viernes, 18 de marzo de 2016

19. La Última Cena de los Cátaros. Parte II

Seguimos un día más en ARS OCCULTA, en nuestro 19º encuentro. Ya van pasando los días y nos vamos conociendo poco a poco. Hace unos días comentamos muchas cosas sobre "La Última Cena" de Leonardo da Vinci, conservada en Milán, pero también nos dejamos algunas ideas en el tintero. Así que hoy he venido a traeros una nueva interpretación. Me gustaría decir que es mía, pero lo cierto es que fue el periodista y escritor Javier Sierra quien, en La Cena Secreta, expone y analiza todo este tema sobre Da Vinci, su fe secreta y los cátaros europeos. Intentaré exponerla lo más breve posible. El propio Da Vinci era un misterio ya en su época, pues fue un personaje que jamás pasó desapercibido. Alto, fuerte, de largas cabelleras y complexión de gigante, siempre vestía de blanco y tenía unos hábitos bien extraños para su época. Nunca se le conoció pareja (ni masculina ni femenina), y tampoco se le vio comer carne. Sus manías como pintor eran no menos excéntricas: pese a que, con frecuencia, sus mejores mecenas eran religiosos, jamás pintó una crucifixión. Era como si abominara la cruz como símbolo religioso...

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Claro, alguien podrá pensar que eso no puede ser, que en la Europa del siglo XV todo el mundo era católico. Pues no, ni muchísimo menos. El siglo XV es la época que vio nacer el Renacimiento. Y no se puede entender ese periodo sin saber de la figura de Cósimo de Medici, el famoso comerciante florentino, patriarca de la familia Medici y abuelo de Lorenzo el Magnífico. Pues bien, resulta que Cósimo de Medici adquirió un ejemplar del Corpus Hermeticum, una versión parcial de los hoy perdidos Libros de Hermes, y lo mandó traducir al latín a Marsilio Ficino hacia 1460. De ahí, la familia conservó el secreto para la fabricación de talismanes y lo traspasó a hombres sabios como Michel de Nôtre Dame, más conocido como Nostradamus. Tras él los hubo que acuñaron talismanes pequeños, como el de Catalina II la Grande, o gigantescos, como París. Cuidado, no estoy diciendo que París tenga un talismán, sino que París ES un talismán. Lo que ocurre es que poca gente conoce hoy ese dato. Pero si nos fijamos, La Voie Triomphale atraviesa a su paso varios símbolos egipcios indiscutibles: pirámides, obeliscos, fuentes con esfinges... ¡Amuletos todos! Napoleón Bonaparte, obsesionado con Egipto después de su campaña militar, fue iniciado en la masonería y militó en una logia llamada, precisamente, del "Hermes Egipcio", a la que se afiliaron también su padre y su hermano José, el que sería rey de España y al que llamaríamos Pepe Botella. ¿Os lo podéis imaginar? Napoleón quiso convertir su ciudad en un gigantesco talismán protector para su proyecto político. Lo que no sabía entonces es que otros antes que él y su logia, habían construido su propio talismán siguiendo las instrucciones herméticas llegadas de Jerusalén y Egipto. Pero quizá a priori no se entienda qué tiene que ver el interés egipcio de Napoleón o el talismán de París con el Renacimiento, y pueda parecer que me estoy alejando del tema. Pero no lo hago. O, al menos, no tanto como parece.

