¡Buenos día a todos! Hoy tenemos varias cosas que celebrar: la llegada de la primavera, nuestra vigésima entrada y las 500 visitas con las que ya cuenta el blog. ¡Muchísimas gracias a todos por seguirme y leerme tan fielmente! Hoy quiero deciros algo especial. En realidad es una pregunta de uno de mis lectores. Pregunta, a raíz de la entrada anterior, que por qué Santiago de la Vorágine puso letras a los santos cristianos. Y la verdad es que eso no es del todo correcto. Dije que les puso letras para abreviar la entrada, pero en realidad lo que hizo fue ponerles sobrenombres o apodos. Por ejemplo, Bartolomé era Mirabilis, el prodigioso. Leonardo lo retrató en su Cenacolo con el pelo rizado y bermejo, confirmando lo que Santiago de la Vorágine había escrito sobre él en su Leyenda Dorada: que era sirio y de carácter encendido, como corresponde a los pelirrojos. De forma que de Mirabilis se obtiene la "M". O también el personaje retratado a su lado, Santiago el Menor, el lleno de gracia o Venustus, aquel al que a menudo confundían con el propio Cristo y que por sus obras mereció ese apelativo. Tenemos entonces la "V". Y Andrés, Temperator, el que previene, retratado por Leonardo con las manos por delante como corresponde a tal atributo, que quedará reducido a la "T". Es decir, no es que le adjudicase una letra a cada uno, sino que Santiago de la Vorágine les puso un apelativo a cada uno. Y Leonardo, usándolos, utilizó la primera letra de cada uno para agruparlos de tres en tres. En el primer grupo tenemos "M-V-T"....
El siguiente grupo de apóstoles da lugar a otra sílaba pronunciable. Judas Iscariote se convierte en la "N" de Nefandus, el abominable traidor de Cristo. Su posición, sin embargo, es algo ambigua: si bien Judas es la cuarta cabeza que aparece desde la izquierda, la peculiar posición de San Pedro, con su mano armada a la espalda del traidor, puede dar lugar a un error de cálculo. En cualquier caso, la "N" seguiría siendo válida,ya que Simón Pedro fue el único de los Doce que negó tres veces de Cristo. "N", pues, de Negatio. Sin embargo, lo más lógico sería guiarse por el orden de las cabezas de los personajes que dispuso Leonardo, y así se ha hecho. Siguiendo ese orden, el siguiente es Pedro. Encorvado hacia el centro de la escena, merece tanto la "E" de Ecclesia como de Exosus, que el toscano le asignó. La primera hubiera satisfecho a Roma; la segunda, que significa "el que odia", refleja el carácter de aquel sujeto de pelo cano y mirada amenazante, dispuesto a ejecutar su venganza armado con un cuchillo de hoja gruesa. Y Juan, dormido, con la cabeza inclinada y las manos recogidas como las damas que retrataba Leonardo, hace honor a su "M" de Mysticus. De esta manera "N-E-M" es, pues, el resultado del trío.
Jesús dijimos que es la "A". Tomás, con el dedo en alto, como si señalara cuál de los allí presentes era el primero en merecer el privilegio de la vida eterna, debe pasar como la "L" de Litator: el que aplaca a los dioses. Sin embargo, este atributo puede dar paso a discusión: en el Evangelio de Juan, fue Tomás quien metió su dedo en la quinta llaga de Cristo. Y también quien cayó de rodillas gritando "¡Señor mío y Dios mío!", aplacando así la posible ira del resucitado por no haberle reconocido de inmediato. Además, estamos ante el único retrato que confirma su letra en el perfil del apóstol. No me olvido del alfa de Jesús, sólo que en esta ocasión la letra no se esconde en el cuerpo de Tomás, sino en ese dedo que alza al cielo. El dedo índice estirado forma, junto a la base del puño y el pulgar saliente, una clara "L" mayúscula. En cambio, si miramos a Santiago el Mayor, seremos incapaces de encontrar en él ningún rasgo que reproduzca la "O" que le adjudicó Leonardo. ¿Por qué la "O"? Quien haya estudiado la vida de este apóstol, concluirá que su "O" de Oboediens, el obediente, se le ajusta como un guante. En efecto, del Zebedeo escribió Santiago de la Vorágine que fue hermano carnal de Juan y que "ambos pretendieron ocupar en el reino de los cielos los puestos más inmediatos al Señor y sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda". Leonardo, por tanto, había recreado en el Cenacolo una mesa divina, extraída del mundo de la perfección en el que habitan las almas puras. Y Juan y Santiago ocupan en ella los lugares que Cristo les prometió. Así, junto a Felipe, Sapiens entre los Doce, el único que se señala a sí mismo, indicándonos dónde debemos buscar nuestra salvación, conseguimos armar una tercera sílaba: "L-O-S".
Leonardo escondió bastantes herejías en esta pintura. Herejías para la Iglesia de Roma, pero enseñanzas del verdadero cristianismo para los cátaros y otros gnósticos. Pero sigamos, porque sólo nos queda el último grupo y lo resolvemos muy rápido. Mateo, el discípulo cuyo nombre, según el obispo De la Vorágine, significaba "don de la prontitud", ya augura tan veloz desenlace. Leonardo lo bautizó como Navus, el diligente. Su letra secreta unida a la "O" de Tadeo forman ya una sílaba legible: "N-O". Al añadírsele la "C" de Simón, por Confector (el que lleva a término); obtenemos cuatro grupos de tres letras, con una vocal siempre en el centro y con una "A" presidiendo la escena, que se dejan leer como si fueran una extraña y olvidada fórmula mágica.
