidar que las tesis de Prisciliano tuvieron gran éxito en todos los estratos sociales, incluso entre muchas familias influyentes de casi todas las provincias hispanas. Finalmente, una carta enviada por Hidacio a Ambrosio, obispo de Mediolanum (Milán), donde se encontrada instalada la corte imperial, consiguió que éste obtuviese un escrito del emperador Graciano excomulgando y desterrando de sus sedes a Prisciliano y a todos sus seguidores. Prisciliano llegó a viajar a Roma para defenderse, pero no fue recibido por el obispo de la ciudad, Dámaso (quien estaba en plena defensa de la primacía de la Iglesia de Roma sobre todas las demás); de modo que se desplazó hasta Milán y, gracias a la ausencia de Graciano, consiguió que su magister officiorum (Mayordomo Mayor) anulase el anterior decreto imperial. De esta manera Prisciliano regresa a Hispania, fortalecida la posición de su grupo y consiguiendo de paso que Itacio, su principal rival, fuese acusado de perturbador de la Iglesia. El procónsul Volvencio ordena la detención del obispo antipriscilianista y éste es obligado a huir y refugiarse en Civitas Treverorum (Tréveris).

¿Pero qué ocurre a partir de este momento? En el 383 Magno Clemente Máximo, gobernador de Britania, cruza las Galias al mando de 130.000 soldados haciendo huir al emperador Graciano, a quien finalmente asesinó en una emboscada en los bosques de Lugdunum (Lyon). Sus legiones lo nombran nuevo emperador de Occidente, pero eso no es visto con buenos ojos por Teodosio, emperador de Oriente. Esta situación obliga a Magno Clemente a buscar apoyos en la Iglesia Católica, necesitada a su vez de amparo institucional para enfrentarse a los múltiples movimientos disidentes que la asediaban (arrianos, rigoristas, patripasianos, novacianos, nicolaítas, ofitas, maniqueos, borboritas, catáfrigos o los propios priscilianistas). Esta alianza de conveniencia marcará los acontecimientos posteriores: la Iglesia Católica se enfrenta a un movimiento muy popular extendido por toda la península Ibérica y buena parte de las Galias, y Máximo desea ofrecer una mano amiga en forma de condena oficial al priscilianismo. Sin embargo, se topa con un problema: la aplicación de una sentencia por herejía conlleva la confiscación por parte del Estado de todos los templos de la secta, algo que no favorece ni a la jerarquía eclesiástica ni a los intereses del emperador. Por lo tanto se diseña un nuevo proceso judicial en el que se acusa a los obispos hispanos de maleficium (brujería). Esta sentencia, mucho más favorable a las arcas del emperador, incluye la requisa de las propiedades personales de los acusados (recordemos, muchos de ellos pertenecientes a las clases altas de la sociedad hispana), sin afectar al patrimonio eclesiástico. Se convoca entonces un nuevo concilio en Burdeos, al que acuden Prisciliano en persona y varios seguidores, y en el que se condena de nuevo la herejía priscilianista. Sin embargo, únicamente se obtiene la expulsión de Instancio de su sede. Durante la celebración del Concilio, una multitud enfurecida lapida a Urbica, una discípula de Prisciliano; por lo que éste abandona la reunión y se dirige a Tréveris, en la Germania Superior, donde Máximo ha establecido su corte, para convencer al emperador de que se pronuncie a favor de su grupo. Sin embargo, Prisciliano no es consciente de que allí Itacio de Ossonoba ya ha tejido la red que acabará con su vida.  

En el 385 Prisciliano llega a Tréveris, donde es acusado a través de Evodio, prefecto del emperador, de la práctica de rituales mágicos que incluyen danzas nocturnas, el uso de hierbas abortivas y la práctica de la astrología cabalística. La mayoría de los obispos católicos de Occidente, con Martín de Tours a la cabeza, protestaron contra tal decisión. Incluso el papa Sirico criticó duramente el proceso. Sin embargo, no sirvió de nada: tras obtener mediante tortura una confesión del mismo Prisciliano, fue decapitado junto a varios de sus discípulos. Todos ellos se convirtieron en los primeros herejes ajusticiados por una institución civil a instancias de algunos obispos católicos. En otras palabras: Prisciliano y los seis discípulos que fueron asesinados con él fueron los primeros herejes ajusticiados de la Iglesia Católica.

 
De acuerdo con Orosio, un sacerdote, historiador y teólogo hispano; en su texto contra Prisciliano titulado Communitorium de errore Priscillianistarum et Origenistarum, "Prisciliano enseñó que los nombres de los Patriarcas corresponden a las partes del alma, y de modo paralelo, los signos del Zodíaco se corresponden con partes del cuerpo."

Prisciliano fundó una escuela ascética, rigorista, de carácter libertario, precursora del movimiento monacal y opuesta a la creciente opulencia de la jerarquía eclesiástica del siglo IV. Los aspectos más polémicos fueron el nombramiento de "maestros" o "doctores" a laicos, la presencia de mujeres en las reuniones de lectura y su marcado carácter ascético. De acuerdo a la tradición, los discípulos de Prisciliano habrían trasladado los restos mortales del hereje hasta su tierra natal, enterrándole en lo que hoy es Santiago de Compostela. El primero que plantea esta posibilidad es el hagiógrafo Louis Duchesne en 1990 en un artículo publicado en Toulouse en la revista Annales du Midi y titulado "Saint Jacques en Galice". Posteriormente Claudio Sánchez Albornoz y Miguel de Unamuno se harán eco de esta hipótesis, tornándose muy popular y alternativa a la tradición católica. Por contra, el obispo, teólogo y filósofo José Guerra Campos indica la existencia de un lugar que podría ser el enterramiento de Prisciliano: Los Martores (Os Martores, en gallego), perteneciente a la parroquia de San Miguel de Valga, en Pontevedra. En ese lugar se encuentra una ermita en la que se han encontrado sarcófagos antropoideos tallados en piedra que podrían datar del siglo IV. La teoría de Guerra Campos se basa en la denominación popular que recibieron los ajusticiados en Tréveris hasta mucho tiempo después de su muerte: los mártires (Os mártires en gallego, Os mártores en gallego dialectal); siendo éste el único topónimo de estas características presente en toda Galicia. Una última teoría, planteada por Celestino Fernández de la Vega, establece el enterramiento de Prisciliano en Santa Eulalia de Bóveda, una localidad cercana a Lugo.

En definitiva: ¿Santiago? ¿Prisciliano? Ni uno ni otro. Poco importa. El Camino siempre ha cautivado por igual a peregrinos, viajeros aventureros, fieles devotos o simples curiosos. También a los lectores, amantes del arte, de la historia antigua y de la simbología que se pierde en la noche de los tiempos. La relevancia de la Ruta de las Estrellas es innegable a día de hoy, y sigue siendo muy importante para miles de personas cada año, que se lanzan a recorrer sus caminos. ¿Cuál es la verdad profunda del Camino de Santiago? La que cada uno de nosotros quiera darle. Lo importante es caminar. Ultreia!


 

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