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Cósimo (o Cosme) de Medici, un gran interesado en las ciencias ocultas, muchas de ellas provenientes de Egipto. Debajo, Napoleón Bonaparte, no menos interesado en estos conocimientos que el italiano
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Hemos dicho antes que Cósimo de Medici se hizo con un ejemplar del Corpus Hermeticum egipcio, que fue el que usaron los sabios futuros para fabricar talismanes. Pero quien tradujo al latín ese texto, es sin duda otra de las figuras que hay que conocer para entender el Renacimiento: se trata de Marsilio Ficino. Este hombre nació en Italia en la misma época que Nicolás Flamel, el famoso alquimista, y trabajó a las órdenes del mecenas Cósimo de Medici, siendo el responsable de reunir a todos los humanistas de la época bajo un mismo techo. ¡Aquella academia improvisada puso en marcha el Renacimiento!  Ficino tradujo al latín importantes textos de origen arcano. Elevó el gusto por lo egipcio entre sus semejantes, y se dio cuenta de a enorme influencia que tenía ese pueblo en nuestra historia y en nuestra religión... pero eso ya es otra historia. Entonces, ¿Da Vinci fue miembro de la academia del tal Ficino? No se sabe con certeza. Pudo haberlo sido, desde luego. Pero por ejemplo, sí sabemos de dos personajes sobre los que no hay duda que formaron parte del conventículo de Ficino: me refiero a Rafael Sanzio y a Sandro Botticelli. Todo esto lo cuento con detalle en El Arcanon, de manera que si los lectores quieren saber más sobre ellos, tendrán que leerse el libro. Muchos me han preguntado cuándo saldrá, y será dentro de tres años, puesto que en 2019 el Museo del Prado cumple 200 años, y quiero publicar ese libro acorde a un acontecimiento tan especial.

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A la izquierda Marsilo Ficino, el hombre que reunió a las mejores mentes de Florencia y puso en marcha el Renacimiento. A la izquierda la portada de El Arcanon, que saldrá a la venta (espero) en 2019

Pero basta ya de hablar de eso, volvamos a la figura de Leonardo. Siempre vestido de blanco, sin comer carne, rechazando las relaciones sentimentales, renegando del símbolo de la cruz... Lo cierto es que todas estas peculiaridades son difíciles de encontrar en un solo individuo, salvo que fuera un cátaro. En efecto. Los bonhommes u hombres puros que los dominicos persiguieron con saña en el Languedoc, fueron supuestamente exterminados en Montségur en 1244. Sin embargo, hoy los historiadores admiten que numerosas familias cátaras fueron a refugiarse a la Lombardía, cerca de Milán, donde sus cultos sobrevivieron en paz hasta el siglo XV. ¿Fue ahí donde Leonardo trabó contacto con ellos? Sólo eso explicaría satisfactoriamente algunas de las veleidades artísticas del toscano: los cátaros creían que Jesús fue, ante todo, un hombre. Y como tal lo retrató Leonardo en el Cenacolo. Abominaban del sexo, considerando todo lo relacionado con el cuerpo como algo satánico. Su dieta, vegetariana, excluía cuanto procediera del coito. Curiosamente, sólo salvaban el pescado: creían que los peces estaban exentos de la actividad sexual y permitían su ingesta. ¿Tengo que recordar que lo que pinta Leonardo como menú en "La Última Cena" es pescado, y no el cordero que establecía la ley judía? Demasiadas coincidencias, ¿no? La coincidencia no existe, sólo la ilusión de la coincidencia. Y por si estas pistas fueran pocas, los cátaros sólo admitían un sacramento: el llamado consolamentum. Llamaban así a una ceremonia en la que el aspirante a hombre puro se sometía a una suerte de imposición de manos del perfecto o guía de su comunidad. ¿Y no es eso, una imposición de manos, lo que parece estar haciendo Jesús en el Cenacolo?