MUT-NEM-A-LOS-NOC, ya lo sabemos. Pero parece que me he olvidado de decir una cosa, ¿no?. He dado los apodos que otorgó De la Vorágine a todos los apóstoles, menos uno. Dijimos que el propio Leonardo da Vinci se retrató en la pintura como Judas Tadeo. ¿Cuál es su apodo? Bueno, ¿por qué creéis que eligiría Leonardo encarnar a Judas Tadeo? Si aún no os habéis leído La Leyenda Dorada, corred a hacerlo. Porque así sabréis que Judas Tadeo recibe la "O" por Occultator. El que oculta. ¿Qué mejor título para el maestro toscano? Al encarnarse en Tadeo, el maestro Da Vinci se está definiendo a sí mismo de una manera tan sutil que sólo sus más brillantes discípulos podrían descubrirlo. De forma que tenemos dispuestos a los apóstoles de tal manera:
MUT-NEM-A-LOS-NOC
Bartolomé Mirabilis El prodigioso
Santiago el Menor Venustus El lleno de gracia
Andrés Temperator El que previene
Judas Iscariote Nefandos El abominable
Pedro Exosus El que odia
Juan Mysticus El que conoce el misterio
Tomás Litator El que aplaca a los dioses
Santiago el Mayor Oboediens El que obedece
Felipe Sapiens El amante de las cosas elevadas
Mateo Navus El diligente
Judas Tadeo Occultator El que oculta
Simón Confector El que lleva a término
MUT-NEM-A-LOS-NOC. Vimos que había que leerlo al revés porque Leonardo utilizaba la escritura especular, y aquí no podía ser menos. Si leemos las letras de derecha a izquierda obtenemos Consolamentum. El único sacramento de los cátaros. Un bautismo, comunión y extremaunción, pero mucho más poderoso. El sacramento de la Iglesia de Juan, en contraposición a la de Roma, a la de Pedro, a la del que odia. Un sacramento místico. Y Leonardo pintó el Cenacolo para mostrarnos la verdadera religión cristiana. El hallazgo del sacramento de los cátaros expuesto a contemplación y veneración en el centro mismo de la casa de los dominicos, patrones de la Inquisición y guardianes de la ortodoxia de la fe, tuvo un efecto deslumbrante sobre mi alma. ¿Iluminación? ¿Llamada divina? ¿Locura? Creo que moriré sin saber qué nombre poner a mi actitud cada vez que descubro algo parecido a esto. Hemos descubierto que la verdad evangélica se ha abierto paso entre las tinieblas de la orden de los dominicos, anclándose en el refectorio de Santa Maria delle Grazie de Milán como un poderoso faro en la noche. Y es una verdad bien distinta a la que llevan creyendo los cristianos ortodoxos durante décadas: Jesús nunca, jamás, instauró la eucaristía como única vía para comunicarnos con él. Más bien al contrario. Su enseñanza a Juan y María Magdalena fue la de mostrarnos cómo encontrar a Dios en nuestro interior, sin necesidad de recurrir a artificios exteriores. Él fue judío. Vivió el control que los sacerdotes del templo hacían de Dios al encerrarlo en el tabernáculo. Y luchó contra ello. Quince siglos más tarde, Leonardo se había convertido en el secreto responsable de esa revelación, y la había confinado a su Cenacolo.
Santa María delle Grazie en Milán
Pero bueno, cada uno vive la religión a su manera, no vayamos a desdeñar a los creyentes de hoy en día que van a la Iglesia a recibir los sacramentos. El respeto es vital para el desarrollo espiritual del ser humano. Solo quiero que aquellos que vayan a la Iglesia, sigan yendo conociendo la verdad. Tal vez me haya vuelto loco, lo admito. Pero esto es lo que quiero decirles a nuestros lectores: estos conocimientos que transmito, aquí y en mis libros, deben conservarse en lugar adecuado hasta que llegue el tiempo de darlos a conocer. De todas maneras, no será fácil que lo entiendan. Los dominicos de Milán jamás comprendieron el secreto del Cenacolo pese a haberlo tenido delante de sus narices. Que sus trece protagonistas encarnan las trece letras del Consolamentum, el único sacramento admitido por los hombres puros, un sacramento espiritual, invisible, íntimo; fue algo que les pasó inadvertido. Ninguno de los discípulos más cercanos a Leonardo pintó jamás una hostia. Porque la verdad es que Jesús no resucitó en carne y cuerpo, sino en luz. Se apareció a María Magdalena, dándole las claves para nuestra propia transmutación cuando llegue nuestra hora. No quiero extenderme más. Que sea el propio maestro toscano, tan deseoso de restaurar la Iglesia de Juan y María Magdalena como lo estoy yo, quien pronuncie las palabras de despedida:
"Todo lo que yo he averiguado sobre el verdadero mensaje de Jesús no es nada en comparación con lo que queda por ser revelado. Y al igual que para mi arte he bebido de fuentes egipcias, y he accedido a los secretos geométricos que tradujeran Ficino o Pacioli, os auguro que a la Iglesia le queda mucho por beber de los Evangelios que aún reposan en las orillas del Nilo."
P.S. En 1945, en un pago cercano a la aldea egipcia de Nag Hammadi, en el Alto Nilo, aparecieron trece evangelios perdidos encuadernados en cuero. Estaban escritos en copto y mostraban unas enseñanzas de Jesús inéditas para Occidente. Su descubrimiento, mucho más importante que el de los célebres Rollos del Mar Muerto de Qmrán, demuestra la existencia de una importante corriente de primitivos cristianos que esperaban el advenimiento de una Iglesia basada en la comunicación directa con Dios y en los valores del espíritu. Hoy se los conoce como Evangelios Gnósticos, y es seguro que copias de los mismos llegaron a Europa a finales de la Alta Edad Media, influyendo en ciertos ambientes intelectuales.