Se ha dicho que lo de que Jesús esté haciendo una imposición de manos parece un poco cogido por los pelos, pero intentad tomaros un fin de semana para ir a Milán a visitar el Cenacolo y entenderán cuánta verdad hay en la teoría de Sierra. Su diseño está a una altura suficiente con respecto al suelo como para permitir que una persona se colocase bajo la efigie del Mesías y recibir su "consuelo". Nada de eucaristía. Para los cátaros, lo que aquella noche instauró Jesús fue un sacramento mucho más fuerte y revolucionario. Su secreto había sido guardado en el único lugar donde nadie lo buscaría: a la vista de todo el mundo. Fue, y a mí ya no me queda ninguna duda, el acertijo más ingenioso que jamás pergeñó el genio de Leonardo. Por difundir estas cosas me meterían en la hoguera, pero es que aún hay más, una prueba definitiva que demuestra la fe cátara de Leonardo y su pertenencia a la Iglesia de Juan. Y tiene que ver con la ubicación de los apóstoles en el cuadro. ¿Recuerdan los lectores que en la entrada anterior os pregunté si podíais averiguar quiénes son los personajes que flanquean al propio Leonardo? Me imagino que no lo habréis hecho, que la gente tiene mejores cosas que hacer que pararse a identificar a esos personajes. Claro, vivimos en un mundo en el que todo esto no importa. En que el Arte, la representación material del alma y el espíritu humano, nos da lo mismo. Cosas que nos han hecho ser quienes somos, conocimientos que nos permitirían conocernos a nosotros mismos, no despiertan ningún interés. Es una lástima... En fin, no tiene importancia. ¿Os suena un libro titulado La Leyenda Dorada?

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La Leyenda Dorada, del siglo XIII, y su autor

Seguramente no, pero no os preocupéis. Nuestra generación ha crecido con el miedo de nuestros padres de que nos adoctrinasen en el colegio con la asignatura de Religión, y ese miedo no es del todo infundado. Pero una buena clase de Religión, la que recibían algunos de nuestros padres y nuestros abuelos, incluía lo que se llama Historia Sagrada. Sin doctrina ni dogma. Solamente conocer la historia del cristianismo, que forma parte de nuestra cultura y nos hace ser quienes somos en gran medida, nos guste o no. Pues bien, todos aquellos que estudiasen Historia Sagrada lo harían con La Leyenda Dorada en la mano. Este libro fue escrito en el siglo XIII por el obispo de Génova, un hombre llamado Santiago de la Vorágine, que recibió el encargo de escribir una recopilación sobre las leyendas piadosas en torno a los santos y desde luego la más influyente en la representación pictórica y escultórica de los mismos. Pues bien, en ese libro, De la Vorágine asignaba una letra del alfabeto latino a cada uno de los santos cristianos, entre ellos los apóstoles. ¿Os imagináis por dónde voy? Leonardo pintó a los apóstoles en un orden específico para formar una palabra con las letras que le asignó Santiago de la Vorágine. Fijémonos cómo dispone Leonardo a los apóstoles en la mesa. De izquierda a derecha, sentados en una enorme mesa rectangular, tenemos a Bartolomé, Santiago el Menor, Andrés, Pedro, Judas Iscariote, Juan, Jesús, Santiago el Mayor, Tomás, Felipe, Mateo, Judas Tadeo y Simón.

   

Antes de aclarar qué letra corresponde a cada uno hay algo que debemos tener en cuenta. ¿Recordamos que habíamos dicho que Leonardo se retrató a sí mismo como Judas Tadeo, en el extremo derecho de la obra? Él y otros dos personajes le están dando la espalda a Jesús. Os dije que pensaseis también en quiénes podían ser, pero seguramente no lo hayáis hecho. No importa, yo os lo diré: los apóstoles Mateo y Simón son Marsilo Ficino y Platón, respectivamente. ¿Platón? La presencia de Ficino se puede llegar a entender por lo que hemos dicho antes... ¿pero Platón? ¿Qué tiene que ver él en esto? Pues absolutamente todo. Platón es el hombre de la Antigüedad que representa el espíritu filosófico de los hombres del Renacimiento, de la academia de Ficino. Hay que tener en cuenta que en ese momento en Europa el modelo que se sigue es el de la escolástica de Aristóteles revisado por Santo Tomás de Aquino. Para los cátaros Platón, con su mundo de las Ideas era su ilustre "antecesor", por así decirlo. Y tanto Marsilo Ficino como Leonardo da Vinci están mirando a Platón y hablando con él... Pero vamos a desvelar el verdadero misterio. El secreto es que cada personaje de esta escena representa una letra. Ya lo hemos dicho, las letras de los santos otorgadas por Santiago de la Vorágine. Pero sólo una de las letras está clara. Fijaos bien en la gran "A" que forma la figura de Jesucristo. Ésa es la primera pista. Junto a las demás, ocultas en atributos de los Doce recogidos por Santiago de la Vorágine, forman algo extraño. Atención: juntando las letras que La Leyenda Dorada atribuye a cada discípulo, junto a la disposición de cada uno en el lienzo, en grupos de tres, se forma una frase: Mut-nem-a-los-noc.

Mut.
Nem.
A.
Los.
Noc.

No es que sea muy claro, ¿verdad? Podría tratarse de un texto egipcio. Después de todo, Mut es una divinidad de esa civilización, esposa de Amón el Oculto, gran dios de los faraones. Seguramente Leonardo oyó hablar de ella a Marsilio Ficino. Pero no es tan complicado. En realidad Leonardo nunca encriptó nada en su Cenacolo. Nada... para aquellos que supiesen leerlo. Todo esto parece un galimatías, y lo es para nosotros, y en realidad para todos aquellos que somos ajenos al credo de los bonhommes. Hoy en día hemos perdido la capacidad de adquirir conocimiento a través de las imágenes, pero en tiempos de Leonardo era algo muy usual. Y además considerando lo mucho que disfrutaba Da Vinci proponiendo enigmas a los que viesen su obra... ¿Habéis oído hablar alguna vez del peculiar hábito de escritura de Leonardo? Tenía la manía de escribir todo al revés. Se consideraba otra de sus excentrecidades. Sus discípulos necesitaban de un espejo para entender lo que su maestro les escribía. Lo hacía así con todo: sus notas, sus inventarios, los recibos, las cartas personales, ¡hasta las listas de la compra! Ahora decidme, amigos míos, ¿por dónde hemos comenzado a leer nuestro texto? Por la izquiera. La "M" es Bartolomé, la "U" Santiago el Menor, la "T".... Pero lo hemos hecho mal, ¡se lee al revés! ¡Leonardo ha escrito un mensaje al revés en "La Última Cena"! ¿Y qué leemos? Por favor, hacedlo en voz alta, pues estáis pronunciando el verdadero secreto del Cenacolo. Basta con silabear su letanía, ese misterioso Mut-nem-a-los-noc, tal y como lo hacía Leonardo da Vinci: 

Con-sol-a-men-tum

Nunca lo olvidéis.

2 comentarios:

  1. En la prmera triade NO aparece Leonardo (ogni pittore..). Están conversando sobre el amor (Ficino, De amore)
    La segunda triade significa: El amor es el deseo de la belleza que se perfecciona en Dios.
    El triángulo de Cristo es la sagrada Tetraktys órfico pitagórica.
    El cordero es habitual en la cenas occidentales, el pez en las orientales. Los pitagóricos así como los platónicos (muchos gnóstico y cristianos primitivos, no comían carne).
    No veo una cercanía de Leonardo con los cátaros, sino con los yazidi, a los que creo pertenecía su madre esclava. Algunos de ellos no comen carne. Los nudos del mantel me parece corresponden a un ritual yazidi.

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  2. La A triángulo equilátero Tetraktys parece corresponder a la A de las letras que se observan en el libro de Pacioli (dibujada quizá por Leonardo). Luminosa a izquierda y oscura a derecha.
    La gente cree que detrás de Cristo hay 3 ventanas, pero no, hay 2 ventanas y una puerta abierta al equinoccio de primavera. Creen que corresponde a la pared POSTERIOR de la sala, como en una iglesia moderna, pero no, corresponden a la ENTRADA de la sala, siempre abierta al oriente.

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